domingo, 21 de julio de 2013

La dama burguesa.

Según la mentalidad burguesa de la Inglaterra victoriana, la casa era un recinto que protegía al individuo de la hostilidad del mundo exterior y en el que se escondía la sagrada vida privada. La dama burguesa era la reina de este mundo; y como la burguesía hacía pocos que había adquirido riqueza y poder, era la encargada de tejer una red de relaciones sociales destinadas a alcanzar una alta posición en el universo social de la época.


    La primera tarea del día de una dama burguesa era atender la correspondencia. Todas las mañanas encontraba en su escritorio esquelas, invitaciones y felicitaciones; ella, entonces, las contestaba, aceptando personalmente las que creía convenientes. Un día a la semana recibía en su propia casa, en general para un té con sus amigas y conocidas. La mayor parte de las noches asistía con su esposo a fiestas y bailes en casa de socios y amigos y, en su momento, devolvía las invitaciones organizando un baile en su residencia. Esta intensa vida social desaparecía en cuanto la familia perdía su posición social por motivos económicos; las amistades desaparecían y las puertas de la sociedad se cerraban para la familia caída en desgracia.


     Toda dama perteneciente a la burguesía acomodada disponía de un amplio guardarropa de día; los vestidos se confeccionaban con telas de seda y raso, adornadas con ribetes, volantes, flecos y cintas de seda. Las prendas de abrigo se hacían con telas gruesas como el velarte; en tiempos de la reina Victoria, que adoraba Escocia, se puso de moda el tartán (tela escocesa de cuadros). El estambre y el cheviot aparecieron hacia el final del siglo. Los complementos eran básicos en todo guardarropa: guantes, zapatos, horquillas, tocas, capotas y sombreros, ramilletes de flores secas y toda clase bolsos y bolsitos.


    La necesidad de las damas burguesas de parecerse lo más posible a las damas de la aristocracia activó el desarrollo de la moda femenina. Periódicamente, los creadores dictaban sus exigencias y las mujeres se esclavizaban gustosamente a ellas. En París aparecieron las primeras casas de alta costura; en una de ellas, la de Worth, se vestía Eugenia de Montijo, esposa del emperador de Francia, Napoleón III, que fue la primera dama de la aristocracia en vestirse con un modisto. Las burguesas seguían a las aristócratas en todo aquello que convenía aparentar socialmente, con lo que adoptaron también su escala de valores.

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