Pedro Pablo Abarca de Bolea, (Siétamo, Huesca, 1
de agosto de 1719 — Épila, Zaragoza, 9 de enero de 1798)
fue un noble, militar y estadista ilustrado español,
X conde de Aranda, Presidente del Consejo de Castilla (1766 - 1773)
y Secretario de Estado de Carlos IV (1792).
Primeros años.
Pedro Pablo Abarca de Bolea nació en el
castillo de Siétamo en el seno de una ilustre familia aragonesa. Se
educó en el Seminario de Bolonia (Italia) y en Roma. Siendo muy joven
realizó muchos viajes por toda Europa recibiendo una sólida y liberal formación
que pronto hizo que se le identificara con los filósofos y
enciclopedistas.
En 1740, consolidada su vocación
militar, entró a servir en el ejército con el marqués de Montemar y
el general Gages. Más tarde se trasladó a Prusia, donde
conoció a Federico el Grande; residió en París y regresó a
España. Por su trabajo el rey Fernando VI le designó embajador en
Lisboa; comenzaba así a tener influencias poderosas y a ganar popularidad.
Reinando Carlos III conquistó el grado de capitán general y luego fue nombrado
gobernador de Valencia, cargo al que tuvo que renunciar para presidir en 1765 el
Consejo de Castilla y para ser capitán general de Castilla la Nueva (11 de
abril de 1766).
Fue un hombre sincero y testarudo, patriota
y monárquico fiel. Su carácter campechano y risueño le recompensó con la
simpatía del pueblo.
Durante el reinado de Carlos
III.
Durante el reinado de Carlos III tres
hechos, en los que el conde de Aranda participó activamente, marcaron su línea
y su capacidad política. Fueron: el motín de Esquilache, la caída de los jesuitas y
su etapa como embajador en París.
El motín de Esquilache.
El conde de Aranda pasó a ocupar la
presidencia del Consejo de Castilla a raíz del motín de
Esquilache. El motín había finalizado gracias a las concesiones arrancadas a
Carlos III, que el pueblo consideraba como una victoria. El espíritu de
sedición se había extendido produciendo sangrientos episodios en Zaragoza (abril de 1766)
y, más tarde, en Cuenca, Palencia, Ciudad Real, La Coruña y
Guipúzcoa.
Apoyado por abogados como Miguel de
Múzquiz, Campomanes y Floridablanca, y en nobles aragoneses como Manuel
Roda y Gregorio Muniaín, Aranda realizó la difícil misión de abolir
hábilmente las irrealizables concesiones otorgadas por el Rey. Se trataba de
consolidar la autoridad real sin excitar pasiones que pudieran dar paso a
nuevos motines. Lo logró con mucha profesionalidad; supo aprovechar su
popularidad entre la clase media y los artesanos a los que se dirigía más en
forma de súplica que de imposición.
Logró que fuese sustituido el chambergo y
la capa larga por el tricornio y la capa corta. La Guardia Valona regresó
a Madrid y el Congreso de Castilla proclamó una sentencia en la que
declaraba nulas las principales demandas otorgadas a los autores del motín de
Esquilache.
Aranda quiso culminar su obra pacificadora
y propuso el regreso del Rey que, inseguro en Madrid, se había trasladado al Palacio
Real de Aranjuez. Carlos III se resistió, pero luego aceptó volver.
Durante los años que estuvo al frente del
Consejo de Castilla, instauró una política reformista basada en los principios
de la Ilustración con la que consiguió el aprecio popular y el elogio del
mismo Voltaire. Para llevar a cabo las reformas contó con la colaboración
de Campomanes, persona de máxima influencia del Rey durante la época. Las
reformas se centraron en la cuestión agraria; colonización de sierra
Morena, en las medidas regalistas, en el apoyo a las Sociedades Económicas
de Amigos del País y en la elaboración del llamado censo de Aranda (1768-1769),
el primer censo de población que se hizo en España.
Expulsión de la Compañía de Jesús.
La consecuencia casi inmediata del motín de
Esquilache fue la expulsión de la Compañía de Jesús, uno de los hechos más
controvertidos del reinado de Carlos III. En efecto, Aranda, apoyado por
Campomanes abrió una pesquisa secreta a fin de recoger pruebas que
testimoniaran la intervención de los jesuitas en el motín de Esquilache. El marqués
de la Ensenada, el abate Gándaray el abate Hermos o
fueron desterrados o encarcelados. El Rey acabó por firmar el decreto de
expulsión de los jesuitas en febrero de 1767; este decreto contaba con la
aprobación de las cinco sextas partes de los prelados españoles.
Asimismo se aprovechó para abolir el fuero privado
de los eclesiásticos que intervinieran en algaradas y se prohibió la posesión
de imprentas en los institutos de clausura o en los lugares que gozaran de
inmunidad eclesiástica.
Los jesuitas fueron acusados, entre otras
cosas, de tener un proyecto de erigir un imperio en Paraguay así como
de estar en relación con los ingleses cuando éstos se apoderaron de Manila y
de defender el concepto de tiranicidio, que sus enemigos traducían
como regicidio. Por último se acusó al General de la Compañía, Lorenzo
Ricci, de poner en duda el derecho de Carlos III al trono, por
ser hijo sacrílego y adulterino.
Se ha dicho que si el Rey tomó
esa decisión fue por influjo de hombres como Aranda, de quien se llegó a decir
que "sólo cifraba su gloria en ser contado entre los enemigos de
la religión católica". A su vez Voltaire decía que "con
media docena de hombres como Aranda, España quedaría regenerada".
En 1773, el Papa Clemente
XIV expidió la bula de extinción de la Compañía en toda la
cristiandad.
Las tensiones producidas por la ocupación
de las Malvinas por los ingleses enfrentaron al ministro de Negocios
Extranjeros, Grimaldi, con el conde de Aranda. Éste era partidario
de una intervención armada, solución que no resultó favorecida por la coyuntura
internacional. España perdió Port Egmont, lo que significó una derrota
para el partido aragonés, encabezado por Aranda. Éste se vio obligado a
abandonar la presidencia del Consejo de Castilla para pasar a ser embajador en
Francia en1773.
Una fallida expedición de castigo a Argelia,
dio pie a Aranda para, desde París, preparar el desquite del partido
aragonés, relegado a un segundo plano desde su fracaso con la política de las
Malvinas. El conde de Aranda consiguió el apoyo del príncipe de Asturias, y
pronto lograron ver la caída de Grimaldi como ministro de estado. Sin embargo
Aranda no fue nombrado para sucederle; en su lugar fue designado el conde
de Floridablanca, adversario desde hacía muy poco tiempo de Aranda.
Su tiempo en la embajada francesa no fue en
vano. Logró entre otros éxitos, el pacto de Inglaterra por el cual Menorca fue
devuelta a España (1783), consiguiendo así el tratado de paz con Gran
Bretaña el cual puso fin a la Guerra de Independencia de los Estados
Unidos de América. Por el tratado España también consiguió la devolución de la Florida oriental
y occidental, así como parte de las costas de Nicaragua, Honduras (la Costa
de los Mosquitos) y Campeche y la colonia de Providencia. No
obstante, tiene que reconocer la soberanía inglesa de las Bahamas y
no logra recuperar Gibraltar.
Su cargo en París duró diez años, durante
los cuales conoció a los enciclopedistas y las ideas ilustradas. Aranda regresó
a Madrid en1787. Se rodeó de militares y nobles descontentos de la
gestión de Floridablanca cuyo puesto deseaba.
Fuentes: Wikipedia.
Fuentes: Wikipedia.
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