Según la mentalidad burguesa de
la Inglaterra victoriana, la casa era un recinto que protegía al individuo de
la hostilidad del mundo exterior y en el que se escondía la sagrada vida
privada. La dama burguesa era la reina de este mundo; y como la burguesía hacía
pocos que había adquirido riqueza y poder, era la encargada de tejer una red de
relaciones sociales destinadas a alcanzar una alta posición en el universo
social de la época.
La primera tarea del día de una
dama burguesa era atender la correspondencia. Todas las mañanas encontraba en
su escritorio esquelas, invitaciones y felicitaciones; ella, entonces, las
contestaba, aceptando personalmente las que creía convenientes. Un día a la
semana recibía en su propia casa, en general para un té con sus amigas y
conocidas. La mayor parte de las noches asistía con su esposo a fiestas y
bailes en casa de socios y amigos y, en su momento, devolvía las invitaciones
organizando un baile en su residencia. Esta intensa vida social desaparecía en
cuanto la familia perdía su posición social por motivos económicos; las
amistades desaparecían y las puertas de la sociedad se cerraban para la familia
caída en desgracia.
Toda dama perteneciente a la
burguesía acomodada disponía de un amplio guardarropa de día; los vestidos se
confeccionaban con telas de seda y raso, adornadas con ribetes, volantes,
flecos y cintas de seda. Las prendas de abrigo se hacían con telas gruesas como
el velarte; en tiempos de la reina Victoria, que adoraba Escocia, se puso de
moda el tartán (tela escocesa de cuadros). El estambre y el cheviot aparecieron
hacia el final del siglo. Los complementos eran básicos en todo guardarropa:
guantes, zapatos, horquillas, tocas, capotas y sombreros, ramilletes de flores
secas y toda clase bolsos y bolsitos.
La necesidad de las damas
burguesas de parecerse lo más posible a las damas de la aristocracia activó el
desarrollo de la moda femenina. Periódicamente, los creadores dictaban sus
exigencias y las mujeres se esclavizaban gustosamente a ellas. En París
aparecieron las primeras casas de alta costura; en una de ellas, la de Worth,
se vestía Eugenia de Montijo, esposa del emperador de Francia, Napoleón III,
que fue la primera dama de la aristocracia en vestirse con un modisto. Las
burguesas seguían a las aristócratas en todo aquello que convenía aparentar
socialmente, con lo que adoptaron también su escala de valores.
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