Casa propia.
Hasta bien entrado el siglo XIX,
era costumbre entre la nobleza, sobre todo en el campo, que los miembros de una
misma familia, al contraer matrimonio, vivieran en la casa paterna, con lo que
se conseguía que el dueño de dicha casa ejerciera una autoridad sin límites
sobre todos sus ocupantes. Así, las nueras tenían que pedir permiso a su suegro
para cualquier cosa, y éste organizaba su vida y la de sus hijos. Lo mismo
sucedía con la suegra, a la que no había manera de desplazar de la dirección de
los asuntos domésticos. Pero entre la burguesía victoriana esta costumbre fue
desapareciendo, y los recién casados se instalaban en la propia vivienda, donde
criaban a sus familias, que solían ser bastante numerosas, de manera que la joven
esposa podía organizar su casa a su manera sin sentirse como una intrusa. En
general, la casa victoriana típica solía ser de dos plantas, con el tejado
adornado con gabletes y chimeneas, muchas ventanas y un jardín.
La casa rural.
La vida en el campo estaba muy
lejos de resultar aburrida para la aristocracia británica. La caza constituía
uno de los deportes más practicados, sobre todo las partidas de caza del zorro,
aunque, en realidad, se practicaba sobre todas las especies de manera
indiscriminada. La aristocracia detentaba en exclusiva este derecho, lo cual
resultó ser una importante fuente de conflictos sociales. La pasión de los
ingleses por las armas de fuego desarrolló una industria de gran fama; de la
misma manera, las razas insulares de perros, como el setter irlandés o el
pointer, se convirtieron en las preferidas de los cazadores de todo el mundo.
Las mansiones
urbanas.
La aristocracia solía
diversificar sus inversiones, por lo que era propietaria de algunos de los
inmuebles más importantes de Londres. La mayor parte de ellas estaban en
barrios exclusivos y elegantes; en general, solían ocupar la planta baja y los
dos primeros pisos, mientras que el servicio se alojaba en las buhardillas. En
algunas casas las damas disponían de salones para el té y los caballeros, de
espacios reservados al juego en los que se reunían los amigos para fumar.
Interiores
masculinos.
La estética victoriana asociaba
sobriedad con virilidad; así pues, en la decoración de los espacios privados,
lo mismo que en la moda, esta exigencia predominaba e influía en la elección de
los revestimientos murales, los muebles, las tapicerías y los cuadros. Las
salas de billar, las bibliotecas, los gabinetes y los dormitorios se revestían
de elementos que escapaban a toda ostentación; pero, además, estos
espacios funcionaban como propios y privados de los hombres, tanto en sus
viviendas como en la institución británica por excelencia: el club. En las
salas de billar privadas se reunían grupos de amigos para pasar la velada lejos
de la presencia femenina, pues así podían dejar de lado una etiqueta a la que
ellas les obligaban. También se sentían libres de conversar sin cuidar su
lenguaje o el tema de sus conversaciones. Fuera de su casa, los hombres se
reunían en clubes en los que las mujeres no tenían entrada; la mayor parte de
las instituciones se regían por normas específicas, que hacían que los socios
de cada club fueran gente muy afín en cuanto a costumbres y objetivos.
lo de la suegra aun sigue pasando!!!jejejejejeje bonita entrada un besazo guapeton!!!!!!!!!!
ResponderEliminar¡Jajaja! Pobrecitas las suegras, qué mala fama tienen! Un besote enorme!
Eliminar¿Tú crees de verdad que los caballeros victorianos abndonaban alguna vez la etiqueta ante otros caballeros? Si fuera en algún tipo de antro... ;)
ResponderEliminarSupongo que al menos se relajarían un poco y se comportarían de otra forma menos rígida. Seguro que hasta decían picardías.
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