viernes, 12 de julio de 2013

La princesa de Éboli.

    Ana de Mendoza y de la Cerda, princesa de Éboli, duquesa de Pastrana y condesa de Mélito, (Cifuentes, Guadalajara, 29 de junio de 1540 - Pastrana, 2 de febrero de 1592) fue una aristócrata española.


    Ana de Mendoza pertenecía a una de las familias castellanas más poderosas de la época: los Mendoza. Hija única del matrimonio entre Diego Hurtado de Mendoza y de la Cerda, virrey de Aragón, y María Catalina de Silva y Toledo. Educada por su madre, su infancia y juventud estuvo muy influida por las peleas y separaciones entre sus padres, en gran parte debidas al carácter mujeriego de Diego, y que llevarían a una separación "de hecho". Ana tomaría partido por su madre, generalmente. Desarrolló un carácter orgulloso, dominante y altivo. Pero también voluble, rebelde y apasionado, como el de los antiguos Mendozas. No hay noticias destacadas de su infancia, salvo la leyenda referente a la pérdida de un ojo por causa de una caída o de la esgrima. Entre las teorías que se barajan sobre la pérdida de su ojo derecho, la más respaldada es la que asegura que la princesa fue dañada por la punta de un florete manejado por un paje durante su infancia. Pero este dato no es claro, quizá no fuese tuerta sino estrábica, aunque hay pocos datos que mencionen dicho defecto físico. En cualquier caso, su defecto no restaba belleza a su rostro; su carácter altivo y su amor por el lujo se convirtieron en su mejor etiqueta de presentación, y ejerció una gran influencia en la corte. Cuando se firmaron sus capitulaciones de boda en 1553 se la describe como "bonita aunque chiquita".

    Se casó a la edad de doce años (1552) con Ruy Gómez de Silva, por recomendación del príncipe Felipe, futuro Felipe II; su marido era príncipe de Éboli (ciudad ubicada en el Reino de Nápoles) y ministro del rey. Los compromisos de Ruy motivaron su presencia en Inglaterra por lo que los cinco primeros años de matrimonio, apenas estuvieron tres meses los cónyuges juntos.

    Ruy Gómez de Silva era hijo de Francisco da Silva y María de Noronha, señores de Ulme y de Chamusca, localidad donde nació Ruy en 1516. Por su calidad de segundón acompañó a su abuelo Rui Teles de Menezes, en 1526, en el traslado a Castilla de la corte de Isabel de Portugal, entrando como menino al servicio de la Emperatriz. El nacimiento del príncipe Felipe en 1527 motivará la cercanía de Ruy al pequeño, al ser nombrado paje del príncipe tras la muerte de la Emperatriz Isabel y siendo compañero habitual de juegos, lo que le uniría en una estrecha amistad durante toda su vida. En 1548, cuando Felipe tuvo casa propia, Ruy es nombrado uno de los cinco gentileshombres de cámara del príncipe, lo que indica el inicio de su carrera política.

    Felipe pensó que debía casar a Ruy con una dama de la nobleza castellana, eligiéndose como candidata a Teresa de Toledo, hermana del marqués de la Velada. Sin embargo, ésta se hizo monja, por lo que se tuvo que buscar una nueva candidata. La preferida por Felipe era Ana de Mendoza de la Cerda, hija de los condes de Mélito, virreyes del Perú, de la poderosa familia de los Mendoza. Ana contaba con 12 años de edad, lo que no fue inconveniente para que se llevara a cabo el matrimonio, cuyas capitulaciones se firmaron en 1553. Como la novia era muy joven, permanecería unos años en casa de sus padres hasta la consumación del matrimonio, que fue en 1557. Celebrada la ceremonia, Ruy se trasladó con Felipe a Inglaterra, donde el monarca se casó con María Tudor. La estancia inglesa duró hasta 1559.

    Convertido Felipe en rey, la confianza fue creciendo. Recibió todo tipo de cargos y honores: fue sucesivamente Sumiller de Corps, lo que aseguraba una íntima cercanía al Rey, consejero de Estado y Guerra, intendente de Hacienda, contador y primer mayordomo del príncipe Carlos y príncipe de Éboli. Este nuevo título le fue concedido para salvar el rígido protocolo de la corte y así poder tener el rey a su amigo junto a él con la más alta dignidad nobiliaria.

    Posteriormente, las tierras italianas de Éboli fueron vendidas por Ruy para adquirir otras en La Alcarria, más cercanas a Madrid: compró las villas de Estremera y Valdeacerete en primer lugar, y luego la villa de Pastrana (1569). El agradecimiento de Felipe a la colaboración prestada se consumó con el nombramiento de duque de Estremera, título que Ruy cambió en 1572 por el ducado de Pastrana con Grandeza de España, donde fundó su mayorazgo y casa. Al morir el hermano mayor de Ruy sin sucesión, éste heredó las posesiones paternas de Chamusca y Ulme en Portugal.

    En los cuatro años que restaron desde la compra de Pastrana hasta su muerte, mejoró y amplió los cultivos en Pastrana, trajo a moriscos (expulsados de Granada por Juan de Austria) que iniciaron allí una floreciente industria, logró una feria anual con privilegios especiales y fundó, con su esposa, la Iglesia Colegial de Pastrana (donde está enterrado junto a su esposa).

    Tan grande fue su influencia en la corte —le llamaban "Rey Gómez"— que se hablaba de un partido ebolista, que le disputaba el poder al partido albista, dirigido por Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba. El partido ebolista y el albista constituían facciones rivales en la corte de Felipe II, enfrentadas por cuestiones como la sublevación de los Países Bajos (que Ruy prefería solucionar por la vía del compromiso, proponiendo un sistema particularista o pactista, menos centralista, similar al del Reino de Aragón, mientras que Alba confiaba más en la fuerza y la represión). Curiosamente, el "pacifista" partido de Ruy era partidario de la guerra con Inglaterra, que no deseaba el duque de Alba. También Ruy pasó a liderar la facción de los Mendoza favorable al mantenimiento de una estructura en la que cada territorio de la Monarquía Hispánica tuviera una mayor autonomía, respetando las leyes y fueros de los diferentes reinos. Del poder que logró Ruy da cuenta que, al casar a su hija mayor Ana de Silva y Mendoza con el hijo del duque de Medina Sidonia, las capitulaciones muestran iguales en importancia a ambos cónyuges. Tras su muerte, el partido ebolista siguió encabezado por Antonio Pérez, secretario del rey, aunque su caída fue inminente.

    Tras la repentina muerte de Ruy Gómez de Silva en 1573, Ana se vio obligada a manejar su amplio patrimonio y durante el resto de su vida tuvo una existencia problemática. Gracias a sus influyentes apellidos consiguió una posición desahogada para sus hijos. Su hija mayor, Ana, casaría con Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Zúñiga, VII duque de Medina Sidonia; el siguiente, Rodrigo, heredaría el ducado de Pastrana; Diego sería duque de Francavilla, virrey de Portugal y marqués de Allenquer. A su hijo Fernando, ante la posibilidad de llegar a cardenal, le hicieron entrar en religión, pero escogió ser franciscano y cambió su nombre por el de Fray Pedro González de Mendoza (como su tatarabuelo el Gran Cardenal Mendoza), y llegaría a ser arzobispo.

    Debido a su alta posición, la princesa mantenía relaciones cercanas con el entonces príncipe y luego rey Felipe II, lo que animó a varios a catalogarla como amante del rey, principalmente durante el matrimonio de éste con la joven Isabel de Valois, de la cual fue amiga. Lo que sí parece seguro es que, una vez viuda (1573) sostuvo relaciones con Antonio Pérez, secretario del rey. Antonio era seis años mayor que ella y no se sabe realmente si lo suyo fue simplemente una cuestión de amor, de política o de búsqueda de un apoyo que le faltaba desde que muriera su marido. Estas relaciones fueron descubiertas por Juan de Escobedo, secretario de Juan de Austria (hijo natural del emperador Carlos V), quien además mantenía contactos con los rebeldes holandeses. Antonio Pérez, temeroso de que revelase el secreto, le denunció ante el rey de graves manejos políticos y Escobedo apareció muerto a estocadas, de lo que la opinión pública acusó a Pérez; pero pasó un año hasta que el rey dispuso su detención. Los motivos de la intriga que llevaron al asesinato de Escobedo y a la caída de la princesa no son claros. Parece probable, junto a la posible revelación de la relación amorosa entre Ana y Antonio Pérez, también la existencia de otros motivos, como una intriga compleja de ambos acerca de la sucesión al trono vacante de Portugal y contra Juan de Austria en su intento de casarse con María Estuardo.

    La princesa fue encerrada por Felipe II en 1579, primero en el Torreón de Pinto, luego en la fortaleza de Santorcaz y privada de la tutela de sus hijos y de la administración de sus bienes, para ser trasladada en 1581 a su Palacio Ducal de Pastrana, donde morirá atendida por su hija menor Ana de Silva (llamada Ana como la hija mayor de la Princesa, se haría monja luego) y tres criadas. Tras la fuga de Antonio Pérez a Aragón en 1590, Felipe II mandó poner rejas en puertas y ventanas del Palacio Ducal. Es muy conocido en dicho palacio el balcón enrejado que da a la plaza de la Hora, donde se asomaba la princesa melancólica.

    No está tampoco muy claro el porqué de la actitud cruel de Felipe II para con Ana, quien en sus cartas llamaba "primo" al monarca y le pedía en una de ellas "que la protegiese como caballero". Felipe II se referiría a ella como "la hembra". Es curioso que mientras la actitud de Felipe hacia Ana era dura y desproporcionada, siempre protegió y cuidó de los hijos de ésta y su antiguo amigo Ruy. Felipe II nombró un administrador de sus bienes y más adelante llevaría las cuentas su hijo Fray Pedro ante la ausencia de sus hermanos.

    Como curiosidad cabe mencionar que solicitó junto con su marido la fundación de dos conventos de carmelitas en Pastrana. Entorpeció los trabajos porque quería que se construyesen según sus dictados, lo que provocó numerosos conflictos con monjas, frailes, y sobre todo con Teresa de Jesús, fundadora de las Carmelitas descalzas. Ruy Gómez de Silva puso paz, pero cuando éste murió volvieron los problemas, ya que la princesa quería ser monja y que todas sus criadas también lo fueran. Le fue concedido a regañadientes por Teresa de Jesús y se la ubicó en una celda austera. Pronto se cansó de la celda y se fue a una casa en el huerto del convento con sus criadas. Allí tendría armarios para guardar vestidos y joyas, además de tener comunicación directa con la calle y poder salir a voluntad. Ante esto, por mandato de Teresa, todas las monjas se fueron del convento y abandonaron Pastrana, dejando sola a Ana. Ésta volvió de nuevo a su palacio de Madrid, no sin antes publicar una biografía tergiversada de Teresa, lo que produjo el alzamiento de escándalo de la Inquisición, que prohibió la obra durante diez años.


    Falleció en su palacio-cárcel de Pastrana en 1592. Ana y Ruy están enterrados juntos en la Colegiata de Pastrana.

Fuentes: Wikipedia.

2 comentarios:

  1. Esta mujer era algo serio en verdad. Personaje anecdótico como abundan muchos en la Historia de España, la de Eboli dejó su impronta en un periodo difícil que apuntaba a la decadencia que no tardó en hacerse notoria tras Felipe II. Ciertamente, nadie sabía porque Felipe pasó del amor al odio por esta mujer. Claro que la explicación se encuentra, sin duda, en la relación que la de Eboli sostuvo con el truculento Antonio Pérez, secretario de Felipe II. A Pérez, quien huyó a la Inglaterra isabelina, se le debe parte de la llamada Leyenda Negra española, Leyenda que le hizo mucho daño a una España en tránsito hacia su decadencia imperial. Felipe la tildo de traidora al tener el poco tino de relacionarse con un traidor. Pero, ella era así: estaba acostumbrada a hacer sus sacrosanta voluntad -sobre todo, una vez quedó viuda- y era tan veleidosa y ligera como insufriblemente mandona. Su final, se lo ganó a pulso ya que se enemistó con mucha gente principal merced a sus caprichos. Así que, lejos de compadecerla, hay que agradecer el no haberla conocido en persona y que no se nos atravesara por el azaroso camino de la vida.

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  2. Pobre princesa, la acabas de poner a caer de una burra... La verdad es que tuvo que ser de armas tomar. Pero claro, hay que tener en cuenta que en aquella época y aun en épocas posteriores, casi coetáneas a la nuestra, lo que se pedía a una mujer es que fuera mansa y sumisa. Y cualquier atisbo de rebeldía, decisión propia o el simple hecho de pensar, eran considerados pecados capitales en una mujer. Creo que también hay mucho machismo en la mala fama de la princesa de Éboli.

    ¡Un besote enorme y gracias por tu visita!

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