Margarita María Teresa de
Austria (Madrid, 12 de julio de 1651 – Viena, 12
de marzo de 1673) fue Infanta de España y Emperatriz
consorte del Sacro Imperio Romano Germánico por su matrimonio con su tío,
el emperador Leopoldo I.
La infanta Margarita Teresa era
hija del rey Felipe IV de España y de su segunda esposa, Mariana
de Austria y, por tanto, hermana del rey Carlos II. A partir de 1660 se
convirtió en una valiosa pieza de la política de Estado, que podía posibilitar
la reconciliación entre las dos ramas de los Habsburgo, distanciadas
desde la Paz de Westfalia.
Pronto fue prometida a su tío, el
emperador Leopoldo I, hermano de su madre Mariana de Austria. El
conde de Pötting fue enviado a la corte de Madrid para cumplir con las
funciones de la embajada imperial en la temprana fecha de 1663, teniendo
entre sus principales objetivos el conseguir la mano de la infanta para su
señor Leopoldo I. El 6 de abril de 1663 se publicaron los esponsales,
siendo firmadas las capitulaciones el 18 de diciembre de ese mismo año por el
dicho conde de Pötting y por el duque de Medina de las Torres.
Tras la muerte de su padre en
septiembre de 1665, su madre, la reina Mariana de Austria, quedaba
como regente de la Monarquía en nombre de su hermano Carlos II, que
entonces contaba apenas con cuatro años de edad.
La fragilidad de la regencia que
Felipe IV legaba a la Monarquía tras su muerte, le obligó a establecer en su
testamento unas cláusulas que contemplaran todas las posibilidades de sucesión
posibles (cláusulas 15 y 16). Según las mismas, la rama francesa quedaba
completamente excluida de la herencia en virtud de la renuncia a sus derechos
por parte de la infanta María Teresa, hija de Felipe IV e Isabel
de Borbón, tras su matrimonio con el monarca francés Luis XIV, acordado
durante la Paz de los Pirineos. En ningún momento Felipe IV contempló la
posibilidad de que el monarca francés o sus herederos pudieran acceder a la
sucesión de la Monarquía Hispánica en caso de muerte prematura de
Carlos II. La herencia (en caso de muerte del joven rey) recaería en los
sucesores de la infanta Margarita Teresa, entonces prometida del emperador
Leopoldo I, es decir, se seguía la lógica habsbúrguica de fidelidad a la
familia y a la dinastía. La siguiente mujer destinada a continuar la línea
sucesoria sería la hermana de Felipe IV, la emperatriz María, mujer del
emperador Fernando III, la ya fallecida madre de Mariana de Austria,
por lo que serían sus descendientes (Leopoldo I, o los hijos que éste pudiera tener
con Margarita Teresa, pues se suponían que ésta iba a renunciar también a sus
derechos tras su matrimonio con el emperador que se celebraría en vida de
Carlos II), los llamados a la sucesión.
Los Habsburgo debían
recoger estos derechos, tras los cuales estaba la Casa de Saboya que
recibía también su candidatura a través de una mujer, la tía de Felipe IV, la
infanta Catalina Micaela, hija de Felipe II que se había casado
con el duque Carlos Manuel I de Saboya; sus descendientes debían ostentar
la corona en caso del agotamiento de la candidatura de los Habsburgo
austriacos. En definitiva, la sucesión francesa quedó descartada en el
testamento de un Felipe IV fiel a la tradicional alianza entre las dos ramas de
la Casa de Austria.
Los poderes sucesorios de
Margarita Teresa pudieron plantear diversas controversias en el seno de las
discusiones políticas del Consejo de Estado y a pesar de su temprano
compromiso con el emperador Leopoldo, la infanta no dejó de ser una candidata a
la sucesión en potencia desde su nacimiento hasta su matrimonio (cuyas
negociaciones fueron ralentizadas intencionadamente tanto por Felipe IV como
por doña Mariana de Austria).
En 1657 nació el
príncipe Felipe Próspero, que vivió sólo cuatro años, pues murió el 1
de noviembre de 1661, planteando de nuevo la cuestión
sucesoria. Francia, tras la muerte de este último, volvió la mirada hacia
su reina María Teresa, hija primogénita de Felipe IV: si su hermana se casara
con el Emperador y las renunciaciones de los Pirineos se consideraran
nulas, la herencia podría recaer en los descendientes de Luis XIV. No obstante,
este espejismo duró apenas cinco días pues el 6 de noviembre nacía el
futuro Carlos II, circunstancia que abrió de nuevo las esperanzas de
sucesión masculina para la Monarquía Hispánica. Sin embargo, la débil salud del
niño hizo temer en no pocos momentos por su supervivencia, lo que hacía que las
grandes cortes europeas tuviesen que jugar sus cartas ante una posible muerte
prematura del heredero.
Matrimonio.
El matrimonio de Margarita Teresa
era un asunto de suma importancia para el futuro de la monarquía, pues en el
testamento de Felipe IV la herencia de las infantas era una facultad
casi inalienable. El derecho castellano no excluía a las mujeres ni de la línea
sucesoria ni de los derechos de heredabilidad y esta circunstancia tuvo
importantes consecuencias en la formulación del testamento del rey. No obstante
y a pesar de todo, los derechos sucesorios primaban al varón sobre la mujer,
por lo que el príncipe era quien heredaba el trono, mientras las infantas,
unidas en matrimonio con otros monarcas o con el emperador, generalmente tenían
que renunciar a estos derechos sucesorios que ostentaban casi en igualdad de
condiciones con sus hermanos varones.
Las diversas situaciones que
podían producirse a lo largo de la minoridad de Carlos II obligaron a
Felipe IV a tomar muchas precauciones. Podían producirse diversas
circunstancias: la muerte de la reina regente Mariana de Austria, la de
Carlos II o la de ambos; siendo la más importante la segunda, es decir, el
fallecimiento del heredero universal, lo cual conduciría al nombramiento de
otros herederos que venían dictaminados a través de las mujeres de la
dinastía Habsburgo, preferentemente de la rama austriaca. La
principal candidata considerada por el rey para heredar la Monarquía tras una
supuesta muerte de Carlos II, fue la infanta Margarita Teresa, destinada desde
su nacimiento a casarse con el emperador. No obstante, el matrimonio de la
infanta con Leopoldo I sufrió unas demoras inusitadas durante el reinado de
Felipe IV. Las verdaderas razones de tal retraso no hacían sino responder a los
entresijos de la política internacional del momento: una previsible minoría de
edad complicada, la posible muerte prematura de un heredero universal, así como
la lucha encarnizada de las grandes cortes europeas por la vastísima herencia
territorial de la Monarquía Católica. Además, la conclusión de las nupcias
con el emperador nunca fue algo seguro, sino que símplemente respondía a un
línea tradicional de acción política que en ningún caso fue percibida
desde Madrid como una obligación ineludible; de hecho se llegó a
pensar en casar a Margarita con Carlos II de Inglaterra con el fin de
evitar que este monarca se desposara con Catalina de Braganza, princesa de
la dinastía rebelde lusa de los Braganza que Felipe IV, en
plena guerra con Portugal, se negaba a admitir entre las casas reales
europeas.
El testamento de Felipe IV (1665)
no hacía ninguna alusión al posible matrimonio de Margarita con Leopoldo I, lo
cual confirmaría el hecho de que el monarca dilató intencionadamente esta
promesa nupcial con la esperanza de que, en caso de primera necesidad, su hija
heredara el trono de la Monarquía. Es decir, el rey habría querido evitar el
matrimonio para asegurar los derechos de su hija y solventar el gran problema
que habría supuesto la prematura muerte del débil Carlos. Por otra parte,
Felipe IV, en la cláusula 21 de su testamento dejaba entrever que le podía suceder
tanto un hijo como una hija:
[...] para que como tal
tutora del hijo o hija suyo y mío que me sucediere tenga todo el gobierno y
regimiento de todos mis reinos en paz y en guerra hasta que el hijo o hija que
me sucediere tenga catorce años cumplidos para poder gobernar[...]
Mientras en Madrid, Felipe
IV retenía a su hija ante un posible agravamiento del problema sucesorio,
en Viena al emperador Leopoldo I le urgía el casamiento con
Margarita Teresa por tres razones: la necesidad de un heredero; asegurar su
candidatura a heredar la Monarquía Hispánica en caso del fallecimiento de
Carlos II, pues Luis XIV, su gran rival, había conseguido contraer nupcias con
la primogénita de Felipe IV, lo cual le convertía en el máximo competidor en la
cuestión sucesoria; y, finalmente, porque el matrimonio con la infanta ayudaría
a reavivar unas relaciones entre las dos ramas de la Casa de Austria que
estaban sufriendo un ligero enfriamiento iniciado ya a mediados del siglo
XVII.
Cuando Mariana de Austria accedió
a la regencia en septiembre de 1665, Leopoldo I y sus consejeros vieron en
ella uno de los principales baluartes de la política exterior del Imperio por
ser ésta hermana del emperador. Leopoldo pensó que con Mariana en el poder se
agilizarían los trámites de su matrimonio pero no fue así. El hecho de que
Felipe IV no hubiera citado su compromiso con Margarita Teresa en su
testamento, le obligó a desplegar todas las estrategias diplomáticas posibles
para agilizar la salida de la infanta de la corte madrileña con destino a Viena. Además
de su embajador ordinario, el conde de Pötting, Leopoldo envió a Madrid al
Barón de Lisola como embajador extraordinario para negociar este asunto.
Refuerzo diplomático al que se sumó el conde de Harrach como agente temporal en
octubre de 1665.
Las razones aducidas desde Madrid
para postergación de los desposorios del emperador y la infanta, fueron la
urgencia en la solución de otros problemas más acuciantes en los inicios de la
regencia, e incluso el descuido no intencionado de la regente; sin embargo, la
razón de fondo seguía siendo el problema sucesorio, había que esperar
prudencialmente a que el rey-niño diera indicios que certificaran su capacidad
de supervivencia.
Finalmente, los desposorios se
celebraron por poderes el día de Pascua 25 de abril de 1666 en
la corte de Madrid representando al emperador el Duque de Medinaceli,
en presencia del pequeño Carlos II y de la reina Mariana, con asistencia del
conde de Pötting, embajador imperial, y de los Grandes de la Corte.
Para su viaje a Alemania fue designado como Camarero Mayor el Duque de
Alburquerque.
La emperatriz-infanta y su
comitiva salían de Madrid el 28 de abril con destino
a Denia, donde, después de reposar unos días, embarcó en la Armada Real de
España, a la que escoltaban las galeras de Malta y las del gran duque de
Toscana el 16 de julio. De allí la Armada se dirigió a Barcelona, a
donde llegó el 18 de julio, acompañada de 27 galeras, siendo recibida con
grandes salvas recién cumplidos los quince años y festejada todo el tiempo que
permaneció en la ciudad condal. En ella la emperatriz se sintió levemente
indispuesta lo que retrasó la partida hasta el 10 de agosto en que la
comitiva embarcó de nuevo con rumbo a Finale a donde llegaron
el 20 de agosto y donde la emperatriz fue recibida por don Luis
Guzmán Ponce de León, gobernador del Estado de Milán. La comitiva partió
de Finale el 1 de septiembre llegando a la ciudad
de Milán el día 11 del mismo mes, aunque la entrada triunfal no se
realizase hasta el día 15. El 24 de septiembre dejaban la capital
lombarda prosiguiendo el camino por tierras del Milanesado hasta legar a la
ciudad de Venecia. El 8 de octubre se hizo la jornada a Roveredo,
primer lugar del principado-obispado de Trento que era el punto
designado para verificar las solemnes entregas que se llevaron a cabo
el 10 de octubre. El Duque de Alburquerque, en nombre del Rey y de la
Reina Gobernadora entregó a la emperatriz al Príncipe de Dietrichstein y
al cardenal Harrach, obispo de Trento, nombrados para este efecto por
Leopoldo I.
El 20 de octubre partía
la nueva comitiva de Roveredo, atravesando el Tirol, pasando
por Carintia y Estiria, y llegando el 25 de
noviembre a Schottwien, a doce leguas Viena, donde fue a
buscarla el emperador.
La entrada oficial
en Viena tuvo lugar finalmente el 5 de diciembre. Los festejos
que tuvieron lugar en la capital austriaca con motivo del imperial matrimonio
fueron de los más espléndidos de toda la época barroca.
En seis años de matrimonio, Margarita fue madre de dos niños y dos niñas.
La hija que sobrevivió fue la mayor, María Antonia que se casó con el Duque de
Baviera. A pesar del alto grado de consanguinidad en su familia, Margarita
Teresa era una joven hermosa y atractiva, como lo atestiguan la infinidad de
retratos que de ella se conservan. Dotada de un carácter dulce y alegre, era la
hija favorita de su padre, quien en sus cartas privadas se refería a ella como
«mi alegría». Pese a la diferencia de edades y al aspecto de Leopoldo,
supuestamente carente de atractivo, la pareja fue muy feliz debido a que compartían
muchos intereses, en especial el teatro y la música.
Uno de los eventos más
sobresalientes durante el reinado de ambos fue el estreno de
la ópera Il pomo d'oro (La manzana de oro) del
compositor italiano Antonio Cesti, en julio de 1668 y considerado il
piú grande spettacolo del secolo. Esta suntuosa representación es
comúnmente considerada como la culminación de la ópera barroca
en Viena durante el siglo XVII.
Del matrimonio entre Margarita
Teresa y Leopoldo I nacieron cuatro hijos:
- Fernando Wenceslao (1667–1668), archiduque de Austria.
- María Antonia (1669–1692), archiduquesa de Austria. Fue depositaria de los derechos de sucesión a la Monarquía Hispánica durante muchos años ante una posible muerte de Carlos II, así como prometida oficial del mismo hasta que durante el gobierno de Juan José de Austria se decidió el matrimonio con María Luisa de Orleans para así afianzar la paz con Francia. Contrajo matrimonio con el elector Maximiliano II Manuel de Baviera. Ambos fueron padres de José Fernando de Baviera, nombrado heredero de la Monarquía Católica por Carlos II en su testamento de septiembre de 1696.
- Juan Leopoldo (1670), archiduque de Austria.
- María Ana Antonia (1672), archiduquesa de Austria.
La emperatriz Margarita falleció
en Viena el 12 de marzo de 1673, a los 21 años de
edad, a consecuencia del parto de su cuarta hija. Sus restos reposan en
la cripta de los Capuchinos de Viena.
Apariciones en el arte.
Margarita Teresa fue uno de los
personajes más retratados por el pintor Diego Velázquez. Ella es la
protagonista de Las Meninas (1656), obra cumbre de la pintura
universal de todos los tiempos, donde se la ve rodeada de sus meninas (damas
de compañía), así como de otros personajes de la corte española. Existen
multitud de retratos de la infanta realizados por Velázquez en el Museo
del Prado de Madrid y el Kunsthistorisches
Museum de Viena, destacando obras como la La infanta
Margarita con vestido rosa (1653), La Infanta Margarita con
vestido azul, Retrato de la Infanta Margarita a los 15 años (1665),
si bien la autoría de esta obra ha sido muy discutida, dudándose entre la mano
de Velázquez y la de Juan Bautista Martínez del Mazo o una combinación de
ambas. En la actualidad, este cuadro está considerado como una de las obras
maestras de Mazo. Estos retratos responden en su mayoría a las solicitudes
remitidas a la corte española desde diferentes lugares y muy en especial desde
la corte de Viena, donde residía Leopoldo I, prometido de la infanta.
Otro destacado retrato de la
infanta, atribuido tradicionalmente a Velázquez, ubicado en el Museo del
Louvre de París ha sido recientemente puesto en duda por los
estudiosos de arte en cuanto a su autoría se refiere.
Margarita Teresa no solo fue
retratada por Velázquez, también se conservan retratos de Juan Bautista
Martínez del Mazo ("Retrato de la infanta Margarita con traje de
luto" fechado en 1666), Jan Thomas, Gérard Duchâteau,
etc. Por cuanto respecta a estos últimos autores, parece ser que el emperador
Leopoldo I tenía una preferencia personal por las miniaturas pictóricas. Prueba
de ello es que, como no le gustó el retrato de su prometida en traje azul que
pintó Velázquez en 1659, el emperador encargó en 1663 a su
pintor de corte, Gerarden van Schloss (en francés Gérard Duchâteau), el retrato
oficial del compromiso. El 9 de julio de 1665, Leopoldo I
notificó a su embajador en Madrid, el conde Pötting, la llegada a la villa
del conde de Harrach y del retratista áulico:
[...] Con esta ocasión
envío también allá mi ayuda de cámara Gerarden von Schloss, en galo du Chatto.
Éste es bruselés, por lo tanto vasallo del rey y un hombre que merece todo.
Educado de manera honrada, es pío y pinta muy bien, especialmente los retratos
pequeños, como el que les envié hace un año. Por lo tanto es mi intención y mi
voluntad, que le introduzcáis al lado de Harrach, así que reciba el permiso
para retratar a mi esposa y al príncipe. Opus laudabit magistrum. Ha realizado
mi retrato en grande y pequeño, los cuales lleva Harrach allá. Esto es mi alta
voluntad, porque los pintores españoles no me ofrecen ninguna satisfacción.
Adoro a los Habsburgo, es una de mis familias favoritas. Y adoro a los hijos de Felipe IV que fueron retratados por Velázquez a los que no me cansaba de ver en el libro sobre este pintor que editó la Noguer Rizzoli en la década de 1970 y que me sirvió para conocer la moda imperante en España durante el reinado de Felipe IV. Felipe Próspero y Baltasar Carlos eran unos niños hermosos con nombres propios de una sonoridad castiza y la infanta Margarita Teresa, era una muñequita de porcelana para mí. Creí con ellos ante mis ojos y siempre quise para mí el vestido que aquí comentas que no le gustaba el emperador Leopoldo, ese azul y plata que no me cansaba de reproducir en mis cuadernos. Confieso, no sin cierto rubor, que desconozco mucho de su historias particulares y ahora, leyendo que Margarita murió dando a luz a su cuarto hijo, no he podido sentir otra cosa más que una congoja inmensa pues imaginaba que había llegado a una buena edad, a pesar de morir lejos del suelo que la vio crecer. Lo único que me consuela es que, finalmente, tuvo un buen matrimonio y que no dudo haya sido feliz para los estándares que corresponden a todo matrimonio de Estado. Sabes Pedrete, estás removiendo con tus entradas de este blog, un fondo muy antiguo de mis sueños convertido ya en limo casi olvidado. Y me gusta que eso suceda porque me da la oportunidad de rescatar sueños e historias que duermen en mi interior desde hace muchas décadas. Agradezco este despertar en todo lo que vale que es mucho. Un beso
ResponderEliminar¡Hola Carmen!
EliminarEstos niños eran verdaderamente dignos de lástima. Los que no murieron de niños o bebés, lo hicieron a edad temprana, esta pobre criatura solo tenía 21 años. Su hija María Antonia también moriría joven, al igual que que su nieto.
Con respecto a los retratos, siempre me han fascinado el de pequeñita que pertenece a la Casa de Alba y el primero que aparece en esta entrada, el rosa y plata. Este último de Martínez del Mazo vestida de luto, también me encanta.
Celebro que te resulten interesantes estas entradas y que estén removiendo sentimientos pasados. Tengo una entrada pendiente sobre el infanta Baltasar Carlos, así que estate atenta.
¡Un besote enorme, mi querida Carmen!
El retrato que va vestida de luto yo lo vi "en vivo" en una exposición que hubo en México hace unos años. Yo no lo conocía y me llevé una grata impresión hasta el punto de haber sido, tal vez, lo que más llamó mi atención de todo el recorrido. La verdad es que es un retrato realmente hermoso y conmovedor, con ciertos matices velazqueños ;) Y si, estaré atenta para ver que me cuentas del infante Baltasar Carlos ;) Te mando un beso y un abrazo enormes Pedrete
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