lunes, 26 de agosto de 2013

Jacques Doucet.

    Jacques Doucet (19 de febrero de 1853, París, Francia - 30 de octubre de 1929, París) fue un diseñador de moda francés. Conocido por sus vestuarios de tonos pastel con encajes, bordados y con otros adornos.

  
    Nacido en 1853, en el seno de una familia acomodada, este burgués, discreto y distinguido no dejó de aspirar a una sociedad cuyas mujeres más elegantes se vistieran con sus prendas.  Jacques parecía estar predestinado a convertirse en diseñador, al nacer en un barrio donde todas las grandes tiendas de modas de principios del siglo XX tenían su centro. En 1815 sus abuelos tenían un puesto en el 21 rue de la Paix de Paris donde vendían lencería. En 1824 abren una tienda en la misma calle, en donde estaban todas las grandes casas de moda de la época. Su padre Edouard Doucet amplió el negocio con ropa de caballeros. Sus clientes eran grandes nobles y aristócratas parisinos, entre ellos Charles X, Louis PhilippeNapoleón III.

    Jacques desde temprana edad comenzó a mostrar gran interés por la pintura y los elegantes vestidos femeninos. Además, en su infancia fue amigo de Gastón Worth y Jean-Philippe Worth, hijos de Charles Frederick Worth, fundador de la casa de modas Worth.


    En 1870 un nuevo departamento es fundado y confiado a Jacques. En 1879, siguiendo el modelo de Worth, transformó la tienda familiar en  un salón de moda para señoras con vestidos de noche elaborados con encaje, cinta de seda, flores, plumas, lazos, abalorios y bordados. De la tradición familiar, "monsieur Jacques" como lo llamaban sus ilustres clientes, conservó el gusto por los materiales ligeros, fluidos y translúcidos. Desde el primer momento, Doucet se consagró en cuerpo y alma a la alta costura, aunque en realidad lo que a él le preocupaba era el lujo. “No podemos permitirnos el lujo de prescindir del lujo”, decía Oscar Wilde. Con ese motivo, cubría sus vestidos en tonos pastel con puntillas y bordados, sobresaliendo su habilidad para superponer los colores en una visión pictórica. Pronto disfrutó de un gran reconocimiento, tanto es así, que aún hoy en día se le considera el creador de las prendas de noche más costosas y refinadas de su época.

    Doucet se inspiraba en las pinturas de los siglos XVII y XVIII, de las que era un ávido coleccionista, no sólo para sus apreciados trajes de noche, sino para sus famosas batas de casa con puntillas y encajes, tules y muselinas bordadas de flores o pintadas a mano. Esta elegancia de tocador era capaz de proveer a una sociedad acomodada, las numerosas indumentarias necesarias para el calendario mundano. De la temporada parisina a la vida de palacio, una dama se cambia de vestido una media de 5 veces al día. Al obedecer a unos imperativos que dejan poco lugar a la iniciativa del modisto, esta elegancia, destinada a perpetuar un ideal social, excluía todo tipo de sorpresa. Así, el modisto reservaba sus creaciones más originales a las actrices del momento entre las que destacaban: Celile Sorel, Sarah Bernhardt, Gabrielle Rejane, Liane de Pougy, o  La Bella Otero.


    A menudo bautizados con el anglicismo tea-gown, los vestidos de interior creados para las mujeres aristócratas por la casa Doucet, satisfacían perfectamente a estas flores de invernadero. Sin embargo, y según cuenta la experta en moda Charlotte Seeling, el estilo que pulió con tanto esmero, estaba inspirado en la elegante y exquisita moda del siglo XVIII. «Esta indumentaria - continúa Seeling- pensada para acontecimientos sociales de postín encontraba gran aceptación entre las damas que pretendían llamar la atención de los caballeros adinerados». Liane de Pougy, una de las mujeres galantes de más renombre de la época, escribió: «Doucet nos vestía como a honradas madres o como a esposas de coronel. Y siguió haciéndolo incluso después de que las honradas madres y las mujeres de los soldados decidieran que querían parecer cortesanas». A principios del siglo XX, Doucet se unió a la corriente que se proponía desplazar el rígido corsé, pero siempre mantuvo la calidad y el tratamiento clásico de las telas en la mayoría de los modelos que presentaba.

    El modisto vivió el ambiente artístico de su época hasta el extremo de que André Breton fue su secretario y consejero artístico. Su gran gusto le abocó a ir abandonando poco a poco la creación de moda por el coleccionismo. En 1909 crea una línea de investigación de historia del arte, además era conocido por sus colecciones de obras de arte y pinturas. El mismo año compra  la obra de Picasso “Demoiselles d’Avignon”. Se convirtió en un mecenas de los impresionistas y las esculturas africanas. Sus otras pasiones eran la fotografías y los dibujos de Watteau y Fragonard, pasteles de Fantin Latour, paisajes y cuadros de Guardi y bodegones de Chardin. En 1912 vende su colección de pinturas del siglo XVIII por temor a quedarse desfasado, para coleccionar cuadros de los artistas más destacados del momento.



    Jacques Doucet también destacó por permitir a los diseñadores que iban a revolucionar la moda, dar sus primeros pasos en el ambiente de la moda, descubriendo con su infalible olfato a nuevos talentos, como por ejemplo a  José de la Peña y a Paul Poiret. Éste concibió, durante su perturbador paso por la casa Doucet, el célebre traje blanco inmortalizado por Sarah Bernhardt el L´Aiglon. Entre estos dos hombres, a los que aparentemente todo separaba, existió un vínculo que unió sus universos. El maestro había presentido, comprendido y comulgado con algunas de las grandes revoluciones estéticas que iban a acaecer. No hubiera sabido, ni siquiera deseado, realizar una traducción práctica de ellas en su moda. Ese papel le correspondería a Poiret, su amigo y asistente. Madeleine Vionnet fue otra de sus discípulas, seguramente, dicen los expertos, la modista que más hizo por la liberación del cuerpo femenino.

    El final de la belle époque se llevaba con ella sus frufrús, la línea sinuosa y arqueada, las bandas de encaje con tonos de flores marchitas fabricadas artesanalmente, de forma más concienzuda que apasionada por Jacques Doucet, último sastre teatral de una sociedad que se acababa. Su reinado fue desapareciendo en los años veinte cuando la mujer se libera de la silueta S. Doucet presentó sus últimas creaciones de moda en el año 1924, en 1929 su  casa de modas se fusionó con Georges Doeuiller la cual no tuvo éxito cerrando sus puertas en 1932.


    Creada por el gran modisto Jacques Doucet, la biblioteca literaria que lleva su nombre, fue legado a la Universidad de París, por su voluntad del 1 de junio de 1929. Es una institución dedicada al estudio de las artes y las letras francesas, recoge la literatura francesa desde Charles Baudelaire a los escritos contemporáneos. Poseen más de 120.000 manuscritos y más de 35.000 libros, también archivos de prensa, fotografías y obras de arte.

    Fallece el 29 de Octubre de 1929 en su París natal. Para la posteridad dejó una estela de lujo y refinamiento.


Fuentes: Wikipedia, César Taibo, Descubriendo a Jacques Doucet, ABC de Sevilla.

martes, 20 de agosto de 2013

Paul Poiret.

    Modisto, decorador, pintor, escritor, conferenciante, fue un artista total, un amante del color y de la vida. Su influencia en la moda ha sido incuestionable y, todavía hoy en día, resulta imprescindible acercarse a sus creaciones para tener una visión completa de la misma. En 2007 el Metropolitan de Nueva York le dedicó una gran exposición: Paul Poiret. El Rey de la Moda, donde se podían ver algunas de las grandes piezas de indumentaria creadas por este genio.


     Paul Poiret (20 de abril de 1879, París- 30 de abril de 1944, París) nació en un ambiente propicio a los placeres sensuales, pues sus padres eran comerciantes de telas en el barrio de Les Halles, el célebre mercado textil parisino, en aquella época el "ombligo" de un París embellecido gracias a las intervenciones urbanísticas de Haussman. El padre regentaba un negocio de paños y la madre se ocupaba del hogar que contaba con otras tres hijas, además de Paul. Quizá ese ambiente mayoritariamente femenino hizo que, desde muy temprana edad, Poiret manifestara un gusto notable por las telas y los figurines de moda de los periódicos de la época. Él mismo cuenta como disfrutaba cuando salía con su madre y visitaba las tiendas de ropa y cosméticos.

    Desde muy joven se interesó por la cultura en sus diferentes expresiones: gran aficionado al ballet, al teatro, la pintura y la decoración, en definitiva, una tendencia al artista completo. En una época propicia para ello, en la que el arte fluía en París de una manera casi natural, las Exposiciones Universales de 1889 y 1900 había servido para poner en contacto propuestas y sensibilidades en muy diferentes ámbitos. También los Salones de Pintura de la época (sobre todo los no oficiales) tuvieron una gran influencia en Poiret, que los visitaba de un modo asiduo y en donde conoció la pintura impresionista y entró en contacto con artistas como Derain o Vlaminck o ilustradores como Paul Iribe.


     Terminó los estudios secundarios obligado por su padre y, acto seguido, entró como aprendiz y chico de los recados en el taller de un fabricante de paraguas. Su talante artístico y su convencimiento de que no había nada más importante que la apariencia externa, le condujeron hacia su auténtica vocación: el diseño de ropa. Así, pedía a su jefe los retales de seda que sobraban después de confeccionar los paraguas y por las noches elaboraba extravagantes vestidos que probaba a una de las muñecas de sus hermanas. Vendió algunos bocetos a la diseñadora Madeleine Cheruit, (una de las encargadas de Raudnitz-Soeurs) que le compró doce modelos y le pagó veinte francos por cada uno, entre los cuales estaba el diseño de una capa roja que fue un éxito total entre el público. Su carrera en la moda había empezado, y el momento no podía ser más propicio: Arrancaba la Belle Époque, que abarcó desde 1895 hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial.

    A partir de este momento entró en contacto con diferentes casas de moda, hasta que en 1896 el Sr. Doucet le propuso trabajar en exclusiva para él, junto al cual continuó su formación de diseño y costura, pero aprendió también algo que sería fundamental en su trayectoria posterior: la importancia de tratar bien a sus clientes. El primer modelo creado por Poiret para Doucet fue una esclavina con tiras de paño recortado alrededor del cuello. Se vendió cuatrocientas veces. También realizó gran número de trajes de chaqueta y falda ceñida a la cintura, que se llevaban sobre corsés. Su salario llegó a ser de quinientos francos, suma muy elevada para un joven diseñador. Fue una época de mucho aprendizaje y de contactos. Por la casa Doucet pasaban vedettes, actrices, cantantes de ópera, etc. Todo iba bien pero acabó siendo despedido de Doucet por cierta opinión negativa vertida sobre una revista protagonizada por la actriz Sarah Bernhadt, para la que Poiret había diseñado en 1900 el vestuario con que aparecía en la obra L'Aiglon (su primer papel masculino), lo que hizo que Doucet se desprendiera de su joven ayudante.


     Por esta misma época tuvo que acometer el servicio militar, donde no encajó demasiado bien la estricta disciplina. En 1901, cuando se licenció, volvió a entrar en contacto con la alta costura, en concreto con Gaston Worth, hijo del mítico Charles Frederick Worth, y contable de la firma en este momento, mientras que su hermano, Jean Worth, se ocupaba de la parte creativa, aunque casi en exclusiva dedicado a crear indumentaria de gala. Gaston veía como, cada vez con mayor frecuencia, sus clientes, a pesar de su alcurnia, le solicitaban “ropa de calle” más cómoda para los distintos ocios que iban surgiendo y para los que la ropa tan engalanada no era nada práctica. Sin embargo, su hermano Jean, no estaba dispuesto a “degradar” su arte creando tales prendas. Por esta razón Gastón le ofrece a Poiret encargarse de esta sección más mundana de la casa Worth. Poiret aceptó y realizó numerosos trajes sastre que se vendieron muy bien. A pesar de la buena aceptación de las prendas, el trabajo de Poiret no era valorado por Jean, ni por las empleadas de la casa, llegando incluso a sufrir algún que otro desprecio. Un día llegó a la tienda la Princesa Bariatinsky, lo que produjo gran revuelo, y Poiret, aprovechando la ocasión, mientras las modelos se preparaban para pasarle los diferentes diseños, le enseñó un abrigo de influencia oriental. La reacción fue de rechazo total. Ese día Poiret se guardó su orgullo.

    Poco después, en 1903, se le presentó la ocasión de abrir su propio negocio. La tienda se situó en el número 5 de la rue Auber. En cuanto abrió sus puertas toda la sociedad parisina desfiló por allí y una de sus prendas estrella fue el abrigo “Confucius”, que tanto había horrorizado a la citada princesa. Su primera cliente fue la entonces admiradísima e imitadísima actriz Réjane. Tres años más tarde Poiret era una celebridad conocida allá donde fuera y en cuyas fiestas se reunía el tout París.


     En 1905 se casó con Denise Boulet, que se convertiría en su musa inspiradora y con quien tuvo sus cinco hijos (Rosine, Martine, Colin, Perrine, y Gaspard). Años después se divorciaron en pésimos términos.

    En 1906 Poiret se traslada al número 37 de la rue Pasquier, una calle más amplia y, por tanto, más apropiada para acoger la afluencia de público. El local, un antiguo hotel, no contaba ni con escaparates ni rótulo. A pesar de todo, todas las grandes damas de París acudieron a su tienda, entre ellas Mrs. Asquith, a la que conoce en París y la que le introduce posteriormente en Londres. Es en esta época cuando Poiret introduce sus grandes innovaciones en lo que a la moda se refiere. Impulsó una cierta liberalización de la figura femenina, pues alargó el corsé hasta las caderas y redujo considerablemente el número de prendas interiores; sin embargo, seguían pareciéndole absurdas aquellas mujeres de curvas prominentes, así que volvió los ojos hacia el siglo anterior y retomó las líneas del Directorio francés para crear un modelo sencillo que se entallaba debajo del pecho y caía libremente hasta los pies. Lo llamó La Vague “la Ola”, pues parecía rodear el cuerpo en ondas marinas. El modelo estaba concebido para su esposa Denise Boulet, y que era, con su figura delgada y atractiva, la mejor modelo de los diseños de su esposo. Posteriormente elimina el uso del corsé a favor del sostén, liberando el cuerpo de la mujer y terminando de este modo con la silueta en “S”. Al buscar restaurar la naturalidad de los atuendos femeninos, Poiret fue responsable en parte de la obsolescencia del corsé. El motivo por el que Paul Poiret empezó esta batalla contra el corsé fue que encontraba ridículas a las mujeres de busto curvo y trasero prominente. La nueva mujer del diseñador era modesta, joven y de movimientos descaradamente libres. Bajo sus vestidos se escondía una hermosa figura y no un buen corsé. Pero la desaparición del corsé no era lo único que hacía parecer a las mujeres más jóvenes y atractivas, también contribuyeron a ello los colores vivos y estampados sencillos. Además, los densos tonos pastel propios de la belle époque dejaron paso a bellos estampados de tipo oriental. Fue uno de los promotores del estilo japonés, con la creación de unos vestidos tipo kimono, exóticos y vaporosos, que lucían las bailarinas Isadora DuncanMata-Hari. Para rematar el efecto, Poiret desterró las medias negras y cubrió las piernas con seda de color carne, que hacían el efecto de llevar las piernas desnudas. Sus creaciones solían estar adornadas con borlas, capas o chales con plumas de colores y estolas de zorro, que concedían un aire escénico a sus diseños. Lamentablemente su estilo pronto comenzó a degenerar. Cada vez subía más el talle, y en consecuencia, los pechos. Además, sus escotes eran cada vez más pronunciados y sus faldas más estrechas.


    En 1908 publicó un libro titulado Les robes de Paul Poiret, cuyas ilustraciones, obra de Paul Iribe, mostraban modelos elegantes y sencillos, ligeramente entallados, con los que se había hecho famoso. De su mano llegó también en 1911 otro folleto de moda, Les choses de Paul Poiret... vue par Georges Lepape (Las cosas de Paul Poiret... vistas por Georges Lepape), ilustrado por Lepape, uno de los más famosos ilustradores de su época. Ese mismo año presentó ante el público su falda tubo, la famosa jupe entravée, conocida también como "falda de medio paso" porque si bien liberaba las caderas, se estrechaba considerablemente entre la rodilla y el talón, hasta el punto de que sólo permitía a las mujeres caminar a pasitos (de ahí su nombre). El modelo desató una apasionada polémica entre el público, que pensaba que la genialidad de Poiret empezaba a degenerar, y no tuvo una vida demasiado larga. En esta ocasión las mujeres no siguieron los dictados del genio. Esto no preocupó mucho a Poiret, que siguió vistiendo a la mujer a su antojo con caftanes, quimonos y pantalones bombachos, y cubriéndola con velos, túnicas y turbantes. El lujo en todo su esplendor, bordados de vivos colores, puntillas de oro y plata, perlas y plumas. Paul Poiret fue el primer modisto en lanzar su propio perfume (diez años antes que la propia Coco Chanel) y en 1911 se aseguró un escándalo de inmejorables repercusiones publicitarias al presentar su falda pantalón, que recibió la condenación del mismísimo Pío X

    Hacia 1909, vuelve a cambiarse de local, esta vez a la Avenida d´Antin, una casa con unos amplios jardines que fueron testigo de numerosas fiestas, entre las más célebres la de las mil y dos noches, todo un despliegue de creatividad en el que Poiret disfrutaba con sus amigos y que pone de manifiesto uno de los rasgos que han definido la personalidad de este artista: la excentricidad. También en estos momentos se produce una ola de orientalismo y un estallido del color, acabando con la paleta de tonos empolvados, y así, aparecían las pieles ornando los vestidos, los pañuelos y los adornos de pedrería para el cabello. El punto de partida de esta tendencia no sabemos si arranca con Poiret o con el Ballet Ruso. En cualquier caso, ambos jugaron un papel decisivo. Es la época en la que Leon Bakst diseña el vestuario para Schéhérazade, Poiret lo plasma en la ropa de calle, y surgen sus grandes creaciones de aire oriental. Lo oriental era el último grito tras el éxito en 1909 de los Ballets Rusos de Sergei Diaghilev en París, que influenciaron en las artes, la moda y en definitiva, el estilo de la década. En esta misma línea exótica llegaron sus turbantes, caftanes, airones (una especie de tocados formados por grandes plumas de avestruz), pantalones de odalisca, etc., una serie de opulentas prendas de seda, brocados fastuosos y lamés de colores vivos, una pasión por todo lo oriental sin precedentes entre el público.


    Hacia  1911 Poiret se traslada a la rue Faubourgh Saint-Honoré, en el número 107. Por esta casa desfilaron durante más de quince años toda la vida parisina, la exótica y la más refinada. La primera planta estaba dedicada a salón de pruebas y allí tenían lugar los pases de modelos tal y como hoy los conocemos, aunque el primero en utilizar maniquís humanos fue Charles Frederick Worth. Este local también fue la sede de las dos empresas que Poiret creó para sus dos hijas, para Rosine, la mayor, un negocio de perfumes: Parfums de Rosine, y para Martine, la hija menor creó Les Ateliers de Martine, que era un taller de artes aplicadas donde daba empleo a jóvenes sin preparación para diseñar telas, tapices y muebles que luego eran elaborados por expertos artesanos. Las dos tuvieron una gran aceptación, aunque acabaron cayendo en desgracia y fueron afectadas con el crack de 1929. En esa misma época presentó uno de sus modelos más famosos, la "pantalla": una túnica corta armada con alambre en su parte baja (de manera que quedaba formando un círculo), la cual se llevaba sobre una falda larga y ceñida. Por aquel entonces sacó al mercado sus propios accesorios para vestir y para el hogar, creando un sello estético propio. Poiret no podía calificarse únicamente de modisto, pues era capaz de vender desde complementos hasta elementos de interiorismo. 


    En 1912 emprendió un viaje por Europa acompañado de un grupo de modelos para mostrar sus creaciones y cosechar nuevas ideas, aunque el resultado de estas aventuras no fuera satisfactorio del todo, porque le sometían a innumerables registros en las aduanas y no entendían el propósito de esas visitas. Probablemente era algo demasiado moderno para la época.  Estuvo en Londres, Berlín, Viena, Moscú, Marruecos, con el que estaba fascinado, y otras ciudades europeas. Al año siguiente, se presentó en Nueva York, aunque él mismo confesaría en sus memorias que no terminaba de conectar con el gusto americano, llevando consigo un documental sobre una de sus colecciones para mostrarlo a las potenciales clientes norteamericanas, que fue confiscado por su contenido "pornográfico" (aparecían mujeres en falda-pantalón). Durante estas incursiones fuera de Francia tuvo ocasión de comprobar cómo, en todas partes del mundo, se copiaban sus diseños, sus estampados y su estilo, así que, a su vuelta a Francia en 1914 se involucró en la creación del Sindicato para la Defensa de la Alta Costura Francesa, en lo que constituyó un intento de proteger las creaciones originales de los diseñadores de las copias piratas.

    Pero el creador no fue un visionario, simplemente vivió integrado en su época, en los años previos a la I Guerra Mundial. Durante ésta, el diseñador fue movilizado y, al regresar del frente comprobó con horror que todo había cambiado. Poiret no pudo comprender que la guerra había hecho más por la independencia de las mujeres que la moda. Decidido a recuperar su anterior preeminencia, creyó que podría recuperar a su antigua clientela dando lujosas fiestas y exposiciones que, lejos de volver a auparle, le llevaron a la ruina.  Amargado al ver como otros triunfaban con sus ideas, y abandonado por su mujer, se retiró a la Provenza y pasó sus últimos años entregado a la pintura. En 1924-25 se hizo construir por el arquitecto Robert Mallet-Stevens una villa llamada "El paquebote", hoy conocida como Villa Paul Poiret en Mézy-sur-Seine, que nunca llegó a habitar debido a la quiebra de la costurería en 1929.


    Publicó en 1930 “En habillant l'époque” (Bernard Grasset) y tres libros de memorias. Dos años antes publicó “Pan, Annuaire du luxe à Paris” (Éditions Devambez) con la participación de celebridades como Jean Cocteau y Raoul Dufy. Su amigo André Derain lo inmortalizó en un retrato.

    Se cuenta que hacia el final de su carrera Poiret encontró a Coco Chanel, su rival y enemiga en el gusto de la moda parisina, vestida con sus severos trajes negros preguntándole: "Perdón señorita, ¿por quien lleva ese luto?" A lo que ella respondió: "Por usted señor".

    A su muerte en 1944 dejó un libro de memorias que, haciendo alarde de seguridad en sí mismo, tituló “Yo vestí a mi época”.


Fuentes: Estilo y moda. Entre seda y algodón. MCN Biografías.

sábado, 17 de agosto de 2013

Charles Frederick Worth.

    Fue el modisto inglés que inventó la alta costura francesa. Pero aún hizo más: enseñó a las mujeres que para ser fascinantes no bastaba con un buen vestido, hacía falta también una joya, el peinado adecuado y un buen perfume. También es considerado el padre de la alta costura. Esta afirmación se debe a que fue pionero a la hora de firmar sus diseños, al igual que hacían artistas de otros campos como la pintura o la literatura. Por otro lado, año tras año creaba una nueva colección, lo cual no se había hecho hasta el momento. Esta es una práctica habitual entre los diseñadores de la actualidad.


     Charles Frederick Worth nació en Inglaterra en 1825, en la pequeña ciudad de Bourne, en Lincolnshire, y como todos los niños, estudiaba poco, jugaba mucho y debía oír cómo sus padres, siempre preocupados por el ajustado presupuesto familiar, le decían que si seguía siendo tan indisciplinado le mandarían a trabajar. Y así sucedió al cumplir los doce años, colocándose como dependiente en Londres, en el departamento de tejidos de Swan & Edgar, un gran almacén muy elegante situado en la esquina de Piccadilly con Regent Street. La paga inicial era de cinco chelines a la semana, pero muy pronto aumentó porque el chico demostró ser diligente y responsable. Tenía muchas ganas de aprender, y pasaba los domingos visitando museos y copiando en su álbum los vestidos de las damas que aparecían retratadas en los cuadros, una ocupación que le gustaba mucho y que le serviría en su futura profesión.

    Worth acabó siendo tan bueno en el arte de manejar las telas, que, en 1843, a los 18 años, logró entrar como aprendiz en el taller del sastre para caballeros Allenby. Dos años más tarde, en 1845, fue contratado por Gagelin y Opiguez, unos importantes comerciantes de París que habían llegado a la capital británica buscando un joven sastre capaz de atender y aconsejar a la clientela inglesa que visitaba su tienda. Worth tenía tan sólo 19 años, pero no se hizo repetir dos veces la invitación y aceptó en seguida; se embarcó hacia París y pocos años más tarde fue promovido a "diseñador", aunque en la época el término todavía no existía. La palabra modisto se creó especialmente para calificar a Worth, que consiguió unir la técnica inglesa del corte, con el derroche de elegancia propio de los franceses.


    En aquella época, París era considerada el centro del buen gusto, la ciudad del lujo y el despilfarro. Además, tras las bambalinas del teatro de la elegancia, París disponía de todo lo necesario para satisfacer las exigencias de la vanidad: se había creado una enorme infraestructura bajo el llamado de la moda; estaban los proveedores de accesorios como medias, guantes, botones, cinturones, hebillas, plumas, zapatos, joyería y bisutería; estaban las cortadoras, las costureras, las bordadoras, las planchadoras, las tejedoras; en fin, un gran número de personas se sostenía gracias a la vanidad de la alta sociedad. París ofrecía lo más exquisito a una clientela que consideraba la moda como una parte imprescindible de su estilo de vida, exclusivo y lujoso.

    Las líneas de Worth eran sencillas, redujo la crinolina, de modo que la falda caía plana por la parte delantera y recogió el exceso de tela por detrás. Fue él, de todas formas, quién inventó los bordados para los tejidos que las señoras llevaban en sus corpiños. Sus ideas eran tan geniales que la única medalla de oro que se adjudicó Francia en la "Great Exibition" de Londres de 1851 fue para Gaguelin y Opiguez precisamente por un bordado inventado por Worth.

    Pasaron los años y Wort decidió casarse con Marie Venet, una dependienta de la mercería en la que trabajaba, y soñaba con instalarse por su cuenta. La ocasión le llegó a los 32 años, en 1858, cuando conoció a un modisto sueco, Otto Bobergh, que quería trabajar en París. Juntaron sus capitales para abrir un taller muy pequeño, pero en un lugar prestigioso, el 7 de la rue de la Paix. El éxito llegó en tan solo dos años. Las cosas comenzaban a funcionar bien, pero no sin dificultades; de hecho, la profesión de modisto aún no existía, y era Worth quien debía inventarla, cosa difícil en un mundo en el que los trajes para caballero los cosían los sastres y los de señora las modistas, por lo que los maridos de las clientes de Worth no veían con buenos ojos el hecho de que un caballero barbudo probase los vestidos a sus mujeres en corset y miriñaque.


    Mister Charles Frederick Worth, que después sería monsieur Worth, fue el primer modisto o diseñador que atendió a su clientela en su propio salón. Al principio no resultó fácil, pero logró captar como cliente a la esposa del embajador de Austria en París, la princesa Pauline de Metternich, quien supo de él cuando su esposa, Marie Vernet, le llevó algunos diseños. “Madame Chiffon”, sobrenombre de la embajadora, se indignó ante la idea de que un inglés pretendiera vestir a las francesas, pero a pesar de eso, al ver los diseños y dado que ella era austriaca, encargó dos modelos, uno de día y otro de noche. Cuando Eugenia de Montijo, esposa del emperador Napoleón III, vio en una recepción el modelo de noche, pidió que le presentaran al diseñador; a la mañana siguiente convocó a Worth a palacio.

    Después de su encuentro con la emperatriz Eugenia de Montijo y del entusiasmo de ésta ante sus creaciones, la carrera de Worth estaba asegurada. Se convirtió en el proveedor de la corte francesa y, en consecuencia, en el de las cortes europeas, entre las que se encontraba la inglesa, cuya reina Victoria era gran amiga de Eugenia. Personajes de  la alta sociedad, actrices como Sarah Bernhardt y alguna que otra demimondaine, también se encontraban entre sus clientes.

    Contrario a la costumbre de que la cliente en cuestión ordenaba un vestido según una muestra y dependiendo del tiempo de entrega o del precio éste se confeccionaba o no, o de que la cliente proponía un diseño, el sastre lo confeccionaba, recibía su salario y se perdía en el anonimato, en la maison Worth el diseñador presentaba los modelos ya confeccionados y la cliente podía elegir, pero no hacer cambios. Para proteger sus creaciones cada una llevaba una etiqueta con su firma, con lo que no sólo aseguraba su autoría, sino que se creaba la marca, distintivo inconfundible y capital de una casa de modas.


    Fue Worth quien convenció a Eugenia para que cambiara la crinolina, haciendo que la falda se deslizara plana por delante y la tela sobrante se recogiera en la parte posterior del cuerpo, dejándola caer en una cascada de volantes acabados en una cola. Esta idea fue precursora del polisón. Worth no sólo no cambió el diseño ni el estilo ni la estructura de los vestidos de su época –salvo en el caso de la emperatriz y la crinolina– sino que rememoró los bordados fastuosos de los tiempos de Luis XIV y revivió la polonaise, vestido creado para la reina María Antonieta, presentando un modelo consistente en un corpiño y una falda que, a su vez, cubría otra falda. La riqueza de sus materiales y sus pequeños cambios en la apariencia de las prendas fueron definitivos para su éxito. Worth estaba convencido de que era un genio y que sus creaciones eran irresistibles y, en cierto modo, tenía razón. Fue el primero en presentar sus vestidos en maniquíes de carne y hueso, con lo que daba vida a sus diseños. También fue el primero en hacer desfiles de moda para presentar sus colecciones. Al principio una vez al año, después dos, en primavera y otoño, en las que no sólo se preocupaba de sus creaciones, sino que escogía los peinados, los accesorios y las joyas que realzarían cada vestido, con lo que enseñó sutilmente a su clientela a combinar los conjuntos de manera armoniosa. El joyero que le proporcionaba los collares y las diademas era un tal Cartier, que tenía su taller en la misma rue de la Paix. Pronto, la relación entre ambos  creadores sería tan estrecha que una nieta de Worth, Andrée Caroline, se casó con un hijo de Cartier, Louis, y más tarde se crearían a su vez nuevos parentescos entre los bisnietos.

    Después que Otto Bobergh decidiera retirarse por razones de salud, Wort se convirtió en "el modisto". Era un personaje lleno de fantasía y dotado de ideas innovadoras. Sin embargo, tuvo que cerrar su casa durante la guerra franco-prusiana para reabrirla después, esta vez con el nombre de Maison Worth. La caída del Imperio en 1870 y el advenimiento, una vez más, de la República no hicieron mella en el éxito de Worth. Las monarquías española, italiana, holandesa y rusa, así como las ricas herederas americanas y las luminarias del mundo artístico, permanecieron fieles a sus creaciones.


    Worth también fue el creador de la Cámara sindical de la Alta Costura, la Chambre Syndical du I’Haute Couture, en 1880, para proteger sus diseños de los falsificadores y donde especificó el reglamento para que un diseñador pudiera ser llamado couturier (modista). Asimismo mejoró el bienestar de las costureras proporcionándoles seguridad social y vacaciones pagadas, fijó fechas para la presentación de las colecciones y el número de modelos que podían desfilar, además de establecer la actividad propagandística y las relaciones con la prensa.

    Charles Frederick Worth murió el 10 de marzo de 1895. Tenía dos hijos, Jean-Philippe y Gastón, quienes habían entrado en la empresa en 1874, el primero como diseñador y director creativo, el segundo como director comercial. Ellos fueron sus sucesores. Al retirarse su tío Jean-Philippe de la empresa en 1910, Jean-Charles, hijo de Gastón, tomó la dirección artística y en 1922 su hermano Jacques la administrativa. Jean-Charles, digno nieto de su abuelo, creó la Escuela de la Cámara Sindical.

    En los años veinte, la silueta femenina desapareció y en su lugar las mujeres aparecían planas desde cualquier ángulo que se las mirara. En la Maison Worth ese efecto desolador se volvió soportable por la belleza de las telas bordadas que recordaban los diseños de Charles Frederick Worth. La Maison Worth desapareció finalmente en 1956.


Fuentes: Y me duele hasta la sangre, Libros Aguilar y Wikipedia.

lunes, 12 de agosto de 2013

El rey de los perfumistas.

    
    Guerlain, un hombre de orígenes humildes, logró convertirse en breve tiempo, gracias a su habilidad y tenacidad, en el perfumista más exclusivo de Francia.



    Pierre-François-Pascal Guerlain era el hijo de un modesto hojalatero que vivía en la ciudad de Abbeville, en la Picardía (Francia). Su sueño era el de convertirse en químico y, allá por el año 1820, logró convencer a su padre para que le dejara ir a cursar estudios en Inglaterra. Sin embargo, una vez hubo llegado a Londres, tuvo que buscarse un trabajo para procurarse el sustento. Al poco tiempo consiguió un modesto empleo como aprendiz en una tienda de Bond Street que vendía aceites aromáticos y jabones perfumados. Aquel trabajo le fascinó desde el primer momento y, favorecido por los estudios de química que estaba siguiendo, logró convertirse sin demasiada dificultad en ayudante del maestro perfumista. De este modo, su vida comenzó a transcurrir entre alambiques y esencias, aprendiendo todos los secretos del que ya era su nuevo oficio. Cuando regresó a Francia, en 1828, abrió una tienda en la parisina rue de Rivoli.



   Al principio sólo vendió productos a los que daba nombres ingleses, que por aquel entonces estaban de moda. Pero al cabo de poco tiempo empezó a recibir pedidos para desarrollar fragancias personalizadas, y de esta manera, naturalmente, los nombres de sus fragancias se afrancesaron.
   En aquellos tiempos, el máximo lujo para una dama de la alta sociedad parisina era, cada vez más, participar en un baile poniéndose un perfume exclusivo que nadie hubiese olido ni llevado nunca.
   Sin embargo, Guerlain contaba también con muchos hombres entre sus clientes (uno de los primeros fue el novelista francés Honoré de Balzac) e incluso algunos periódicos. En efecto, Guerlain perfumó a mano todas las copias de una edición especial del  Journal des Elégances, y desde aquel día toda la buena sociedad parisina tomó la costumbre de dirigirse a su tienda para que le aromatizara los libros y el papel de carta.



   Pero la actividad de Guerlain no se reducía al diseño y venta de perfumes, sino que también encontraba tiempo para preparar dentífricos, vinagres (contra desmayos) y cremas blanqueadoras para el ostro y las manos. No obstante, fueron las eauxolorosas que inventaba continuamente las que le dieron notoriedad.
   La primera de ellas fue una Eau de Judée a la lavanda que se vendía a cinco francos el litro, pero hacia 1834 (es decir, cuando hacía solo seis años que se había establecido en París) ya comercializaba una Eau de la Reine a quince francos el litro y estaba orgulloso de ser considerado el perfumista más caro de toda la ciudad.



   Más que las "eaux" con la fragancia de una sola flor, a Guerlain le gustaba mezclar flores y frutas para obtener aromas a los que daba nombres exóticos como Bouquet Sierra Morena. Pero para su eau más importante creada en principio para uso exclusivo de la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, se vendió con un nombre muy simple, Imperiale.
   A medida que aumentaba su fama, su tienda se amplió, y muchos aspirantes a perfumistas solicitaron estudiar a su lado para, como había hecho él mismo en Londres, aprender todos los secretos de la profesión.



   Los Guerlain han sido una auténtica dinastía de perfumistas: al padre Pierre-François-Pascal le sucedieron su hijo Aimé, su nieto Jacques y sus bisnietos Pierre y Jean-Paul, nacido este último en 1937 y que actualmente se encarga de las nuevas producciones. Cada uno de ellos ha creado perfumes que son obras maestras, pero es Jacques quién firmó los que se han convertido en más famosos, como Mitsouko o Shalimar. Aún hoy, Guerlain conserva una estructura familiar, y en París, únicamente las siete "boutiques" Guerlain venden estas creaciones.


   Los historiadores datan 1889 como el nacimiento de la perfumería moderna: en aquel año, Aimé Guerlain, hijo del fundador de la maison, Pierre-François-Pascal, creó Jicky con la ayuda de su nieto Jacques, quién a la sazón no era más que un muchacho pero que al cabo de unos años se convertiría en el mejor "nariz" de toda la familia. Jicky tomó su nombre del apodo que Aimé había dado a su nieto. Es un perfume de la familia de los fougère, en el que se encuentran notas de hespéridas y de lavanda, y está considerado el primer representante de la perfumería moderna, porque en él se utilizan por primera vez ciertos rasgos "sintéticos" que tendrían un explosivo triunfo con el Nº 5 de Chanel treinta y cuatro años más tarde. Como todas las verdaderas novedades, Jicky no gustó cuando fue presentado por primera vez: las señoras, que se habían acostumbrado a los perfumes de Guerlain realizados a partir de grandes ramos de flores, encontraron que tenía una fragancia demasiado "dura, fría y masculina". Por esta razón, al principio fueron sobre todo los hombres quienes usaron Jicky; las mujeres no comenzaron a apreciarlo hasta unos años más tarde, gracias sobre todo a la pionera Sarah Bernhardt, quien luego lo usó durante toda su vida.




    Después de Jicky, las creaciones de Guerlain son incontables; hay quien ha intentado determinar su número, llegando a la considerable cifra de 323, entre las cuales figuran auténticos hitos en la historia de la perfumería: desde el primer "masculino" verdadero,  Mouchoir de Monsieur de 1904, a Mitsouko de 1919, Shalimar de 1925, Vol de Nuit, de 1933, Chant dÄrômes de 1962, Habit Rouge de 1965, Chamade de 1969, Jardins de Bagatelle de 1983, Derby de 1985, o Samsara de 1989.

viernes, 9 de agosto de 2013

Marie-Jeanne Rose Bertín.


La ministra de modas.

    Marie-Jeanne Rose Bertin (2 de julio de 1747, Abbeville, Picardie, Francia - 22 de Septiembre de 1813, Epinay sur Seine) fue unamarchande du modes. Sombrerera y modista de la reina Marie Antoinette fue la primera diseñadora francesa célebre. Se le acredita abiertamente el haber traído la moda y la alta costura a la palestra pública.

    Marie-Jeanne Rose Bertin, conocida como Rose Bertin, vio cómo su carrera de sombrerera y modista (“marchande de modes”) se disparaba cuando Mare Antoinette, la joven reina de Francia, la convirtió en su “Ministra de la moda”. Junto a la soberana, esta costurera tendría una gran influencia en la moda de su época e implantaría las bases de la alta costura.




    La tienda de Rose Bertin estuvo localizada cerca de la Opera de Paris en la "rue Saint-Honore", epicentro de la moda europea. Su establecimiento ostentaba grandes ventanas con muestras diseñadas para distraer a los transeúntes del Palacio Real. Con sus artísticos arreglos de sombreros, chals, abanicos, sombreros, lentejuelas, encajes, flores de seda, piedras preciosas, cordones y otros accesorios. La muestra funcionaba como el hechizo del canto de una sirena. Una vez atraído hacia el interior, conducido en la puerta por un hombre uniformado, el potencial cliente se encontraba a sí mismo en un lugar lujoso cual salón de aristócrata; figuras doradas adornaban los techos, largos espejos y finas pinturas colgadas en las paredes, y costosos muebles que estaban repartidos entre pilas de damascos, sedas, brocados y otros tejidos que anunciaban el verdadero propósito del lugar. Rose Bertin presidía el equipo de elegantes vendedoras con aire de suprema autoridad.

    Bertin fue aprendiz de modista a muy temprana edad, a los 15 años llega a Paris. Abrió su propia tienda de ropa "Le Grand Mogol" en 1770 y rápidamente encontró clientas entre las influyentes damas de la nobleza, incluyendo a la duquesa de Chartres, que se encaprichó con sus diseños.

    Cuando Marie Antoinette llega de Austria a Francia, acoge los nuevos estilos y modas como forma de mostrar su sincera dedicación a su nuevo país. La duquesa de Chartres le presenta a Rose Bertin en 1772. En un cuarto especial en el palacio de Versalles Rose Bertin creaba nuevos y numerosos vestidos para la reina Marie Antoinette, ya que Bertin no podía ser admitida en el compartimiento donde esperaba la reina y sus damas, por ser plebeya.



    Dos semanas, después de la coronación de Marie Antoinette, Bertin presentaba sus nuevas creaciones a la joven reina y pasaba horas discutiendo sus creaciones. La reina adoraba su guardarropa y estaba apasionada con cada detalle y Bertin su sombrerera se convirtió en su confidente y amiga.

    Encargada por Luís XVI de organizar los placeres de la Corte, María Antonieta se apasionó especialmente por la moda. Para garantizar el éxito de sus apariciones públicas, la reina no dudaba en recibir a la plebeya Rose Bertin a solas para recibir sus consejos estéticos, aunque ello significase transgredir las normas de etiqueta. Así pues, Rose Bertin influenció la moda de su época lanzando sin cesar nuevas tendencias, como el Gran Vestido de Corte (“Grand Habit de Cour”), los tocados altos o los vestidos campestres de muselina con que María Antonieta se vestía en Trianón. Todo ello hizo que muy pronto se la considerase la “Ministra de la moda”.

    Bertin usaba y exageraba las modas más importantes para Marie Antoinette con peinados altísimos. La moda del Pouf alcanzó tales extremos que se convirtió en la marca del periodo, llegando a decorar el cabello con ornamentos y objetos que mostraban eventos recientes. Trabajando con Leonard, el peluquero de la reina, Bertin creaba peinados que se volvían el furor de toda Europa: el cabello podía ser adornado, estilizado, cortado dentro de definidas escenas, y modelado dentro formas y objetos y oscilaba desde recientes chismes de nacimientos de las infidelidades de los maridos hasta barcos navieros franceses como el Belle Boulle, hasta el Pouf “a los insurrectos” en honor a la guerra de revolución norteamericana. El peinado más famoso de la reina fue “la inoculación” pouf que ella usaba para publicitar su éxito al persuadir al rey para vacunarse contra la viruela.



    La moda continuó su fluctuante progreso; y los sombreros y adornos de la cabeza altísimos con sus superestructuras de gasa, flores y plumas, impedían a las mujeres encontrar carruajes suficientemente altos para entrar, y muy a menudo se les veía inclinadas, o manteniendo sus cabezas adornadas fuera de la ventana. Si el uso de estas extravagantes plumas y adornos en la cabeza hubiera continuado, dicen las memorias de este periodo muy seriamente, habría efectuado una revolución en la arquitectura, y  hubiera sido necesario agrandar las puertas y techos de los teatros, y particularmente el cuerpo del carruaje.

    La reina ordenó los más recientes looks a Rose Bertin, entre ellos el provocativo “robe a la polonaise”, con el corpiño que realzaba el pecho, y ondulantes faldas que descubrían los tobillos.Todo el conjunto era coronado por un "pouf" rematado con pamelas de paja adornadas con cintas y flores de tela.
    
    Los imponentes robes à paniers cubiertos con pedrerías y volantes, los zapatos bordados con diamantes, y los peinados monumentales son llevados esencialmente en la corte, en los bailes, en las fiestas o en el teatro. En la vida ordinaria, bajo la influencia de las ideas de Jean- Jacques Rousseau que predica la simplicidad de las costumbres y una vuelta a la naturaleza, la moda tiende hacia una mayor sobriedad. Se adoptan los vestidos simples tales como la “robe à la polonaise”, también llamado “robe à la reine”, cuyos lados traseros podían ser levantados o bajados gracias a cordones.



    A partir de los años 1780 una cierta anglomanía se apodera de la moda francesa.  Marie Antoinette adopta esta anglofilia usando el redingote, (riding-coat) Abrigo de montar a caballo, con lo que ofende a los patriotas franceses.

    Marie Antoinette convocó a Bertin para vestir unas muñecas a la última moda como regalo para sus hermanas y su madre la emperatriz  María Theresa de Austria, estas muñecas fueron llamadas "Pandoras", y podían estar hechas de cera, madera o porcelana, tenían un poco menos del tamaño que una muñeca de juguete común, o podían ser tan grandes como la mitad o igual a una persona real. Estuvieron en boga antes de la aparición de las revistas de moda.

    En 1783 Marie Louise Élisabeth Vigée-Lebrun retrató a Marie Antoinette luciendo la famosa "robe chemise" diseñada por Rose Bertin, lo cual fue tan escandaloso para su época que se tuvo que pintar un segundo retrato de la Reina con un adecuado vestido de corte.

    Bertin llega a vestir a la reina Sophie-Madelaine de Suecia, a la reina María Luisa de España, a la reina de Bohemia, a la reina de Suiza, a la Duquesa de Devonshire y a la Zarina de Rusia, y otras personalidades de la época, creando un auténtico imperio del traje desde su tienda en la calle Saint Honoré.



    Los vestidos y el cabello se convirtieron en el vehículo personal de la expresión de Marie Antoinette, y Bertin vistió a la reina desde 1770 hasta su destronamiento en 1792. Bertin llegó a ser la figura más poderosa de la corte, y ella presenció y algunas veces efectuó profundos cambios en la sociedad francesa. Sus largos y ostentosos trajes aseguraban que quien los usara tomaría al menos tres veces más espacio que su contraparte masculina, en este sentido daba a la figura femenina una imponente y no pasiva presencia. Sus creaciones también establecieron a Francia como centro de la moda, y desde entonces los vestidos hechos en Paris fueron enviados a Londres, Venecia, Viena, St. Petersburgo y Constantinopla. La imitada elegancia parisina establecía la reputación mundial de la" haute couture française".

    Amiga íntima de la reina, su posición le permitió convertirse rápidamente en la primera sombrerera y modista del reino y amasar una considerable fortuna. Entre sus clientes se encontraban la familia real, la retratista Elisabeth Vigée-Le Brun, el Marqués de Lafayette e incluso algunas reinas extranjeras. Sin embargo, en vísperas de la Revolución, mientras el pueblo moría de hambre, numerosos panfletos denunciaban a Rose Bertin como una “fabricante de lujo corrompida y corruptora”. Bajo el generoso patrocinio de la reina, el nombre de Bertin se convirtió en el sinónimo de la elegancia y de los excesos de Versalles. La cercana relación de Bertin con la Reina la proveyó de una valiosa experiencia en cuanto al significado de la moda en el aspecto social y político en la corte francesa.

    Mientras culpaban a la reina de todos los derroches y excesos, las francesas la imitaron oculto. No había una sola mujer que no imitara el mismo vestido, la misma capa y las mismas plumas que le habían visto usar a la reina. Las mujeres se agolpaban alrededor de Mademoiselle Bertin, su sombrerera y modista. Había una absoluta revolución en el vestido de las damas, quienes daban importancia a esa mujer. Las madres y maridos murmuraban, dando lugar a escenas de discusiones domésticas con la queja de que: "Esa reina será la ruina de todas las damas francesas".



    Los precios de Rose Bertin eran exorbitantes, así lo documentan los records anuales de los gastos de ropa de Marie Antoinette en las cuentas de la modista, pues la reina nunca usaba nada dos veces. Los trajes y sombreros de Bertin podían fácilmente costar 20 veces más de lo que una hábil costurera de la época ganaba al año.

  Cuando estalla la revolución, Marie Antoinete instintivamente abandona las nuevas tendencias. Nerviosos, los burgueses y nobles, incluyendo el rey, adoptan la insignia tricolor republicana con simples y modestos trajes tricolores. Pero la reina utiliza una insignia blanca Borbón, y un nuevo vestido de color purpura y dorado, y usa sus diamantes. Todos podían ver como Marie Antoinette no tenía sentido político, solo una fe ciega en el privilegio real. Su destino sería firmemente marcado con la toma de la Bastilla.

    En los primeros días de la Revolución, los modistas se inspiraron en los acontecimientos para confeccionar nuevas colecciones como las ligas “a la Mirabeau”, o los sombreros “a la Desmoulins”. Reticente, Rose Bertin rechazó crear vestidos “a la igualdad” o las pañoletas “a la constitución”, y tan sólo sacó algunas escarapelas. Por otra parte, tras el encarcelamiento de la familia real, la modista continuó entregando prendas a María Antonieta, aunque más modestas. Las últimas prendas que llevó la reina, durante su traslado a la Conserjería, las había realizado “Le Grand Mogol”, el establecimiento parisino de Rose Bertin. Ni siquiera la naciente revolución hizo bajar los precios de Bertin, la demanda de vestidos y el apego de la Reina a la moda fue lo que quizás la llevo al arresto que resultara en llevarla a la guillotina.

    A principios del mes de junio de 1791, previo al plan de escape de Marie Antoinette y su esposo, arreglado para el 20 de ese mes, la Reina ordenó a Rose Bertin una gran cantidad de trajes para viajar para ser hechos lo antes posible. El descubrir la orden, se cree fue la confirmación de la sospecha del plan de escape de la Familia Real fuera de Francia.



    Durante la Revolución Francesa, cuando muchos de sus nobles clientes fueron ejecutados (incluyendo la reina, guillotinada) o huyeron al extranjero, Bertin trasladó su negocio a Londres.
  
    Mientras tanto, pudo atender a sus antiguas clientes entre las emigrantes, y su moda de las muñecas de moda (pouppeè du mode) continuó circulando por capitales europeas, tan lejanas como St.Petersburgo.

    Eventualmente Bertin regresó a Francia en 1795, donde Joséphine de Beauharnais (primera esposa de Napoleón) se volvió clienta por un tiempo, pero encontró que esos excesos de la moda pasada, se habían debilitado tras la Revolución Francesa.

    Al iniciar el siglo XIX , Bertin transfirió su negocio a su sobrina y se retiró. Murió en 1813 en su casa de Epinay sur Seine.

    La revolución del vestir – las últimas tres décadas del siglo XVIII son consideradas una revolución de la moda cuando las marchandes de modes emergieron como una fuerza mayor en el negocio del tejido francés, guiada por el crecimiento de la producción textil y los cambios de actitud hacia el consumo.

Fuentes: Wikipedia y Chateau de Versailles.