sábado, 25 de agosto de 2012

El Conde de Aranda. (I Parte).


    Pedro Pablo Abarca de Bolea, (Siétamo, Huesca, 1 de agosto de 1719 — Épila, Zaragoza, 9 de enero de 1798) fue un noble, militar y estadista ilustrado español, X conde de Aranda, Presidente del Consejo de Castilla (1766 - 1773) y Secretario de Estado de Carlos IV (1792).



    Primeros años.

    Pedro Pablo Abarca de Bolea nació en el castillo de Siétamo en el seno de una ilustre familia aragonesa. Se educó en el Seminario de Bolonia (Italia) y en Roma. Siendo muy joven realizó muchos viajes por toda Europa recibiendo una sólida y liberal formación que pronto hizo que se le identificara con los filósofos y enciclopedistas.

    En 1740, consolidada su vocación militar, entró a servir en el ejército con el marqués de Montemar y el general Gages. Más tarde se trasladó a Prusia, donde conoció a Federico el Grande; residió en París y regresó a España. Por su trabajo el rey Fernando VI le designó embajador en Lisboa; comenzaba así a tener influencias poderosas y a ganar popularidad. Reinando Carlos III conquistó el grado de capitán general y luego fue nombrado gobernador de Valencia, cargo al que tuvo que renunciar para presidir en 1765 el Consejo de Castilla y para ser capitán general de Castilla la Nueva (11 de abril de 1766).

    Fue un hombre sincero y testarudo, patriota y monárquico fiel. Su carácter campechano y risueño le recompensó con la simpatía del pueblo.

    Durante el reinado de Carlos III.

    Durante el reinado de Carlos III tres hechos, en los que el conde de Aranda participó activamente, marcaron su línea y su capacidad política. Fueron: el motín de Esquilache, la caída de los jesuitas y su etapa como embajador en París.

    El motín de Esquilache.

    El conde de Aranda pasó a ocupar la presidencia del Consejo de Castilla a raíz del motín de Esquilache. El motín había finalizado gracias a las concesiones arrancadas a Carlos III, que el pueblo consideraba como una victoria. El espíritu de sedición se había extendido produciendo sangrientos episodios en Zaragoza (abril de 1766) y, más tarde, en Cuenca, Palencia, Ciudad Real, La Coruña y Guipúzcoa.

    Apoyado por abogados como Miguel de Múzquiz, Campomanes y Floridablanca, y en nobles aragoneses como Manuel Roda y Gregorio Muniaín, Aranda realizó la difícil misión de abolir hábilmente las irrealizables concesiones otorgadas por el Rey. Se trataba de consolidar la autoridad real sin excitar pasiones que pudieran dar paso a nuevos motines. Lo logró con mucha profesionalidad; supo aprovechar su popularidad entre la clase media y los artesanos a los que se dirigía más en forma de súplica que de imposición.

    Logró que fuese sustituido el chambergo y la capa larga por el tricornio y la capa corta. La Guardia Valona regresó a Madrid y el Congreso de Castilla proclamó una sentencia en la que declaraba nulas las principales demandas otorgadas a los autores del motín de Esquilache.

    Aranda quiso culminar su obra pacificadora y propuso el regreso del Rey que, inseguro en Madrid, se había trasladado al Palacio Real de Aranjuez. Carlos III se resistió, pero luego aceptó volver.

    Durante los años que estuvo al frente del Consejo de Castilla, instauró una política reformista basada en los principios de la Ilustración con la que consiguió el aprecio popular y el elogio del mismo Voltaire. Para llevar a cabo las reformas contó con la colaboración de Campomanes, persona de máxima influencia del Rey durante la época. Las reformas se centraron en la cuestión agraria; colonización de sierra Morena, en las medidas regalistas, en el apoyo a las Sociedades Económicas de Amigos del País y en la elaboración del llamado censo de Aranda (1768-1769), el primer censo de población que se hizo en España.

    Expulsión de la Compañía de Jesús.

    La consecuencia casi inmediata del motín de Esquilache fue la expulsión de la Compañía de Jesús, uno de los hechos más controvertidos del reinado de Carlos III. En efecto, Aranda, apoyado por Campomanes abrió una pesquisa secreta a fin de recoger pruebas que testimoniaran la intervención de los jesuitas en el motín de Esquilache. El marqués de la Ensenada, el abate Gándaray el abate Hermos o fueron desterrados o encarcelados. El Rey acabó por firmar el decreto de expulsión de los jesuitas en febrero de 1767; este decreto contaba con la aprobación de las cinco sextas partes de los prelados españoles.

    Asimismo se aprovechó para abolir el fuero privado de los eclesiásticos que intervinieran en algaradas y se prohibió la posesión de imprentas en los institutos de clausura o en los lugares que gozaran de inmunidad eclesiástica.

    Los jesuitas fueron acusados, entre otras cosas, de tener un proyecto de erigir un imperio en Paraguay así como de estar en relación con los ingleses cuando éstos se apoderaron de Manila y de defender el concepto de tiranicidio, que sus enemigos traducían como regicidio. Por último se acusó al General de la Compañía, Lorenzo Ricci, de poner en duda el derecho de Carlos III al trono, por ser hijo sacrílego y adulterino.

    Se ha dicho que si el Rey tomó esa decisión fue por influjo de hombres como Aranda, de quien se llegó a decir que "sólo cifraba su gloria en ser contado entre los enemigos de la religión católica". A su vez Voltaire decía que "con media docena de hombres como Aranda, España quedaría regenerada".

    En 1773, el Papa Clemente XIV expidió la bula de extinción de la Compañía en toda la cristiandad.

    Embajador en París.




    Las tensiones producidas por la ocupación de las Malvinas por los ingleses enfrentaron al ministro de Negocios Extranjeros, Grimaldi, con el conde de Aranda. Éste era partidario de una intervención armada, solución que no resultó favorecida por la coyuntura internacional. España perdió Port Egmont, lo que significó una derrota para el partido aragonés, encabezado por Aranda. Éste se vio obligado a abandonar la presidencia del Consejo de Castilla para pasar a ser embajador en Francia en1773.

    Una fallida expedición de castigo a Argelia, dio pie a Aranda para, desde París, preparar el desquite del partido aragonés, relegado a un segundo plano desde su fracaso con la política de las Malvinas. El conde de Aranda consiguió el apoyo del príncipe de Asturias, y pronto lograron ver la caída de Grimaldi como ministro de estado. Sin embargo Aranda no fue nombrado para sucederle; en su lugar fue designado el conde de Floridablanca, adversario desde hacía muy poco tiempo de Aranda.

    Su tiempo en la embajada francesa no fue en vano. Logró entre otros éxitos, el pacto de Inglaterra por el cual Menorca fue devuelta a España (1783), consiguiendo así el tratado de paz con Gran Bretaña el cual puso fin a la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de América. Por el tratado España también consiguió la devolución de la Florida oriental y occidental, así como parte de las costas de Nicaragua, Honduras (la Costa de los Mosquitos) y Campeche y la colonia de Providencia. No obstante, tiene que reconocer la soberanía inglesa de las Bahamas y no logra recuperar Gibraltar.

    Su cargo en París duró diez años, durante los cuales conoció a los enciclopedistas y las ideas ilustradas. Aranda regresó a Madrid en1787. Se rodeó de militares y nobles descontentos de la gestión de Floridablanca cuyo puesto deseaba.

Fuentes: Wikipedia.

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