jueves, 27 de junio de 2013

Margarita Teresa de Austria.

    Margarita María Teresa de Austria (Madrid, 12 de julio de 1651 – Viena, 12 de marzo de 1673) fue Infanta de España y Emperatriz consorte del Sacro Imperio Romano Germánico por su matrimonio con su tío, el emperador Leopoldo I.



    La infanta Margarita Teresa era hija del rey Felipe IV de España y de su segunda esposa, Mariana de Austria y, por tanto, hermana del rey Carlos II. A partir de 1660 se convirtió en una valiosa pieza de la política de Estado, que podía posibilitar la reconciliación entre las dos ramas de los Habsburgo, distanciadas desde la Paz de Westfalia.

    Pronto fue prometida a su tío, el emperador Leopoldo I, hermano de su madre Mariana de Austria. El conde de Pötting fue enviado a la corte de Madrid para cumplir con las funciones de la embajada imperial en la temprana fecha de 1663, teniendo entre sus principales objetivos el conseguir la mano de la infanta para su señor Leopoldo I. El 6 de abril de 1663 se publicaron los esponsales, siendo firmadas las capitulaciones el 18 de diciembre de ese mismo año por el dicho conde de Pötting y por el duque de Medina de las Torres.

    Tras la muerte de su padre en septiembre de 1665, su madre, la reina Mariana de Austria, quedaba como regente de la Monarquía en nombre de su hermano Carlos II, que entonces contaba apenas con cuatro años de edad.



    La fragilidad de la regencia que Felipe IV legaba a la Monarquía tras su muerte, le obligó a establecer en su testamento unas cláusulas que contemplaran todas las posibilidades de sucesión posibles (cláusulas 15 y 16). Según las mismas, la rama francesa quedaba completamente excluida de la herencia en virtud de la renuncia a sus derechos por parte de la infanta María Teresa, hija de Felipe IV e Isabel de Borbón, tras su matrimonio con el monarca francés Luis XIV, acordado durante la Paz de los Pirineos. En ningún momento Felipe IV contempló la posibilidad de que el monarca francés o sus herederos pudieran acceder a la sucesión de la Monarquía Hispánica en caso de muerte prematura de Carlos II. La herencia (en caso de muerte del joven rey) recaería en los sucesores de la infanta Margarita Teresa, entonces prometida del emperador Leopoldo I, es decir, se seguía la lógica habsbúrguica de fidelidad a la familia y a la dinastía. La siguiente mujer destinada a continuar la línea sucesoria sería la hermana de Felipe IV, la emperatriz María, mujer del emperador Fernando III, la ya fallecida madre de Mariana de Austria, por lo que serían sus descendientes (Leopoldo I, o los hijos que éste pudiera tener con Margarita Teresa, pues se suponían que ésta iba a renunciar también a sus derechos tras su matrimonio con el emperador que se celebraría en vida de Carlos II), los llamados a la sucesión.

    Los Habsburgo debían recoger estos derechos, tras los cuales estaba la Casa de Saboya que recibía también su candidatura a través de una mujer, la tía de Felipe IV, la infanta Catalina Micaela, hija de Felipe II que se había casado con el duque Carlos Manuel I de Saboya; sus descendientes debían ostentar la corona en caso del agotamiento de la candidatura de los Habsburgo austriacos. En definitiva, la sucesión francesa quedó descartada en el testamento de un Felipe IV fiel a la tradicional alianza entre las dos ramas de la Casa de Austria.

    Los poderes sucesorios de Margarita Teresa pudieron plantear diversas controversias en el seno de las discusiones políticas del Consejo de Estado y a pesar de su temprano compromiso con el emperador Leopoldo, la infanta no dejó de ser una candidata a la sucesión en potencia desde su nacimiento hasta su matrimonio (cuyas negociaciones fueron ralentizadas intencionadamente tanto por Felipe IV como por doña Mariana de Austria).



    En 1657 nació el príncipe Felipe Próspero, que vivió sólo cuatro años, pues murió el 1 de noviembre de 1661, planteando de nuevo la cuestión sucesoria. Francia, tras la muerte de este último, volvió la mirada hacia su reina María Teresa, hija primogénita de Felipe IV: si su hermana se casara con el Emperador y las renunciaciones de los Pirineos se consideraran nulas, la herencia podría recaer en los descendientes de Luis XIV. No obstante, este espejismo duró apenas cinco días pues el 6 de noviembre nacía el futuro Carlos II, circunstancia que abrió de nuevo las esperanzas de sucesión masculina para la Monarquía Hispánica. Sin embargo, la débil salud del niño hizo temer en no pocos momentos por su supervivencia, lo que hacía que las grandes cortes europeas tuviesen que jugar sus cartas ante una posible muerte prematura del heredero.

Matrimonio.

    El matrimonio de Margarita Teresa era un asunto de suma importancia para el futuro de la monarquía, pues en el testamento de Felipe IV la herencia de las infantas era una facultad casi inalienable. El derecho castellano no excluía a las mujeres ni de la línea sucesoria ni de los derechos de heredabilidad y esta circunstancia tuvo importantes consecuencias en la formulación del testamento del rey. No obstante y a pesar de todo, los derechos sucesorios primaban al varón sobre la mujer, por lo que el príncipe era quien heredaba el trono, mientras las infantas, unidas en matrimonio con otros monarcas o con el emperador, generalmente tenían que renunciar a estos derechos sucesorios que ostentaban casi en igualdad de condiciones con sus hermanos varones.

    Las diversas situaciones que podían producirse a lo largo de la minoridad de Carlos II obligaron a Felipe IV a tomar muchas precauciones. Podían producirse diversas circunstancias: la muerte de la reina regente Mariana de Austria, la de Carlos II o la de ambos; siendo la más importante la segunda, es decir, el fallecimiento del heredero universal, lo cual conduciría al nombramiento de otros herederos que venían dictaminados a través de las mujeres de la dinastía Habsburgo, preferentemente de la rama austriaca. La principal candidata considerada por el rey para heredar la Monarquía tras una supuesta muerte de Carlos II, fue la infanta Margarita Teresa, destinada desde su nacimiento a casarse con el emperador. No obstante, el matrimonio de la infanta con Leopoldo I sufrió unas demoras inusitadas durante el reinado de Felipe IV. Las verdaderas razones de tal retraso no hacían sino responder a los entresijos de la política internacional del momento: una previsible minoría de edad complicada, la posible muerte prematura de un heredero universal, así como la lucha encarnizada de las grandes cortes europeas por la vastísima herencia territorial de la Monarquía Católica. Además, la conclusión de las nupcias con el emperador nunca fue algo seguro, sino que símplemente respondía a un línea tradicional de acción política que en ningún caso fue percibida desde Madrid como una obligación ineludible; de hecho se llegó a pensar en casar a Margarita con Carlos II de Inglaterra con el fin de evitar que este monarca se desposara con Catalina de Braganza, princesa de la dinastía rebelde lusa de los Braganza que Felipe IV, en plena guerra con Portugal, se negaba a admitir entre las casas reales europeas.



    El testamento de Felipe IV (1665) no hacía ninguna alusión al posible matrimonio de Margarita con Leopoldo I, lo cual confirmaría el hecho de que el monarca dilató intencionadamente esta promesa nupcial con la esperanza de que, en caso de primera necesidad, su hija heredara el trono de la Monarquía. Es decir, el rey habría querido evitar el matrimonio para asegurar los derechos de su hija y solventar el gran problema que habría supuesto la prematura muerte del débil Carlos. Por otra parte, Felipe IV, en la cláusula 21 de su testamento dejaba entrever que le podía suceder tanto un hijo como una hija:

[...] para que como tal tutora del hijo o hija suyo y mío que me sucediere tenga todo el gobierno y regimiento de todos mis reinos en paz y en guerra hasta que el hijo o hija que me sucediere tenga catorce años cumplidos para poder gobernar[...]

    Mientras en Madrid, Felipe IV retenía a su hija ante un posible agravamiento del problema sucesorio, en Viena al emperador Leopoldo I le urgía el casamiento con Margarita Teresa por tres razones: la necesidad de un heredero; asegurar su candidatura a heredar la Monarquía Hispánica en caso del fallecimiento de Carlos II, pues Luis XIV, su gran rival, había conseguido contraer nupcias con la primogénita de Felipe IV, lo cual le convertía en el máximo competidor en la cuestión sucesoria; y, finalmente, porque el matrimonio con la infanta ayudaría a reavivar unas relaciones entre las dos ramas de la Casa de Austria que estaban sufriendo un ligero enfriamiento iniciado ya a mediados del siglo XVII.

    Cuando Mariana de Austria accedió a la regencia en septiembre de 1665, Leopoldo I y sus consejeros vieron en ella uno de los principales baluartes de la política exterior del Imperio por ser ésta hermana del emperador. Leopoldo pensó que con Mariana en el poder se agilizarían los trámites de su matrimonio pero no fue así. El hecho de que Felipe IV no hubiera citado su compromiso con Margarita Teresa en su testamento, le obligó a desplegar todas las estrategias diplomáticas posibles para agilizar la salida de la infanta de la corte madrileña con destino a Viena. Además de su embajador ordinario, el conde de Pötting, Leopoldo envió a Madrid al Barón de Lisola como embajador extraordinario para negociar este asunto. Refuerzo diplomático al que se sumó el conde de Harrach como agente temporal en octubre de 1665.

    Las razones aducidas desde Madrid para postergación de los desposorios del emperador y la infanta, fueron la urgencia en la solución de otros problemas más acuciantes en los inicios de la regencia, e incluso el descuido no intencionado de la regente; sin embargo, la razón de fondo seguía siendo el problema sucesorio, había que esperar prudencialmente a que el rey-niño diera indicios que certificaran su capacidad de supervivencia.

    Finalmente, los desposorios se celebraron por poderes el día de Pascua 25 de abril de 1666 en la corte de Madrid representando al emperador el Duque de Medinaceli, en presencia del pequeño Carlos II y de la reina Mariana, con asistencia del conde de Pötting, embajador imperial, y de los Grandes de la Corte. Para su viaje a Alemania fue designado como Camarero Mayor el Duque de Alburquerque.

    La emperatriz-infanta y su comitiva salían de Madrid el 28 de abril con destino a Denia, donde, después de reposar unos días, embarcó en la Armada Real de España, a la que escoltaban las galeras de Malta y las del gran duque de Toscana el 16 de julio. De allí la Armada se dirigió a Barcelona, a donde llegó el 18 de julio, acompañada de 27 galeras, siendo recibida con grandes salvas recién cumplidos los quince años y festejada todo el tiempo que permaneció en la ciudad condal. En ella la emperatriz se sintió levemente indispuesta lo que retrasó la partida hasta el 10 de agosto en que la comitiva embarcó de nuevo con rumbo a Finale a donde llegaron el 20 de agosto y donde la emperatriz fue recibida por don Luis Guzmán Ponce de León, gobernador del Estado de Milán. La comitiva partió de Finale el 1 de septiembre llegando a la ciudad de Milán el día 11 del mismo mes, aunque la entrada triunfal no se realizase hasta el día 15. El 24 de septiembre dejaban la capital lombarda prosiguiendo el camino por tierras del Milanesado hasta legar a la ciudad de Venecia. El 8 de octubre se hizo la jornada a Roveredo, primer lugar del principado-obispado de Trento que era el punto designado para verificar las solemnes entregas que se llevaron a cabo el 10 de octubre. El Duque de Alburquerque, en nombre del Rey y de la Reina Gobernadora entregó a la emperatriz al Príncipe de Dietrichstein y al cardenal Harrach, obispo de Trento, nombrados para este efecto por Leopoldo I.

    El 20 de octubre partía la nueva comitiva de Roveredo, atravesando el Tirol, pasando por Carintia y Estiria, y llegando el 25 de noviembre a Schottwien, a doce leguas Viena, donde fue a buscarla el emperador.

    La entrada oficial en Viena tuvo lugar finalmente el 5 de diciembre. Los festejos que tuvieron lugar en la capital austriaca con motivo del imperial matrimonio fueron de los más espléndidos de toda la época barroca.



    En seis años de matrimonio, Margarita fue madre de dos niños y dos niñas. La hija que sobrevivió fue la mayor, María Antonia que se casó con el Duque de Baviera. A pesar del alto grado de consanguinidad en su familia, Margarita Teresa era una joven hermosa y atractiva, como lo atestiguan la infinidad de retratos que de ella se conservan. Dotada de un carácter dulce y alegre, era la hija favorita de su padre, quien en sus cartas privadas se refería a ella como «mi alegría». Pese a la diferencia de edades y al aspecto de Leopoldo, supuestamente carente de atractivo, la pareja fue muy feliz debido a que compartían muchos intereses, en especial el teatro y la música.

    Uno de los eventos más sobresalientes durante el reinado de ambos fue el estreno de la ópera Il pomo d'oro (La manzana de oro) del compositor italiano Antonio Cesti, en julio de 1668 y considerado il piú grande spettacolo del secolo. Esta suntuosa representación es comúnmente considerada como la culminación de la ópera barroca en Viena durante el siglo XVII.

    Del matrimonio entre Margarita Teresa y Leopoldo I nacieron cuatro hijos:

  • Fernando Wenceslao (1667–1668), archiduque de Austria.
  • María Antonia (1669–1692), archiduquesa de Austria. Fue depositaria de los derechos de sucesión a la Monarquía Hispánica durante muchos años ante una posible muerte de Carlos II, así como prometida oficial del mismo hasta que durante el gobierno de Juan José de Austria se decidió el matrimonio con María Luisa de Orleans para así afianzar la paz con Francia. Contrajo matrimonio con el elector Maximiliano II Manuel de Baviera. Ambos fueron padres de José Fernando de Baviera, nombrado heredero de la Monarquía Católica por Carlos II en su testamento de septiembre de 1696.
  • Juan Leopoldo (1670), archiduque de Austria.
  • María Ana Antonia (1672), archiduquesa de Austria.


    La emperatriz Margarita falleció en Viena el 12 de marzo de 1673, a los 21 años de edad, a consecuencia del parto de su cuarta hija. Sus restos reposan en la cripta de los Capuchinos de Viena.

Apariciones en el arte.

    Margarita Teresa fue uno de los personajes más retratados por el pintor Diego Velázquez. Ella es la protagonista de Las Meninas (1656), obra cumbre de la pintura universal de todos los tiempos, donde se la ve rodeada de sus meninas (damas de compañía), así como de otros personajes de la corte española. Existen multitud de retratos de la infanta realizados por Velázquez en el Museo del Prado de Madrid y el Kunsthistorisches Museum de Viena, destacando obras como la La infanta Margarita con vestido rosa (1653), La Infanta Margarita con vestido azulRetrato de la Infanta Margarita a los 15 años (1665), si bien la autoría de esta obra ha sido muy discutida, dudándose entre la mano de Velázquez y la de Juan Bautista Martínez del Mazo o una combinación de ambas. En la actualidad, este cuadro está considerado como una de las obras maestras de Mazo. Estos retratos responden en su mayoría a las solicitudes remitidas a la corte española desde diferentes lugares y muy en especial desde la corte de Viena, donde residía Leopoldo I, prometido de la infanta.



    Otro destacado retrato de la infanta, atribuido tradicionalmente a Velázquez, ubicado en el Museo del Louvre de París ha sido recientemente puesto en duda por los estudiosos de arte en cuanto a su autoría se refiere.

    Margarita Teresa no solo fue retratada por Velázquez, también se conservan retratos de Juan Bautista Martínez del Mazo ("Retrato de la infanta Margarita con traje de luto" fechado en 1666), Jan Thomas, Gérard Duchâteau, etc. Por cuanto respecta a estos últimos autores, parece ser que el emperador Leopoldo I tenía una preferencia personal por las miniaturas pictóricas. Prueba de ello es que, como no le gustó el retrato de su prometida en traje azul que pintó Velázquez en 1659, el emperador encargó en 1663 a su pintor de corte, Gerarden van Schloss (en francés Gérard Duchâteau), el retrato oficial del compromiso. El 9 de julio de 1665, Leopoldo I notificó a su embajador en Madrid, el conde Pötting, la llegada a la villa del conde de Harrach y del retratista áulico:


[...] Con esta ocasión envío también allá mi ayuda de cámara Gerarden von Schloss, en galo du Chatto. Éste es bruselés, por lo tanto vasallo del rey y un hombre que merece todo. Educado de manera honrada, es pío y pinta muy bien, especialmente los retratos pequeños, como el que les envié hace un año. Por lo tanto es mi intención y mi voluntad, que le introduzcáis al lado de Harrach, así que reciba el permiso para retratar a mi esposa y al príncipe. Opus laudabit magistrum. Ha realizado mi retrato en grande y pequeño, los cuales lleva Harrach allá. Esto es mi alta voluntad, porque los pintores españoles no me ofrecen ninguna satisfacción.

jueves, 20 de junio de 2013

"La Tirana".


“Sí, no dudéis. España la produjo, y el Universo todo es quien la admira; con su presencia majestad inspira y en ella el cielo acreditó su influjo”.

    María del Rosario Fernández, la "Tirana", (Sevilla, 1755 - Madrid, 1803), actriz española. Fueron sus padres Juan Fernández Rebolledo y Antonia Ramos. Se casó con el actor Francisco Castellanos, conocido como "el Tirano" por los papeles que mejor se le daban, de donde recibió el sobrenombre.

    El único porvenir halagüeño de los actores por aquellos días era formar parte de las compañías madrileñas, entre otras razones para gozar el beneficio de su futura jubilación; pero esto no lo lograban sin haberse antes acreditado en una capital de importancia. Siguiendo los pasos de otros actores a los que quedaba pequeña su provincia, logró entrar en la compañía llamada de los Reales Sitios (Aranjuez, Escorial, San Ildefonso), que se había creado para dar representaciones exclusivamente para la Corte. 

    María del Rosario siguió varios años representando heroínas trágicas, con aplauso del escaso pero aristócrata público, que acudía a estas funciones. La Tirana adoptó, como dice Moratín, “un estilo fantástico, expresivo, rápido y armonioso, con el cual obligó al auditorio a que muchas veces aplaudiese lo que no es posible entender”. Él mismo admiraba “la nobleza de sus actitudes, su animado semblante, el incendio de sus ojos andaluces, su buen gusto y magnificencia, trajes y adornos”. Representó obras de Calderón, don Ramón de la Cruz, Lope… y en noviembre de 1780 se presentó en escena con una tragedia por la que siempre sintió especial predilección –poniéndola en escena en ocasiones solemnes–: Talestris, reina de Egipto, de Metastasio, traducida por Ramón de la Cruz.

    Continuó María del Rosario como primera dama en el teatro de la Cruz, con Manuel Martínez: representó obras excelentes del teatro antiguo, de Bances Candamo, Solís, Cañizares, Tirso, Rojas, Goldoni… Haciendo La Locandiera, de este último, tuvo que luchar la actriz contra su carácter, educación artística y hábitos teatrales, ajenos a todo lo jocoso; pero su talento y fuerte voluntad crearon en ella una segunda naturaleza. En la siguiente temporada, pasó al teatro del Príncipe, al frente de la misma compañía. La inauguración fue con una obra de Calderón. “La Tirana” ocupó el puesto de primera dama durante catorce años, hasta 1793, y siempre bajo la batuta de Martínez. Su reputación iba aumentando hasta ser considerada por unanimidad como la mejor actriz que tenía entonces España. Terminó el período teatral con algunas excelentes comedias del siglo XVII, como El médico de su honra y La dama duende, ambas de Calderón, o Entre bobos anda el juego, de Rojas.

    La que fue la mayor gloria del teatro dieciochesco español terminó sus días como cobradora de lunetas (las primeras filas de lo que hoy se conoce como patio de butacas). Para entrar en la posesión de su puesto de cobradora en el teatro Príncipe tuvo que esperar a 1797, en que falleció María Hidalgo, que la poseía. Años después fue despojada de su plaza y pidió que se le repusiera. Pero no hubo necesidad de hacerlo; porque su estado de salud fue agravándose y falleció en su casa, calle del Amor de Dios, el 28 de diciembre de 1803, a los cuarenta y ocho años de edad. Fue sepultada, no en la capilla de la Novena o de los cómicos, como sus demás compañeros, sino, por expresa disposición suya, bajo la bóveda del convento de carmelitas descalzas, hoy iglesia de San José, en la calle de Alcalá.

    Hacia 1794 Goya (ya sordo desde la enfermedad del otoño de 1792) entra en el círculo de la Duquesa de Alba, la noble más importante de su tiempo, protectora y amiga de actrices, literatos, pintores y toreros. Debido a este importante contacto, Goya va a realizar un buen número de retratos de los personajes del entorno de la Duquesa como Pedro Romero, José Romero o la Tirana. Se trata de una imagen de medio cuerpo en la que la figura viste un elegante traje de gasa blanca, lleva el cabello suelto y adornado con una rosa. Una transparente mantilla cubre sus hombros e impide observar el pronunciado escote muy a la moda. Los bordados del vestido resultan sorprendentes al igual que el gesto de la dama, verdadero punto de referencia de la obra. Cinco años después Goya ejecutará un nuevo retrato de esta actriz, ahora de cuerpo entero, como a su gran rival, la actriz Rita Luna. En el cuadro aparece altiva y con una mirada soberbia, con delicados atuendos.

    Leandro Fernández de Moratín le dedicó versos elogiosos.


Fuentes: revistaactores.com / wikipedia / artehistoria.

domingo, 2 de junio de 2013

El mueble español del siglo XVII.

    El siglo XVII es en España una época de decadencia, y esto se notará en gran medida en el mueble. No habrá piezas tan lujosas como en otros países, hecho también determinado por las pragmáticas contra el lujo dictadas por los monarcas. Sin embargo, el mueble español del periodo barroco presenta una calidad nada desdeñable, una enorme personalidad y, sobre todo, un gran interés desde el punto de vista de las tipologías y de la búsqueda de la funcionalidad por encima de lo decorativo. Cabe señalar también, la creciente valoración del mobiliario respecto al siglo anterior. Teniendo en cuenta los inventarios de bienes se ven cambios importantes, llegando a ser los muebles en época de Carlos II, más caros incluso que los tapices. Respecto a las maderas seguirá predominando el nogal, seguido de lejos del palosanto y ocasionalmente, la caoba. Como materiales decorativos los más utilizados serán el hueso, el hierro forjado y el carey, además de cueros y terciopelos para las tapicerías. Los elementos utilizados para la decoración derivan de la arquitectura barroca, con frontones curvos, arquerías, columnillas salomónicas o montantes en forma de columna toscana. Aparecen motivos de gusto naturalista y se siguen empleando otros de diseño geométrico. La taracea se elabora sobre nogal macizo y va quedando relegada al ámbito popular ocupando su lugar el chapeado geométrico, que lleva a cabo dibujos estrellados y entrelazados, combinando los materiales de concha de tortuga y hueso.



    Dentro del mobiliario español del siglo XVII diferenciamos tres etapas: Felipe III, Felipe IV y Carlos II. Sin embargo, se trata de una división tan sólo aproximativa, dado que no serían fórmulas exclusivas para cada reinado. Se trata por tanto de una clasificación en principios, mediados y finales de siglo, siendo el de Felipe IV un estilo de transición. El mueble escritorio, conocido popularmente como bargueño, sigue siendo el más atractivo. Se importan de Flandes y de Nápoles los primeros de ébano, concha de tortuga y bronce con sobrepuestos de plata y pinturas y los segundos con marquetería, trabajados en marfil y ébano. El escritorio castellano es el de mayor importancia en España durante el siglo de oro. Las cajas de los escritorios tienen gran cantidad de herrajes y placas de hierro caladas, muchas veces doradas y puestas sobre terciopelo. El frente de gavetas dispone de una puerta que destaca sobre las demás y en donde se multiplican las columnillas. Además, en toda la superficie disponible se embuten plaquetas de hueso pintadas con pequeñas flores con sentido plenamente barroco. 

    Durante el reinado de Felipe III (1598-1621) nos encontramos un estilo aún muy ligado al siglo XVI. Se aprecia una gran influencia del estilo escurialense, pero ya con una mayor tendencia a la geometrización y la simplificación de las formas. También hay que tener en cuenta que el mayor protagonismo de los motivos decorativos es una característica barroca, por lo que indicará un avance dentro del siglo. Una de las más claras novedades de este primer tercio de siglo será la aparición del escritorio de columnillas, mueble que será cada vez más frecuente y que ganará en ornamentación con el paso de los decenios. Respecto al mueble de asiento, aparece un nuevo tipo de frailero, mucho más simple, que puede llegar a estar incluso desornamentado. Es un mueble que representa la pura esencia del diseño: mínima decoración, gran comodidad y estructura muy bien pensada. Además resulta barato, algo a tener en cuenta en la España en crisis del momento. Son muebles, asimismo, que pueden ya presentar tapicería acolchada, con relleno, además de al aire como hasta la fecha. Se puede ver un ejemplo de la época en el retrato de la reina Margarita de Austria realizado por Juan Pantoja de la Cruz (Museo del Prado).



    Como ya hemos mencionado, el periodo del reinado de Felipe IV (1621-1665) supone una transición entre el barroco temprano y la plenitud del estilo a finales del siglo. Sigue marcando la pauta el estilo escurialense, símbolo de la gloria perdida de España, pero la decoración irá ganando cada vez más terreno a la pureza de diseño del manierismo. En los escritorios de columnillas se multiplicarán la compartimentación de las superficies y los elementos aplicados, y se define un nuevo modelo de gavetas arquitectónicas, con los frentes decorados con arquerías. Aparecen también retículas octogonales, en relación con el rebrote de lo islámico propio del periodo de Felipe IV. La capilla del bargueño tendrá cada vez más importancia, y aparecerán los modelos de muestra descubierta. El lujo y la ostentación de que se hace gala en las grandes mansiones nobiliarias, es motivo de deseo e imitación por parte de los estamentos acomodados, especialmente los funcionarios de la Administración como escribanos, secretarios o consejeros. Los inventarios y testamentos de esta clase social recogen descripciones de infinidad de muebles en los que, más que auténtica riqueza, trasciende una “riqueza aparente” (aunque, no obstante, de gran calidad artesanal) con ejemplos de escritorios, armarios, arcas, mesas o bufetes, etc. de maderas nobles, ornamentados con aplicaciones metálicas, columnillas sobredoradas y chapados de marfil o hueso. Entre los muebles más utilizados en esta época se hallan los escritorios, denominados de varias maneras según sus dimensiones, si presentan o no tapa, portezuelas, cajones, gavetas o apartados interiores, etc. La terminología sigue siendo aún confusa aunque haya tipos visiblemente diferentes unos de otros.



    Respecto al periodo de Carlos II (1665-1700), el estilo se prolongará hasta principios del siglo XVIII. Se trata ya de un barroco pleno, sin significativas influencias del estilo que domina en el resto de Europa, el Luis XIV. Así, se conjugará la tendencia a la ornamentación con la pervivencia de las tipologías españolas. La decoración será en ocasiones tan profusa que llegue a ocultar la estructura, y se tenderá a introducir curvas en las patas, a aplicar color y una mayor cantidad de dorado. Ahora los escritorios serán mayoritariamente de muestra descubierta, frecuentemente presentarán una rica decoración tallada a modo de remate, como balaustradas, vasos clásicos, composiciones con cartelas y alas de águila, etc. Aparecen líneas oblicuas en los entramados geométricos y molduras en zigzag, y las capillas serán ahora más grandes que nunca. Las innovaciones también afectan al frailero, que podrá presentar un brazo mucho más ancho, con ménsulas en la parte inferior, e incluso los montantes enteramente tallados. La chambrana mantiene el canto superior recto, pero presentará el inferior recortado como si se tratase de un faldón de consola, con abundante talla vegetal. Asimismo, puede ser ya un mueble más ancho y en ocasiones llevará remates de latón en los montantes del respaldo. Un ejemplo bastante sencillo en su ornamentación pero ya de gran tamaño, y con los brazos curvos tallados lo tenemos en el retrato de Mariana de Austria pintado por Juan Carreño de Miranda hacia 1670 (Museo del Prado).


sábado, 1 de junio de 2013

Felipe Próspero de Austria.

    Felipe Próspero José Francisco Domingo Ignacio Antonio Buenaventura Diego Miguel Luis Alfonso Isidro Ramón Víctor de Austria (Madrid, 28 de noviembre de 1657 - Ibídem, 1 de noviembre de 1661). Príncipe de Asturias. Fue el tercer hijo y primer varón del matrimonio formado por Felipe IV de España y Mariana de Austria,  Antes de Felipe Próspero habían nacido de este matrimonio la infanta Margarita Teresa, la infanta María Ambrosia (nacida y muerta en 1654) y una niña nacida muerta e 1656. Aparte de la infanta Margarita Teresa y el futuro Carlos II, fue el único que superó los 2 años de vida.



    Su venida al mundo fue recibida con gran alegría, ya que desde la muerte del príncipe Baltasar Carlos en 1646 la Casa Real española carecía de herederos varones. Felipe fue inmediatamente convertido en Príncipe de Asturias. Los astrólogos solo predijeron la grandeza de su futuro, mientras que Felipe IV, no estaba completamente seguro de haber agradecido a Dios lo suficiente este nuevo nacimiento. En una carta a su amiga Sor María de Ágreda, escribió que "el recién nacido estaba bien", pero también hizo una referencia a la amarga memoria de la muerte de su hijo mayor. 

    El bautizo de Felipe Próspero tuvo lugar el 15 de diciembre por el arzobispo de Toledo en la capilla del Real Alcázar y se celebró durante varios meses. El agua bendita fue traída desde el río Jordán por unos frailes que habían regresado recientemente de Tierra Santa. El mismo Barrionuevo escribió que "el príncipe gritó vigorosamente después que fue bautizado y, atraído por la voz resonante, el rey, que estaba mirando a través de las celosías, exclamó:" ¡Ah, que bien suena eso, la casa huele ahora a hombre '".   Las cartas del embajador florentino en Madrid, Ludovico Incontri, testimonian que en enero hubo en Madrid una gran mascarada de casi cien caballeros Grandes de España y a fines de ese mes o principios de febrero se hizo una fiesta de cañas en la Plaza Real entre sesenta y cuatro hombres a caballo.

    El teatro vino a sumarse a esos festejos con comedias como las de CalderónEl principe constanteEl laurel de Apolo y Afectos de odio y amor; las de Solís entre las que destacó Triunfos de amor y fortuna, y El laberinto de amor de Diego Gutiérrez, todas ellas repetidas en diversas ocasiones a lo largo de los meses de aquel año de 1658 hasta llegar al primer cumpleaños del príncipe que se festejó desde el punto de vista teatral con Los tres afectos de amor de Calderón.

    Existe una descripción muy completa de estos y otros festejos en torno a este natalicio real en la relación de R. Méndez Silva, Gloriosa celebridad de España en el feliz nacimiento y solemnisimo bautismo de su deseado príncipe D. Felipe Prospero, hijo del gran Monarca D. Felipe IV y de la esclarecida Reyna D. Mariana, Madrid, Francisco Nieto de Salcedo. A costa de Domingo de Palacios y Villegas, 1658.

    Sin embargo, debido a las varias generaciones de endogamia (su madre era sobrina de su padre), Felipe Próspero fue severamente epiléptico. La endogamia estaba tan extendida en su familia, que sus ocho bisabuelos eran descendientes de la reina Juana de Castilla y Felipe el archiduque de Austria.

    Felipe IV consciente de la importancia del pequeño Felipe Próspero le hizo jurar como Príncipe de Asturias apenas un año después de su nacimiento en 1658. En 1659 los primeros ministros de Francia y España habían estado negociando el fin de sus hostilidades durante dos años. Ahora que España tenía un heredero varón, estaba de acuerdo con la consolidación de la paz al concertar un casamiento entre la infanta María Teresa y el futuro Luis XIV de Francia. El resultado de las negociaciones fue el Tratado de los Pirineos, que estableció a Francia como nueva potencia dominante en el mundo.

    Sin embargo, la salud no acompañaba al nuevo heredero: del pecho y la cintura del niño colgaban campanillas y sonajeros dorados, higas de azabache y oro, cascabeles…, amuletos que en la mentalidad popular se consideraban protectores de la infancia contra la envidia, los celos, los maleficios y, lo que era más importante de todo en el caso del pequeño príncipe, contra las enfermedades y la muerte. Sin embargo, débil y enfermizo desde su nacimiento, poco pudieron hacer en su favor todos estos objetos, pues la anemia y los ataques epilépticos que padeció desde su nacimiento le condujeron a la muerte el 1 noviembre de 1661, cuando aún no había cumplido los cuatro años, y apenas cinco días antes del nacimiento del futuro Carlos II.

    El príncipe Felipe Próspero fue retratado en 1659 por Velázquez. El cuadro, que refleja una profunda ternura hacia el niño pero que también constituye un dramático reflejo de su naturaleza enfermiza, se encuentra hoy en el Kunsthistorisches Museum de Viena. En este retrato, el infante apoya su brazo derecho sobre un sillón, provocando compasión en vez de otorgarle majestuosidad, ya que su salud era precaria como lo demuestran los amuletos que porta. Sobre el sillón observamos a un perrillo faldero, cuya mirada acuosa acentúa la melancolía de la escena. Este can es uno de los mejores trozos de pintura ejecutados por el maestro Velázquez. La figura se ubica en una habitación, apreciándose al fondo una ventana por la que entra un rayo de luz. A la derecha se puede observar un taburete con un cojín sobre el que se coloca el sombrero. Predominan los tonos rojos en la obra y los tonos negros acrecentan el contraste entre los otros colores.