¿Cuáles son los ideales de esta era?
El primero, quizás el más perceptible, es el ideal de progreso. Progreso
científico (Darwin), progreso
económico (Stuart Mill y
librecambistas de Manchester), progreso social (a pesar de las lacras de
miseria de la nueva sociedad industrial), progreso tecnológico (ferrocarril,
industria textil del norte de Inglaterra). Nada tan palpable en la era
victoriana como el progreso.
La segunda característica que se
advierte en la literatura de la época victoriana es un cierto espíritu
didáctico (la filosofía de Carlyle)
y moralista (la novelística de Dickens).
Hay tener en cuenta que, junto a la revolución industrial, se ha ido produciendo
en Inglaterra una revolución social que hacía que millares de personas, hasta
entonces analfabetas, accedieran a la cultura de la letra impresa. El escritor
se sentía “educador” de estas masas proletarias y de clase media. Se explica
así el auge del melodrama y las novelas por entregas para satisfacer exiguas
necesidades culturales de estas clases sociales.
Otro de los ideales de la era
victoriana era, sin duda el espíritu de descubrimiento y aventura. Los viajes
de Livingstone y Stanley apasionaban al público inglés,
que seguía sus aventuras por el corazón de Africa con entusiasmo.
También es propio de la era
victoriana un cierto espíritu religioso, incluso místico, que trataba de
hermanar los grandes descubrimientos científicos y técnicos con una nueva fé en
Dios.
Quizás la característica esencial
de la era victoriana sea su sentido práctico —utilitarismo; en cierto modo el
capitalismo actual es una vertiente de entonces—, su búsqueda de la realización
personal y colectiva, su sentido de lo que los ingleses llaman el fulfilment o el accomplishment.
He dejado adrede para el final un
ideal de la época victoriana que a menudo se olvida y -más a menudo aún- se
ignora. Esta nueva sociedad inglesa tan aparentemente abocada al trabajo, a la
moral y a las buenas costumbres, inventa el juego, en todos los sentidos y
direcciones que este término abarca. Desde el backgammon y los juegos de casino, las charadas y juegos de salón,
hasta los deportes de campo, como el rugby, el tenis, el cricket y el fútbol. Sin
olvidar el croquet, que es una mezcla de juego de salón y de campo.
Naturalmente, algunos de estos juegos eran ya conocidos antes de la era
victoriana, pero es sin duda esta sociedad la que los practica y pone de moda,
difundiéndolos por todo el orbe terráqueo. Sin temor a la exageración, podíamos
hablar de la aparición de un «homo ludens», es decir, de un hombre que,
fundamentalmente, se realiza jugando.
Prostitución.
La doble moral sexual es propia
de la era victoriana. La reina mandó alargar los manteles de palacio para que
cubrieran las patas de la mesa en su totalidad ya que, decía, podían incitar a
los hombres al recordar las piernas de una mujer. Sin embargo, paralelamente a
las estrictas costumbres de la época se desarrollaba un mundo sexual subterráneo
donde proliferaban el adulterio y la prostitución.
La prostitución era una actividad
muy frecuente en la Inglaterra del siglo XIX. Tan sólo en Londres se calcula
que había unas 2.000 prostitutas en los barrios bajos de la ciudad.
Generalmente éstas eran mujeres que hacían la calle por unas pocas monedas y
que procedían de las más diversas nacionalidades. Londres era una capital
terriblemente pujante y era un destino muy popular en los flujos migratorios.
Las prostitutas poblaban los
bares y las calles de Whitechapel, uno de los barrios más pobres del East End.
Pero también se encontraban cerca de teatros y establecimientos de ocio
masculino, desde burdeles hasta locales donde los hombres bebían y disfrutaban
de espectáculos eróticos que muchas veces estaban protagonizados por menores de
edad. La prostitución homosexual también existía, aunque lógicamente el
secretismo en torno a ella era mayor.
Las enfermedades sexuales fueron
muy corrientes en la época, como lo fue también la tuberculosis.
La irrupción de Jack el Destripador en el verano
de 1888 fue devastadora para las prostitutas de Londres. La histeria
se apoderó no sólo de Londres sino del país entero que leía las noticias en los
periódicos con estupor e indignación de que ni toda la policía de la ciudad
pudiera detener a un solo hombre. El asesinato de prostitutas era algo
corriente entonces. Se registraban muchos acuchillamientos y también muchos
suicidios de mujeres que rajaban su garganta con un cuchillo (entonces era una
forma de suicidio corriente) pero el modus operandi del asesino sorprendió a
los más insensibles. El asesino nunca fue encontrado.