lunes, 6 de agosto de 2012

Real Sitio de Aranjuez. II

    Después de doscientos años de obras y proyectos, de cuatro siglos de uso y de dos dinastías reinantes, el Palacio de los Austrias y Borbones ha encontrado un nuevo destino como museo de sí mismo. El recorrido por sus estancias palaciegas, que en este largo tiempo han ido cambiando de nombre y de función, es el mejor modo de adentrarnos en un pasado que nos retrotrae, especialmente, al siglo XVIII, sin menoscabo de todo aquello que el siglo XIX incorporó al mobiliario y decoración de sus salas, que no fue poco. Perdidos los ambientes interiores de los Austrias, la visita al Palacio de Aranjuez hoy es, sobre todo, una amable introducción al arte de la Corte de los Borbones en España, donde lo italiano y lo francés logran un cierto equilibrio, pues si bien la gran pieza de porcelana o los techos llevan sello italiano, lo francés, a través del estilo Imperio, manda sobre gran parte del mobiliario.


    
    Las estancias con mayor interés y personalidad se encuentran en la planta alta, haciendo aquí una breve mención de las más importantes que componían los apartamentos de la Reina, ocupando, aproximadamente, la mitad norte del Palacio, y las del Rey situadas en la zona Sur. Una y otra zona tenían, en el comienzo de su recorrido, una sala o cuerpo de guardia interior, a cargo de la Guardia de Corps. La de la Reina, con entrada desde la escalera principal, conserva una buena colección de cuadros de Lucas Jordán con episodios de la vida del Rey Salomón, además de porcelana y relojes de procedencia francesa. A esta sencilla pieza sigue la Saleta de la Reina que, igualmente, cuenta con lienzos de Jordán, y mobiliario de estilo Imperio, con tres excelentes consolas de estilo Luis XVI.
    
    Así como todos los estamentos tenían acceso hasta la Saleta de la Reina para ser recibidos por el Monarca, el protocolo sólo permitía acceder a la siguiente sala, llama da Antecámara de la Reina, a la jerarquía eclesiástica, embajadores, autoridades y personas de una determinada condición social. Inmediatamente después, y completando las tres piezas que la etiqueta del siglo XVIII contemplaba, se encuentra la Cámara de la Reina, con luces sobre el jardín de la Isla, en la que se guarda el piano inglés regalado por la Emperatriz Eugenia de Montijo a Isabel II.


    
    El Anteoratorio y Oratorio, por el contrario, se abren al patio central, y siendo muy notables las pinturas, como, la que representa a San Antonio de Padua, de Giaquinto el reloj de Hoffmeyer y las bellísimas composiciones en mosaico ejecutadas en los talleres de piedras duras del Vaticano, nuestro interés busca en el Oratorio la intervención de Villanueva. En efecto, esta pieza nos lleva a recordar las pequeñas intervenciones de Carlos IV en Aranjuez en esta ocasión encargando a Juan de Villanueva, el arquitecto del Museo del Prado, la transformación de esta estancia en Oratorio, con nobles materiales y habilísimos artífices. Mármol, estuco y bronce dorado, bien trabajado por los hermanos Ferroni, y los frescos del pintor de Cámara, Francisco Bayeu, firmados en 1790, garantizan el interés del Oratorio que, como tal, cuenta con un retablo en el que Mariano Salvador Maella pintó una Inmaculada.

Salón del Trono.


    
    El Salón del Trono está situado en la crujía norte. Sus tres balcones dan al jardín de la Isla. El ambiente y su mobiliario denotan su pertenencia a la época de Isabel II, cuando se pinta la bóveda por Vicente Camarón (1851) y se amuebla con formidables consolas y espejos característicamente isabelinos. La sillería, arrimada a los zócalos de apariencia marmórea, pero que son de excelente estuco imitando serpentina, pertenece igualmente a esta época, siendo los sitiales del trono de estilo Luis XVI. Como conviene al Salón del Trono, en su bóveda se exalta a la Monarquía, acompañada por las Virtudes, las Artes y la Industria.

Saleta de Porcelana.


    
    Entre el Salón del Trono y la excepcional Saleta de Porcelana se encuentra el llamado Despacho o Cámara Oficial de la Reina, pieza reservada para el recibo de la más alta nobleza y jerarquía civil y religiosa. Cuenta con una excelente sillería neoclásica, de la época de Carlos IV en caoba y limoncillo con incrustaciones de ébano, cuyo diseño se ha atribuido a Dougourc. La decoración de la bóveda se debe a Mariano Salvador Maella.
   
    La Saleta o Gabinete de Porcelana es, sin duda, la obra más singular de todo el Palacio, y un ejemplo de aquel interés del siglo XVIII por lo oriental, por lo exótico y pintoresco; en una palabra, por lo que se ha definido como la «chinoiserie», en el sentido de extravagante y llamativo, como contraste con la cultura y gusto occidentales. Todo esto es lo que, en efecto, despierta la contemplación de semejante pieza, después de haber pasado por las anteriores. Sin duda el efecto sorpresa y estupor se apoderan, hoy como ayer, de todos cuantos visitan Aranjuez, al llegar a este rincón del Palacio. Su incorporación se debe a las reformas emprendidas por Carlos III, quien tuvo aquí su sala preferida para las reuniones más íntimas.
    
    Se trata de una intervención temprana en el Palacio, mucho antes de pensar en su ampliación con Sabatini, pues el encargo de la obra data de 1760. Ésta se hizo en la Real Fábrica de Porcelana que el Rey, nada más llegar a la Corte, mandó establecer en 1759 en el Buen Retiro de Madrid, a imitación de la que había dejado en Capodimonte, en el reino de Nápoles. Carlos III se trajo a modeladores y técnicos que, como Giuseppe Gricci y Scheppers, dieron feliz término a esta obra en 1765, para iniciar, a continuación, la Sala de Porcelana que el mismo Carlos III introdujo en el Palacio Real de Madrid, si bien ésta es considerablemente más pequeña que la de Aranjuez. Sobre grandes placas de cerámica, sujetas a un armazón de madera, se recogen motivos tópicos orientales de China y Japón, donde vendedores de papagayos, samuráis, músicos, mandarines y escenas familiares de padres e hijos prestan un argumento al fondo general, compuesto por una malla de guirnaldas, frutos y pájaros que recorren muros y bóveda. De ésta pende una lámpara con los mismos elementos formales, igualmente en porcelana, como en porcelana son los marcos de los espejos que reflejan y multiplican todos estos motivos en una imagen de ensueño, donde el espacio no tiene límites reales. El color, en sus ricas tonalidades cerámicas, contribuye a realzar esta joya del arte rococó europeo del siglo XVIII.

Dormitorio de la Reina.


    
    Las dos últimas salas vinculadas a la Reina son su Dormitorio y el Tocador, ambos con balcones sobre el Parterre. El primero tiene la singularidad de conservar el mobiliario ofrecido por Barcelona a Isabel II con motivo de su boda con Don Francisco de Asís de Borbón, hecho en todas sus piezas en aquella ciudad con excelentes maderas y aplicaciones de bronce y taracea. Aquel estilo recargado, con acentos rococó, especialmente visible en los copetes y remates de la cama, del reclinatorio, o en las galerías del cortinaje, parece aletear bajo la bóveda pintada por Zacarías González Velázquez, donde se desarrolla una nueva alegoría de la Monarquía, acompañada por la justicia, las Ciencias, las Virtudes y la Ley.

Tocador de la Reina.


    
    De Don Vicente Camarón es, en cambio, la pintura de la bóveda del Tocador de la Reina, con la representación de las Cuatro Estaciones. Su más desenfadado carácter acompaña bien a este caprichoso espacio, vestido en seda talaverana, donde el mobiliario y aderezo general revelan el gusto de los años de Isabel II.
    
    Los apartamentos de la Reina y del Rey están separados hoy por el Salón de Baile, situado en el centro de la fachada sobre el Parterre, en el eje del Palacio. Su ambiente responde al siglo XIX, presidido por los retratos de Alfonso XII y Alfonso XIII, pintados por Ojeda y Garnelo, respectivamente.


    
    Gran parte de estas salas, que actualmente conocemos con determinado nombre, tuvieron en otro tiempo un uso diferente. Así, el que llamamos Comedor de Gala, inmediato al Salón de Baile pero abierto al interior, al patio central, fue Sala de conversación bajo Fernando VI hasta que Carlos III le dio el nuevo destino. Es la pieza que mejor conserva lo que pudo haber sido la imagen del Palacio rococó, pues desde el piso hasta la bóveda, pasando por los cuadros pintados expresamente para esta estancia por Giaquinto, con la Historia de José, todo, obedece a un programa decorativo y a un mismo espíritu tardobarroco. El suelo es de un excelente estuco debido a Carlos Antonio Bernasconi. Representa en su centro un apretado grupo de trofeos militares, acompañado de amplias bandas de formas abiertas, muy expresivamente rococó. Con análogo espíritu, la bóveda de la Sala está enmarcada por unos estucos blancos, en cuyos ángulos se ven las cuatro partes del mundo. En el paño central del techo aparece una alegoría que exalta las Virtudes de la Monarquía, acompañada por la justicia, la Religión, la Abundancia, la Munificencia y la Paz. Su autor fue el pintor de Cámara de Fernando VI, Santiago Amiconi, que la ejecutó entre 1750 y 1752.

Habitación de las Pinturas Chinas.


    
    En la parte más antigua del Palacio, aunque muchas veces alterada, se encuentran las estancias del Rey, a las que se tiene acceso desde la escalera principal, después de pasar por la amplia y desnuda Sala de Guardias del Rey. Pequeñas estancias, resultado de divisiones posteriores, alojan las que se llaman Habitación de pinturas chinas, el Antedespacho o Sala de trabajo del Rey, el Despacho del Rey, y el Salón de espejos, las cuatro con sus balcones hacia el jardín del Rey, mirando al Sur. La primera habitación recibe aquel exótico nombre por el hecho de decorar ordenadamente sus muros una colección de doscientos pequeños cuadros, de apenas veinte centímetros de alto, con escenas chinas pintadas a la acuarela sobre papel de arroz, muy probablemente a finales del siglo XVIII. Su técnica es de gran preciosismo descriptivo, con un dibujo y una paleta de color de gran finura que revelan una maestría excepcional por parte de su anónimo autor. Parece que se trata de un obsequio del Emperador de China a la Reina Isabel II, y de entonces debe datar la lámpara que busca un elemental aspecto orientalizante a tono con la decoración de los cuadros. En esa misma línea encontramos en el centro de la Sala el velador de gusto oriental, bien acompañado por la excelente sillería barroca y dieciochesca, lacada en blanco y tapizada en seda, que probablemente procede de la Sala de Porcelana antes mencionada. Zacarías González Velázquez fue el pintor que hizo las escenas campestres bajo los medios puntos de la bóveda.

Despacho del Rey.


   
     El Antedespacho del Rey cuenta con una buena colección de pinturas, desde la tela de Mayno, en la que se representa al evangelista San Mateo, pasando por las dos vistas de Mazo, hasta llegar a la serie grande del Hijo pródigo, por Romanelli. El mobiliario mezcla piezas de Carlos III y Carlos IV La lámpara de cristal que pende de la bóveda, cuya decoración en estilo pompeyano se viene atribuyendo al pintor Juan Duque, procede de la Real Fábrica de La Granja. Este mismo artista pintó la alegoría de las Artes Liberales en la bóveda del contiguo Despacho del Rey, pequeña habitación que contiene notables pinturas atribuidas a Furini, Solimena, Magadán y Laguna, si bien la serie de muebles es la que llama más la atención por su calidad y belleza. Siendo magníficas la sillería y la mesa de trabajo del Monarca, de la época de Fernando VII, nuestra atención se centra en el excepcional escritorio arrimado a la pared que, en raíz de olivo y placas de mármol sobre las que se recortan aplicaciones de bronce dorado, hizo el ebanista francés Jacob Desmalter. Sobre él van colocados dos jarrones de porcelana, en el mismo estilo Imperio, flanqueando un biscuit del Buen Retiro con el célebre grupo del Toro Farnesio. Entre otras muchas piezas singulares cabe recordar el reloj de dos esferas sobre la chimenea, firmado por Fernández de la Peña; o el reloj de pie, inglés, firmado por John Shelton, de la segunda mitad del siglo XVIII.

Salón de los Espejos.


    
    El Salón de los espejos, llamado también Salón de vestirse, está situado en el ángulo formado por la facha da al jardín del Rey y la que mira al Parterre, por lo que los espejos, fabricados en La Granja y cubriendo todo: los muros, multiplican las luces procedentes de dos planos en ángulo, creando la esperada imagen que se refleja y repite de modo infinito. La Sala se concibió, en su estado actual, en la época de Carlos IV sirviéndose pare ello de su arquitecto Juan de Villanueva, quien dio modelos y dirigió la obra entre 1790 y 1795. En el mobiliario trabajó el ebanista de cámara José López, y la pintura de la bóveda, como las anteriores, es de Juan Duque, finalizadas en 1803.

Dormitorio del Rey.


    
    Al llegar al Dormitorio del Rey vemos el espíritu neoclásico y equilibrado que le proporciona su mobiliario estilo Imperio, pero que no concuerda bien con el carácter espectacular de la bóveda pintada por Amiconi dentro de la tradición barroca de fingida arquitectura: en perspectiva, dotando a la estancia de una monumentalidad sólo aparente pero muy efectista. El rompimiento central permite ver las alegorías de la Paz y de la justicia pintadas por Bartolomé Rusca, sobrevolando la estancia Uno de los mejores cuadros del Palacio de Aranjuez permanece colgado aquí, sobre la cabecera de la cama, esto es, el Cristo en la cruz, pintado expresamente entre 1761 y 1769 para el Dormitorio Real por Antonio Rafael Mengs, pintor que fue de Cámara de Carlos III. Mengs inició otras pinturas en la ampliación del Palacio llevada cabo por Sabatini, como el techo del que iba a ser salón de fiestas, pieza que desapareció como tal salón grande al quedar dividido por las reformas llevadas a cabo por Villanueva para alojar al Príncipe de Parma.

Gabinete Árabe.


    
    Inmediato al Dormitorio Real se encuentra una de las salas más sorprendentes del Palacio. Nos referimos a Gabinete árabe o Salón de fumar, pieza característicamente romántica de la época de Isabel II, iniciada en 1855 por Rafael Contreras, restaurador entonces del Patio de los Leones de la Alhambra de Granada, con cuyos interiores quiere, presuntamente, enlazar. De la vistosa cúpula de mocárabes pende una lámpara de calamina, y bajo ella un velador, de bronce, cristal y tablero de porcelana, en el que se representa la escena del abandono de la Alhambra por Boabdil el Chico, obra de Robert y obsequio del Rey de Francia, Luis Felipe, a la Reina María Cristina durante la minoría de edad de la futura Isabel II.


    El Anteoratorio, el reducido Oratorio privado del Rey y la Cámara del Rey, abiertas hacia el patio central, cierran esta breve exposición de las estancias más significativas del Palacio, desde donde se puede rememorar la existencia de otros Reales Sitios a través de las bellísimas vistas pintadas por Fernando Brambilla, sobre El Escorial y La Granja.

Capilla Real.


    
    Si bien tanto el Rey como la Reina contaron con sus oratorios privados, carecían, sin embargo, de una capilla pública, después de la transformación sufrida por la de Felipe II. Para compensar esta carencia, se concibió una excelente Capilla en el brazo Sur de la ampliación de Sabatini, con acceso desde el exterior y que se consagró en 1799. Su interior es de un moderado clasicismo, con un orden apilastrado toscano y una bella cúpula, pintada por Francisco Bayeu. Sobre la cornisa cabe ver angelotes sosteniendo pesadas guirnaldas y un grupo escultórico sobre el altar mayor, todos ellos debidos al escultor francés Robert Michel. Desde el altar mayor una Inmaculada de Mariano Salvador Maella preside esta regia Capilla, tocada de dorados bronces labrados por Fabio Vendetti.



4 comentarios:

  1. otra entrada en la q nos culturizas un poco yo me quedo con el salon de los espejos!!!!!!!!!!!!!!!!un besazo guapeton!!!!!!!!!!!!

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    1. Me muero de ganas por conocer este palacio y sus jardines. Tiene que ser una gozada pasear por ellos.

      ¡Un besote enorme!

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  2. Y lo es, Pedrete, lo es. Yo paseé por el y sus jardines cuando era niña, y te juro que era como vivir un sueño. Conforme fui creciendo y fui conociendo más cosas de él, de su construcción y de sus moradores, más disfrutaba caminar sobre la alfombra roja para atisbar el pasado reflejado en los espejos o guardadito en los muebles. Yo quería ser princesa, una fantasía como tantas otras de las muchas que tenido, y allí, en Aranjuez, podía serlo mientras mi imaginación reconstruía toda la historia por mi conocida entonces. Había salitas y salones que me parecían monstruosos por lo Rococó a la manera española. El de las "chinerías", por ejemplo, se me hacía demasiado abigarrado con su fondo blanco y sus detalles dorados. ¡Ay!, sala tras sala, salón tras salón, era dorado sobre dorado y a veces me causaban una gran pesadez en el ánimo; pero, cuando lo dorado dejaba paso a los colores pasteles del Neoclásico, respiraba y descansaba. Creo que desde entonces he preferido la sobria elegancia de la línea neoclásica.

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    1. En lugares así es normal que la imaginación eche a volar y termines transportado a otras épocas. Para mi casa tampoco querría yo una decoración así de abigarrada, pero hay que reconocer que el patrimonio que nos legaron los Borbones fue magnífico. Muchos de los mejores artistas del momento fueron contratados para decorar los Reales Sitios amén de la creación de las Reales Manufacturas, las cuales produjeron objetos de incalculable valor. Sin lugar a dudas una de las épocas de mayor esplendor artístico en este país.

      ¡Un besazo enorme y gracias por tu visita!

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