La escultura Neoclásica tuvo un
desarrollo particular y menos visible que en otras artes. En ella pesó
poderosamente la tradición imaginera, con obras en madera policromada, que
había sido habitual en las costumbres devocionales de los españoles, por lo que
apenas existía una escultura monumental que no estuviera ligada a las
necesidades religiosas. Por ello los primeros indicios de cambio se encaminan
hacia el Barroco francés que traen los escultores cortesanos.
Desde la Academia, artistas
como Francisco Gutiérrez (1727-1782) o Manuel Álvarez de la
Peña (1727-1797) crearon esculturas en materiales nobles, en muchos casos
destinadas al ornato urbano. Gutiérrez es autor de la Fuente de Cibeles (1780-86)
y colabora en la parte escultórica de la Puerta de Alcalá, ambas en
Madrid. Álvarez esculpió la Fuente de Apolo o de las Cuatro
Estaciones y Juan Pascual de Mena (1707-1784), un precursor de las
nuevas tendencias, la Fuente de Neptuno, ambas en el Paseo del Prado de
Madrid.
Pero la imaginería no desapareció
y los escultores, aprovechando las enseñanzas de la Academia, llegaron a hacer
una escultura policromada de gran calidad. Un ejemplo es José
Esteve (1741-1802), formado en la Academia de San Carlos de Valencia,
autor de bellísimas imágenes como la Inmaculada de
la catedral de Valencia. Con Esteve colaboró José Ginés(1768-1822) en
la elaboración del Belén del Príncipe (Palacio Real y Academia
de San Fernando), un género aún habitual.
Con Juan
Adán (1741-1816), que se formó en la Academia de Zaragoza y estuvo
pensionado en Roma, se produce el paso definitivo al Neoclasicismo. Nombrado en
1795 escultor de cámara, realiza los retratos de Carlos
IV y María Luisa de Parma (1797, Palacio Real); tienen la
ampulosidad de los retratos de aparato pero con la severidad en los rostros de
la estatuaria romana. Suya es la Venus de la Alameda de Osuna,
una interpretación realmente fiel de los modelos romanos.
El cordobés José Álvarez
Cubero (1768-1827) es un ejemplo del Neoclasicismo español que, aunque
había recibido una educación inicial en el Barroco, luego compite en Roma por
la clientela con escultores como Canova. Fue escultor de cámara de
Fernando VII y su célebre grupo La defensa de Zaragoza es muy
representativo de este Neoclasicismo hispano que debe tanto a la estatuaria
clásica como a la lección de Canova.
En Cataluña, las enseñanzas del
clasicismo de la escuela de la Lonja de Barcelona, se manifiestan en el
escultor Damià Campeny (1771-1855); su Lucrecia muerta (1804,
Lonja de Barcelona) tiene toda la serenidad de la escultura clásica pero
algunos atisbos de melancolía romántica. La escultura neoclásica tuvo un largo
epílogo en la obra de Antonio Solá (1787-1861), autor de Venus
y Cupido (1830, Museo de Arte de Cataluña) y del grupo de Daoiz y
Velarde (1830, Madrid, Plaza del dos de mayo), un uso convencional del
clasicismo para retratar a los héroes románticos.
En Canarias destacó la
personalidad de Fernando Estévez (1788-1854), máximo representante
del clasicismo en el Archipiélago canario. Su obra está formada principalmente
la escultura religiosa, aunque también realizó composiciones pictóricas, fue un
hábil urbanista y diseñó monumentos conmemorativos. Admirador
de Canova y defensor de todo lo que significara progreso, desempeñó
el cargo de Catedrático de Dibujo en la Academia de Bellas Artes de Canarias.
Es conocido por haber realizado la imagen de Nuestra Señora de
Candelaria (1827), Patrona de Canarias y la magnífica talla
del Nazareno (1840) de Santa Cruz de La Palma.
Fuentes: Wikipedia.
Fuentes: Wikipedia.
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