viernes, 15 de febrero de 2013

Usos y costumbres en la Roma Clásica. II


Familia.


    La familia romana, a diferencia de la familia europea actual, estaba constituida no solo por los padres, hijos y parientes, sino también por todos los que vivían bajo la autoridad del cabeza de familia o pater familias, incluidos naturalmente los esclavos. Familia es una palabra emparentada con famuli ('los criados') y, por lo tanto, los comprende a ellos también.

    La familia romana era legalmente tan fuerte que ciertas cuestiones, que hoy se tratan en los juzgados o en los templos, entonces se trataban en casa, bajo la presidencia del cabeza de familia. La familia era realmente la célula básica de la sociedad romana.

El Pater Familias.



    El pater familias era el hombre que no dependía de nadie y de quien dependían los demás. No importaba que estuviese soltero o casado, ni los años. La mujer nunca podía ser cabeza de familia.

    La patria potestas de un cabeza de familia romano era muy fuerte. Puede disponer de la vida, muerte y venta de cualquier miembro de la familia. Puede abandonar legalmente a un hijo nacido de su mujer o puede reconocerlo. Puede incluso prohijar hijos de otros. Puede concertar casamientos de los hijos. Realmente, es él quien forma la familia.

    Como jefe de la familia es también el sacerdote de la religión familiar y el juez en los conflictos entre familiares, pero para esto último tiene que contar con el asesoramiento de un consejo familiar.

    Para entender lo anterior, hay que tener en cuenta que el parentesco natural, fundado en la descendencia física de la mujer, y que los romanos llamaban cognatio, carecía de valor civil, en tanto el parentesco civil, fundado en el reconocimiento por parte del hombre de su descendencia o en la adopción como hijos de descendencia ajena, y a lo que los romanos llamaban agnatio, era el único parentesco legalmente válido.

El matrimonio.


    El casamiento de dos jóvenes dependía casi exclusivamente de los padres; pocas veces se tenían en cuenta las inclinaciones de los interesados. Una vez decidido el matrimonio el primer paso era la celebración de los sponsales, ceremonia arcaica en la que los respectivos padres concertaban el casamiento de los hijos y establecían la dote que la joven aportaría al matrimonio. Antiguamente los desposados ya quedaban obligados a la fidelidad recíproca y, si el matrimonio no se celebraba en el plazo estipulado, se podía perder la dote. Consultados los dioses, si los agüeros eran favorables, se cambiaban los anillos, que tenían un valor simbólico.

    Ante la ley, solo los ciudadanos romanos tenían derecho a contraer matrimonio. La tradición conservó el recuerdo de tiempos en los que los patricios no podían casarse con una plebeya, prohibición caída pronto en desuso (Lex Canuleia). Los hombres se consideraban aptos para casarse a los catorce años y las mujeres a los doce.

    Hubo dos formas de matrimonio que estuvieron sucesivamente en vigor:

  • matrimonio cum manu: la mujer pasaba a formar parte de la familia de su marido y estaba sujeta a su poder marital (manus). Podía realizarse esta unión de tres maneras:
— confarreatio: rito llamado así por la pieza de pan (far) que los esposos compartían durante el sacrificio nupcial. Era la forma de casamiento propia de los patricios.
— coemptio: una venta, primero real, después simbólica, de la esposa. Era el matrimonio plebeyo.
— usus: se contraía mediante la convivencia de los futuros esposos durante un año, pero era preciso que la cohabitación fuese continua: tres noches consecutivas de ausencia llevaban consigo la nulidad.

  • matrimonio sine manu o libre: en él la esposa continuaba perteneciendo a la familia paterna y conservando los derechos sucesorios de su familia de origen. A pesar de la facilidad de disolución de este matrimonio (bastaba con la simple separación de los esposos) los romanos tenían conciencia de la seriedad de este vínculo.

La ceremonia de boda.


    El ceremonial que mejor se conoce es el patricio. La boda constituía uno de los acontecimientos más importantes dentro de la vida familiar.

    El día de la boda era escogido con toda cautela; sería pernicioso casarse en mayo, mientras que la mejor época era la segunda quincena de junio.

    En la víspera de la boda la joven consagraba a una divinidad sus juguetes de niña; después, se acostaba con el traje nupcial y una cofia de color anaranjado en la cabeza. Eran características de la vestimenta nupcial el peinado y el vestido con velo. El traje era una túnica blanca que llegaba a los pies, ceñida por un cinto. De la cabeza de la desposada caía un velo de color anaranjado (flammentum) que le cubría la cara.

    En todos los actos del rito la esposa era asistida por la pronuba, una matrona casada una sola vez. El rito empezaba consultando los auspicios: si el resultado no era malo, quería decir que los dioses eran favorables a esta unión. Terminada esta parte, tenía lugar la firma de las tabulae nuptiales (contrato matrimonial) delante de diez testigos; después la pronuba ponía las manos derechas de los esposos una encima de la otra y con esto los esposos se comprometían a vivir juntos. Acabadas las formalidades, tenía lugar el banquete nupcial.

    Después, hacia la tarde, comenzaba la ceremonia de acompañamiento de la esposa a casa del esposo. Este, de repente, fingía arrancar a su joven mujer de los brazos de su madre. Entonces iban a casa del marido. La mujer iba acompañada de tres jóvenes; uno de ellos llevaba una antorcha de espino (spine alba) encendido en casa de la esposa. La gente que los seguía mezclaba cantos religiosos y pícaros. Cuando llegaban a casa del marido, adornaban la entrada con cintas de lana y la untaban con grasa de cerdo y aceite. El marido le preguntaba a la esposa cómo se llamaba; ella le respondía: «Ubi tu Gaius, ego Gaia» («Si tú Gaio, yo Gaia»); entonces los que la acompañaban la levantaban a pulso para que no tocase el quicio de la puerta con el pie y la hacían entrar en la casa. Después era recibida por su marido y la pronuba pronunciaba unas plegarias a la divinidad de la nueva casa. Con esto terminaba la fiesta y los invitados volvían para sus casas.

    El día de después del casamiento había un banquete íntimo (repotia, 'reboda') para los parientes de los esposos.

El divorcio.


    Como todo contrato, el matrimonio podía anularse. Primitivamente, el derecho de revocación pertenecía únicamente al hombre; este solo tenía que reclamarle a su mujer delante de un testigo las llaves de la casa y decirle: «Tuas res habeto» («Coge tus cosas»).

    En principio, el matrimonio patricio por confarreatio (vid. supra) no podía disolverse, pero pronto los romanos inventaron una ceremonia de efectos contrarios a la primera, a la que llamaron diffarreatio.

    El matrimonio por usus o por coemptio se anulaba con la mancipatio o transmisión de la potestad del marido en favor de un tercero, que manumitía a la mujer.

Fuentes: Wikipedia.

viernes, 1 de febrero de 2013

Usos y costumbres en la Roma Clásica. I


    Las costumbres de la Antigua Roma son las rutinas diarias de los habitantes, las ciudades, los oficios, la economía, sus necesidades y sus beneficios.

La ciudad.



    Durante la época imperial, Roma fue la ciudad más poblada y espléndida del mundo. En Roma tenía lugar una animada vida social y comercial. Su prosperidad económica y el hecho de ser la capital política se conjugaron para que su planta urbana se llenara de bellas estatuas, imponentes edificios, y arcos y columnas conmemorativas de los triunfos militares.

La vivienda.



    Las viviendas de la antigua Roma tenían tres modalidades principales: domus e insulae como viviendas urbanas (rica y modesta, respectivamente) y villae en el campo. Las casae o viviendas de esclavos y clases bajas, construidas con medios muy precarios, se han conservado con mayor dificultad.

    Los latinos, en la Italia prerromana vivían en cabañas redondas o elípticas, coronadas por un techo cónico de paja. Tenían puertas cuadradas y ventanas con una o dos hojas. Se disponían sobre una base que las aislaba de la humedad. Así sería la cabaña de Rómulo (que durante siglos se veneró en el Palatino) y las viviendas del primer asentamiento de Roma.

    Bajo la influencia de los etruscos, estas casas se convirtieron en rectangulares, y para albergar a toda la familia, formaban un recinto en torno a un patio central que daba a un jardín (hortus), también en el recinto. Al fondo del patio central, se encontraba el tablinum, originalmente la habitación donde dormía el padre de familia. En esta sala también se situaba el pequeño santuario dedicado a los Lares y Penates, muchas veces situado en un nicho en la pared. Esta forma apenas evolucionaría para llegar a convertirse en una villa rústica (pars rustica).

    Las viviendas de la Antigua Roma permitieron acomodar a todos los estatus de la sociedad romana que, sobre todo, durante el Imperio Romano, se convirtió en una sociedad muy jerarquizada. En Roma, debido a la escasez de tierra, el patio central se redujo al atrium. Las viviendas evolucionarían hacia las insulae para los pobres. Para los ricos, las domus, que derivarían en palacios o villas, fuera de las ciudades.

Las villae.



    La villa romana originalmente era una morada rural cuyas edificaciones formaban el centro de una propiedad agrícola. Constituyen uno de los ejemplos más notables de edificación romana.

    Sus orígenes se remontan a las villas griegas del siglo V a. C. y aparecen en la zona del Lacio un siglo más tarde. Estas propiedades podían consistir en pequeñas haciendas dependientes de trabajo familiar o por el contrario en grandes propiedades, con trabajadores esclavos, o siervos. En los siglos II y I a. C. se produce un crecimiento económico y la paulatina desaparición de los pequeños agricultores paralela a un significativo aumento de los latifundios. Esto repercute positivamente en las villae, cuya parte residencial pasa a ser cada vez más sofisticada y elegante constituyéndose en magníficas domus.

    Construidas frecuentemente en torno a un patio, comenzaban a ser edificadas como casas de campo para los ricos, siendo cultivadas por arrendatarios y supervisadas por un administrador (vilicus). La mayoría de estas villas son abandonadas a finales del siglo II d. C. y las que perduran son transformadas de forma radical. Las causas son, fundamentalmente, una restructuración de la producción motivada por la concentración de tierras y la competencia con la producción africana. A partir del siglo IV muchas se transforman en lugares de culto y algunas compaginan ambas funciones, constituyéndose en un factor importante de la cristianización del mundo rural. En el valle del Guadalquivir perduran algunas villas hasta el siglo VII transformadas en iglesias cristianas. Las invasiones bárbaras unidas a un cambio en la cultura y en la propiedad acaban con las últimas villas.

    La villa suburbanae (urbanas): Residencia de la aristocracia romana, tiene su origen en el palacio helenístico. A partir del siglo I a. C. el peristilo es el espacio dominante, desplazando al atrio. Se han hallado en la Campania y el Lacio. La mejor conservada es La villa de los misterios en Pompeya del siglo II a. C. Las villas suburbanae pueden ser de varias clases: con atrio; con atrio y peristilo, con peristilo, con pabellones y en forma de hemiciclo o de "U".

    Las villas imperiales: Son edificaciones donde residía el emperador, por ello están bien protegidas y su grandiosidad y exquisita decoración dan muestras del poder imperial. Comienzan a construirse a partir del siglo I d. C. con la llegada del nuevo régimen. La más antigua de las conocidas es la del emperador Tiberio en Capri, construida en una isla. La villa de Adriano en Tívoli es una de las más impresionantes y en ella se dan cabida los monumentos más representativos del imperio.


La domus.



    La domus era de origen etrusco y de estructura rectangular, y se acabó convirtiendo por influencia griega en una vivienda amplia para gentes adineradas. Tenían un sólo piso, dividido en habitaciones designadas para un sólo uso: comedor, dormitorio, etc. Se entraba por el corredor vestibulum en su parte exterior y fauces en el interior hasta llegar al atrium, que era un patio que actuaba como núcleo central de la casa. Era muy amplio y luminoso, con una abertura en el techo llamada compluvium por donde entraba la luz, el aire y la lluvia, que correspondía a una pila rectangular llamada impluvium, destinada a recoger el agua de la lluvia. En él se hallaban el lararium (altar doméstico) y la caja de caudales familiar.

    Tras el contacto con los griegos, se anexionó al domus el peristylum, rodeado de un pórtico, a veces con dos pisos, sostenido por columnas. El despacho del pater familias se llamaba tablinum e interconectaba el peristilium y el atrium. La cocina era muy pequeña, y generalmente próximos a ella estaban los retretes y el baño. Las habitaciones para dormir, separadas por cortinas se llamaban Cubícula; para comer, triclinium. Las dependencias del servicio no tenían un lugar fijo en la casa.

    El mobiliario de las casas romanas era muy escueto y funcional. Las camas le servían a los romanos, además de para dormir, como sofá, para comer recostados o para mantener relaciones sexuales. Para el alumbrado de las casas se utilizaban antorchas, velas y lámparas de aceite. Las habitaciones se calentaban por medio de estufas de bronce o braseros fijos. El suelo estaba cubierto por mosaicos, cuyos temas hacían referencia a la finalidad de la habitación donde se encontraban. Las paredes solían estar decoradas con pinturas y cortinajes.

Las insulae.



    Los orígenes de las insulae están en la superpoblación, pues eran edificios de varios pisos con balcones. Parece ser que los edificios de cinco o seis pisos eran corrientes en Roma y Tertuliano menciona uno posiblemente mayor.

    Carecían de agua corriente, eran poco confortables y de mala calidad, lo que propiciaba los incendios y hundimientos. La frecuencia de los incendios por lámpara de aceite hacían relativamente baratos los pisos más altos, al ser los más difíciles de evacuar. La mayoría eran de alquiler, y en ellas vivían las clases populares. Era tal la carencia de servicios que por la noche se tiraban por la ventana todo tipo de desechos.


Comercios, alojamientos y talleres.



    En la Antigua Roma, una taberna (del latín taberna, plural tabernae) tenía varias acepciones. 

    Originalmente, designaba una choza o cabaña que posteriormente se dedicaría a depósito y que pasarían a ser genéricamente tiendas. Estas tabernae se situaban generalmente en los bajos de las insulae, abiertas a las vías principales de las ciudades. Los locales, individuales, con gran portada, solían estar cubiertos con bóveda de cañón y disponían de una ventana encima de ella para que entrara la luz a una buhardilla de madera que servía de almacenamiento. Se puede apreciar este modelo en los grandes mercados romanos, como en el famoso de Trajano en Roma, construido entre los años 107 y 110 por Apolodoro de Damasco. En este mercado, las 150 tiendas o tabernae estaban distribuidas entre sus cinco pisos.

    De acuerdo con la Cambridge Ancient History, una taberna era una "unidad minorista", en el Imperio romano donde tenían lugar muchas actividades económicas y de servicios incluyendo el comercio y venta de fruta, pan, vino, aceite, pescado, carne, especias (pipera), etc. o talleres de artesanos. Se habla de tabernae vinariae a los establecimientos especializados en el consumo de vino y comida y de taberna argentaria al establecimiento dedicado a la banca.

    Este tipo de comercio, probablemente apareció por primera vez en la Antigua Grecia en los lugares que fueron importantes para las actividades económicas en torno a finales de los siglos V y IV a. C. Con la expansión del Imperio Romano en el Mediterráneo, se incrementó el número de tabernae, haciéndolas importantes en la economía urbana de las ciudades o colonias romanas como en Pompeya, Ostia, Corinto, Delos, Cartagena o Narbona. Muchas de estas ciudades fueron importantes puertos desde donde se importaban también, bienes exóticos y de lujo.

    Como Roma crecía, sus tabernae se volvieron más lujosas, adquiriendo buena o mala fama según sus servicios. Uno de los mejores hoteles fue la Taberna Caedicia en la Vía Apia. Muchas ciudades crecieron a lo largo del tiempo alrededor de un complejo de tabernas, como es el caso de Tawer en Renania, Alemania, Tafers en Suiza y Saverne en Alsacia, Francia, cuyos nombres se derivan asimismo de la palabra taberna.

    Era una parada en una calzada romana donde descansar o pasar la noche, para viajeros algo más pudientes que requerían algo más refinado que las cauponae. En los primeros tiempos de las calzadas, las casas situadas cerca de alguna calzada eran obligadas por ley a ofrecer hospitalidad al que lo requiriera. No hay duda de que las casas más frecuentadas se convirtieron muy pronto en las primeras tabernae, las cuales eran más parecidas a "hostales" que a las "tabernas" como las concebimos actualmente.

Fuentes: Wikipedia.