jueves, 23 de agosto de 2012

Un fenómeno español; "El Majismo".


    Los majos eran los habitantes de los barrios bajos de Madrid y tenían sus vestidos peculiares que en realidad, constaban de las mismas piezas que otros vestidos populares de España y tenían la característica de ser muy coloridos y vistosos. Los hombres llevaban una redecilla o cofia recogiendo el cabello y grandes patillas. No usaban corbata sino un pañuelo de colores anudado a la garganta bajo el que se les veía siempre el cuello de la camisa. Vestían chaquetilla corta, generalmente adornada en la bocamanga y la pegadura de las mangas, chaleco, calzón, y en la cintura, una faja de colores. Las mujeres en la cabeza, usaban una cofia sobre el pelo, que se llamó escofia cuando se fue haciendo más grande; un jubón con haldetas sobre el torso, adornado como las chaquetas masculinas; un pañuelo rellenando el escote; una falda llamada guardapiés que dejaba ver los tobillos; y un delantal largo y estrecho como adorno.


    Los majos, además de sus vestiduras, se distinguían por su actitud: bravucona en el caso de los hombres, atrevida y descarada en el de las mujeres, actitud que se criticaba pero se consideraba en su momento muy “atractiva y seductora”. Estos son los tipos que Goya pintó en sus cartones para tapices y lo hizo por encargo de los entonces Príncipes de Asturias, los futuros Carlos IV (1789-1808) y María Luisa de Parma, muy aficionados a estas escenas populares. En los primeros cartones de Goya, los pintados en los años 70, los majos parecen gentes del pueblo, pero en los que pintó a finales de los años 80, los personajes son tan atildados que más que majos, parecen señores elegantes vestidos como los majos, como en el cuadro “La Vendimia”.

    Se suele utilizar la expresión majismo para designar la afición casticista de la aristocracia por el vestuario y las costumbres propias de manolos y majos de ambos sexos, incluyendo la música, bailes y diversiones populares (fandango, tauromaquia, etc.); en oposición a la moda francesa (representada por su contrafigura: el petimetre -joven de clase alta, amanerado y ocioso-) e incluso a los valores de la Ilustración.


    Manolo es una derivación coloquial del nombre Manuel, y desde finales del siglo XVIII, por un famoso sainete de Ramón de la Cruz (1769), se utiliza como sinónimo de guapovaliente o chulo, los rasgos con los que se identificaba a las clases populares madrileñas, de un modo equivalente al concepto de majo (para las mujeres, manola y maja) y en relación con los de chulapo y chispero. Son los personajes que inmortalizaron los cuadros de escenas populares de Goya, sobre todo sus series de cartones para tapices (La maja y los embozadosLa cometa), o las famosas La maja desnuda y La maja vestida (aunque la personalidad de la retratada es objeto de debate).

    El casticismo de la aristocracia española la hacía imitar el vestuario y la pose de los "manolos", de forma que es habitual que Goya también pintase a nobles con ropa similar. De una forma más trágica, también pueden reconocerse "manolos" o "majos" en los personajes que aparecen en Dos de mayo de 1808 y en Los fusilamientos del tres de mayo.


    Hay que recordar que el protagonismo de las masas en la historia española, y muy concretamente en Madrid, empieza a ser percibido desde el motín de Esquilache (1766), y más adelante se hace evidente la Guerra de Independencia Española (1808). Lo ambivalente de ese protagonismo es también el de la figura del "manolo", al que puede entenderse tanto como un epíteto admirativo como despectivo, según la intención del que lo use. Desde un punto de vista ilustrado, podría considerarse como el resumen de todos los vicios de un pueblo sumido en el atraso. Desde un punto de vista casticista, de las virtudes de la raza española. La postura de Goya es mucho más compleja, y toma parte de ambas. La mayor parte de los intelectuales de finales del siglo XVIII tomaron una clara postura en contra del majismo; Jovellanos llegó a denunciar la miserable imitación de las libres e indecentes danzas de la ínfima plebe.


    Existió por algún tiempo la rivalidad entre manolos y manolas, nombres asignados a los habitantes del barrio de Lavapiés (lo que tendría su origen en la profusión del nombre Manuel, con el que se dice que se bautizaron muchos judeoconversos, aunque en otras fuentes se asocia esta costumbre con los moriscos), y los chulapos y chulapas, nombres asignados a los del barrio de Malasaña o de Maravillas, también llamados majos. Los chulapos eran también conocidos como «chisperos», porque su barrio era donde se concentraba un gran número de herrerías, y muchos de sus mozos eran herreros. Los herreros eran denominados chisperos por las chispas con las que entraban en contacto como consecuencia de su oficio en la fragua. También se denomina chispero al encendedor o mechero, particularmente al antiguo, que consistía en obtener chispa de una piedra o pedernal para inflamar yesca o una mecha de cuerda. También existe un cohete chispero.


    Fue en esta época cuando se desarrolló el toreo a pie, que convertía en héroes y sacaba de la pobreza a estos personajes populares (antes se prefería el toreo a caballo, reservado a la nobleza), con lo que el traje llamado "goyesco" (redecilla para el pelo, pañuelo al cuello, chupa corta, chaquetilla, calzón hasta las rodillas y medias) inmortalizado en la serie de grabados de Goya, titulada: “Tauromaquia”, pasó a ser el de los toreros, evolucionando durante el siglo XIX al actual traje de luces.


    En relación con esta moda castiza, y con las mujeres, tenemos que hablar del “vestido nacional”, como lo llamaron los extranjeros que viajaron por España en esos años, que son los que nos hablan de él, pues a los españoles no les llamaba la atención. Todas las mujeres españolas se ponían, para salir a la calle o ir a la iglesia, una falda negra que se llamó basquiña (entonces las faldas de color se llamaron de otra manera) y se cubrían la cabeza y los hombros con una mantilla negra o blanca. Cuando entraban en una casa se quitaban ambas prendas, así que tenían que llevar debajo otra falda que se llamó brial, si estaba hecha de de tela de seda, o guardapiés, si estaba hecha de algodón. Todas las españolas tenían estas prendas, nobles, burguesas y mujeres del pueblo, entre ellas las majas; eran tan imprescindibles como las camisas y las enaguas, pero las señoras nobles no las usaban tan a menudo como las demás, ya que andaban muy poco por la calle; casi siempre iban en coche, un signo de distinción muy importante en aquellos años.

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