jueves, 7 de junio de 2012

Escultura





    La escultura Neoclásica tuvo un desarrollo particular y menos visible que en otras artes. En ella pesó poderosamente la tradición imaginera, con obras en madera policromada, que había sido habitual en las costumbres devocionales de los españoles, por lo que apenas existía una escultura monumental que no estuviera ligada a las necesidades religiosas. Por ello los primeros indicios de cambio se encaminan hacia el Barroco francés que traen los escultores cortesanos.

    Desde la Academia, artistas como Francisco Gutiérrez (1727-1782) o Manuel Álvarez de la Peña (1727-1797) crearon esculturas en materiales nobles, en muchos casos destinadas al ornato urbano. Gutiérrez es autor de la Fuente de Cibeles (1780-86) y colabora en la parte escultórica de la Puerta de Alcalá, ambas en Madrid. Álvarez esculpió la Fuente de Apolo o de las Cuatro Estaciones y Juan Pascual de Mena (1707-1784), un precursor de las nuevas tendencias, la Fuente de Neptuno, ambas en el Paseo del Prado de Madrid.

    Pero la imaginería no desapareció y los escultores, aprovechando las enseñanzas de la Academia, llegaron a hacer una escultura policromada de gran calidad. Un ejemplo es José Esteve (1741-1802), formado en la Academia de San Carlos de Valencia, autor de bellísimas imágenes como la Inmaculada de la catedral de Valencia. Con Esteve colaboró José Ginés(1768-1822) en la elaboración del Belén del Príncipe (Palacio Real y Academia de San Fernando), un género aún habitual.

    Con Juan Adán (1741-1816), que se formó en la Academia de Zaragoza y estuvo pensionado en Roma, se produce el paso definitivo al Neoclasicismo. Nombrado en 1795 escultor de cámara, realiza los retratos de Carlos IV y María Luisa de Parma (1797, Palacio Real); tienen la ampulosidad de los retratos de aparato pero con la severidad en los rostros de la estatuaria romana. Suya es la Venus de la Alameda de Osuna, una interpretación realmente fiel de los modelos romanos.

    El cordobés José Álvarez Cubero (1768-1827) es un ejemplo del Neoclasicismo español que, aunque había recibido una educación inicial en el Barroco, luego compite en Roma por la clientela con escultores como Canova. Fue escultor de cámara de Fernando VII y su célebre grupo La defensa de Zaragoza es muy representativo de este Neoclasicismo hispano que debe tanto a la estatuaria clásica como a la lección de Canova.

    En Cataluña, las enseñanzas del clasicismo de la escuela de la Lonja de Barcelona, se manifiestan en el escultor Damià Campeny (1771-1855); su Lucrecia muerta (1804, Lonja de Barcelona) tiene toda la serenidad de la escultura clásica pero algunos atisbos de melancolía romántica. La escultura neoclásica tuvo un largo epílogo en la obra de Antonio Solá (1787-1861), autor de Venus y Cupido (1830, Museo de Arte de Cataluña) y del grupo de Daoiz y Velarde (1830, Madrid, Plaza del dos de mayo), un uso convencional del clasicismo para retratar a los héroes románticos.

    En Canarias destacó la personalidad de Fernando Estévez (1788-1854), máximo representante del clasicismo en el Archipiélago canario. Su obra está formada principalmente la escultura religiosa, aunque también realizó composiciones pictóricas, fue un hábil urbanista y diseñó monumentos conmemorativos. Admirador de Canova y defensor de todo lo que significara progreso, desempeñó el cargo de Catedrático de Dibujo en la Academia de Bellas Artes de Canarias. Es conocido por haber realizado la imagen de Nuestra Señora de Candelaria (1827), Patrona de Canarias y la magnífica talla del Nazareno (1840) de Santa Cruz de La Palma.

Fuentes: Wikipedia.

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