Por lo que respecta a las mujeres, vamos a explicar también en primer lugar lo que llevaban bajo los vestidos, porque era muy importante para definir la silueta. Pegada a la carne llevaban la camisa, larga hasta debajo de las rodillas y con mangas. De la cintura a los tobillos, enaguas, y debajo, nada. Las dos prendas estaban hechas con tela de lino, más o menos fina. Sobre el torso se usaba un cuerpo con ballenas, sin mangas, atado con cordones y terminado en haldetas para poder adaptarlo a la cintura: la cotilla. Sobre las caderas, un armazón hecho con ballenas o con cañas que ahuecaba las faldas en los costados: el tontillo. Sobre las piernas, medias de seda, lana u algodón, que tenían menos importancia que las de los hombres, pues no se veían casi nunca.
La casaca se completaba con una basquiña o falda de la misma tela, muy ahuecada en las caderas por el tontillo, sobre la que se desplegaban los pliegues de los faldones. Es curioso que, si bien se conservan muchas casacas, no haya perdurado ninguna basquiña. Esta ausencia creo que se debe a que las telas eran carísimas y las basquiñas tenían suficiente cantidad de tejido como para aprovecharlo y hacer otra prenda con él. Las basquiñas tenían unas aberturas por las que se accedía a las faltriqueras blancas que las mujeres colgaban de la cintura, sobre las enaguas, y donde guardaban sus cosas; no había bolsillos en estos años.
Con este tipo de vestidos las mujeres llevaron las cabezas pequeñas, con rizos apretados y un pequeño adorno, una joya, una flor, un lazo, colocado generalmente en un lado de la cabeza. Por el escote y sobre el pecho se mostraba el volante de encaje que guarnecía la camisa interior, lo mismo que pasaba con los vuelos que asomaban por debajo de las mangas. Los zapatos femeninos tenían una forma semejante a los de los hombres, pero generalmente estaban forrados de seda y tenían tacón más alto, de carrete.
A partir de los años 70 las cabezas de las mujeres, peinadas con rizos pequeños, empezaron a crecer cada vez más y pronto se llegó a unas cabezas descomunales en las que, sobre el peinado, muy alto, se ponía un bonetillo muy adornado con todo género de cosas (plumas, gasas, cintas) que las hacía aún más altas. Al mismo tiempo la decoración de los vestidos se hizo cada vez abundante. Estas exageraciones dieron lugar a una reacción en busca de una mayor naturalidad y sencillez. Así nace la robe “a la polonaise” francesa. Aquí el vestido exterior tiene la parte de la falda recogida en tres bullones por medio de unos cordones que la fruncen de manera que, para conseguir las faldas abultadas, las mujeres ya no tenían que recurrir al tontillo, lo que en verdad era una gran simplificación. La polonesa era un traje de calle y tenía la falda más corta, con lo que se veía el tobillo de las mujeres. Empezó a usarse otro tipo de zapato, también con tacón de carrete, escotado y hecho de seda bordada. Otro vestido un poco posterior fue la robe “à l’anglaise”, llamado en España “vaquero hecho a la inglesa”; con él se prescindía del tontillo y también de la cotilla y del peto, ya que el cuerpo del vestido llevaba incorporadas ballenas para darle rigidez, y se abrochaba por delante. Con los vaqueros a la inglesa las mujeres cubrían su escote con pañuelos de muselina que se fueron poniendo cada vez más ahuecados, dando lugar a una silueta muy característica: abultada por delante sobre la cintura y por detrás bajo ella. Los dos vestidos eran muy ajustados por la espalda y reunían el vuelo de la falda detrás, con lo que la silueta femenina cambió totalmente: en vez de estar ahuecada sobre las caderas con el tontillo pasó a estar abultada hacia atrás, en una premonición del polisón.
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