Por lo que respecta a las
mujeres, vamos a explicar también en primer lugar lo que llevaban bajo los
vestidos, porque era muy importante para definir la silueta. Pegada a la carne
llevaban la camisa, larga hasta debajo de las rodillas y con mangas. De la
cintura a los tobillos, enaguas, y debajo, nada. Las dos prendas estaban hechas
con tela de lino, más o menos fina. Sobre el torso se usaba un cuerpo con ballenas,
sin mangas, atado con cordones y terminado en haldetas para poder adaptarlo a
la cintura: la cotilla. Sobre las caderas, un armazón hecho con ballenas o con cañas
que ahuecaba las faldas en los costados: el tontillo. Sobre las piernas, medias
de seda, lana u algodón, que tenían menos importancia que las de los hombres,
pues no se veían casi nunca.
Durante los reinados de Felipe V y Fernando VI los
vestidos más usados fueron los compuestos por casaca y basquiña (una falda) de
la misma tela. Aunque en el resto de Europa eran más frecuentes los vestidos
enteros, lo que nos descubren los documentos de la época nos lleva a pensar que los
vestidos preferidos en España fueron estos de dos piezas. La casaca femenina
estaba inspirada en la masculina: se abría por delante, tenía la misma abertura
en la espalda, los mismos pliegues con su botón arriba en los faldones, las
mismas tapas de los bolsillos y las mismas mangas con gran vuelta bajo el codo.
Como diferencias: los faldones de las casacas de las mujeres estaban cortados a
la altura de las caderas, los bolsillos eran fingidos y, ante todo, se cerraban
de forma distinta. Existían también unas casacas cerradas con cordones y tapa
encima, pero la mayoría se abrían en forma de “V” desde la cintura, espacio que
se rellenaba con un trozo de la misma tela y, más a menudo, con una pieza
triangular ricamente adornada llamada peto o petillo. El peto se fijaba con
alfileres o se cosía sobre la cotilla y sobre él se prendía con alfileres o se
cosía la casaca, lo que significaba que una señora no se podía vestir sola;
hacía falta ayuda y tiempo para hacerlo.
La casaca se completaba con una basquiña o falda de la misma tela, muy ahuecada en las caderas por el tontillo, sobre la que se desplegaban los pliegues de los faldones. Es curioso que, si bien se conservan muchas casacas, no haya perdurado ninguna basquiña. Esta ausencia creo que se debe a que las telas eran carísimas y las basquiñas tenían suficiente cantidad de tejido como para aprovecharlo y hacer otra prenda con él. Las basquiñas tenían unas aberturas por las que se accedía a las faltriqueras blancas que las mujeres colgaban de la cintura, sobre las enaguas, y donde guardaban sus cosas; no había bolsillos en estos años.
Con este tipo de vestidos las mujeres llevaron las cabezas pequeñas, con rizos apretados y un pequeño adorno, una joya, una flor, un lazo, colocado generalmente en un lado de la cabeza. Por el escote y sobre el pecho se mostraba el volante de encaje que guarnecía la camisa interior, lo mismo que pasaba con los vuelos que asomaban por debajo de las mangas. Los zapatos femeninos tenían una forma semejante a los de los hombres, pero generalmente estaban forrados de seda y tenían tacón más alto, de carrete.
Una de las cosas que más nos llama la atención en esta época son los preciosos colores de las telas, muchas veces pastel. Tenemos que recordar que el siglo XVIII fue el Siglo de las Luces, de la Ilustración. Las ciencias avanzaron mucho, y entre ellas la química, lo que permitió un mejor conocimiento de los tintes y el descubrimiento de colores más suaves y matizados. Son colores típicos del estilo artístico más representativo del siglo, el rococó, especialmente ornamental, que alcanzó una de sus mejores expresiones en las artes decorativas, entre ellas el vestido.
Avanzó mucho también en este siglo la industria textil, con la que precisamente empezó en Inglaterra la Revolución Industrial que se desarrollaría a lo largo del siglo XIX. Empezó a usarse mucho una fibra que hasta entonces se consideraba de inferior calidad, el algodón, además de las tradicionales seda, lana y lino. Los ingleses lo trajeron de la India convertido en telas estampadas y también en telas muy finas como la muselina y pronto empezaron ellos mismos a fabricarlas. El algodón, así convertido en tejidos estampados y coloridos, representó una revolución en el vestido: se convirtió en un tejido barato, asequible por lo tanto a mucha más gente, que podía usar ahora ropas vistosas que antes no se había podido permitir, con lo que se avanzó mucho en la democratización del vestido. En cuanto a la muselina, yo creo que es la tela protagonista del siglo. Perseguida por las autoridades por ser tela extranjera y de poca duración, empezó a usarse para complementos como pañuelos y delantales (se llevaban como prendas de adorno) y terminó siendo, a fines de siglo, la tela con la que se hacían todos los vestidos.
Fuentes: Museo del Traje.
La casaca se completaba con una basquiña o falda de la misma tela, muy ahuecada en las caderas por el tontillo, sobre la que se desplegaban los pliegues de los faldones. Es curioso que, si bien se conservan muchas casacas, no haya perdurado ninguna basquiña. Esta ausencia creo que se debe a que las telas eran carísimas y las basquiñas tenían suficiente cantidad de tejido como para aprovecharlo y hacer otra prenda con él. Las basquiñas tenían unas aberturas por las que se accedía a las faltriqueras blancas que las mujeres colgaban de la cintura, sobre las enaguas, y donde guardaban sus cosas; no había bolsillos en estos años.
Con este tipo de vestidos las mujeres llevaron las cabezas pequeñas, con rizos apretados y un pequeño adorno, una joya, una flor, un lazo, colocado generalmente en un lado de la cabeza. Por el escote y sobre el pecho se mostraba el volante de encaje que guarnecía la camisa interior, lo mismo que pasaba con los vuelos que asomaban por debajo de las mangas. Los zapatos femeninos tenían una forma semejante a los de los hombres, pero generalmente estaban forrados de seda y tenían tacón más alto, de carrete.
Una de las cosas que más nos llama la atención en esta época son los preciosos colores de las telas, muchas veces pastel. Tenemos que recordar que el siglo XVIII fue el Siglo de las Luces, de la Ilustración. Las ciencias avanzaron mucho, y entre ellas la química, lo que permitió un mejor conocimiento de los tintes y el descubrimiento de colores más suaves y matizados. Son colores típicos del estilo artístico más representativo del siglo, el rococó, especialmente ornamental, que alcanzó una de sus mejores expresiones en las artes decorativas, entre ellas el vestido.
Avanzó mucho también en este siglo la industria textil, con la que precisamente empezó en Inglaterra la Revolución Industrial que se desarrollaría a lo largo del siglo XIX. Empezó a usarse mucho una fibra que hasta entonces se consideraba de inferior calidad, el algodón, además de las tradicionales seda, lana y lino. Los ingleses lo trajeron de la India convertido en telas estampadas y también en telas muy finas como la muselina y pronto empezaron ellos mismos a fabricarlas. El algodón, así convertido en tejidos estampados y coloridos, representó una revolución en el vestido: se convirtió en un tejido barato, asequible por lo tanto a mucha más gente, que podía usar ahora ropas vistosas que antes no se había podido permitir, con lo que se avanzó mucho en la democratización del vestido. En cuanto a la muselina, yo creo que es la tela protagonista del siglo. Perseguida por las autoridades por ser tela extranjera y de poca duración, empezó a usarse para complementos como pañuelos y delantales (se llevaban como prendas de adorno) y terminó siendo, a fines de siglo, la tela con la que se hacían todos los vestidos.
Fuentes: Museo del Traje.
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