lunes, 29 de julio de 2013

La vivienda victoriana.

Casa propia.


     Hasta bien entrado el siglo XIX, era costumbre entre la nobleza, sobre todo en el campo, que los miembros de una misma familia, al contraer matrimonio, vivieran en la casa paterna, con lo que se conseguía que el dueño de dicha casa ejerciera una autoridad sin límites sobre todos sus ocupantes. Así, las nueras tenían que pedir permiso a su suegro para cualquier cosa, y éste organizaba su vida y la de sus hijos. Lo mismo sucedía con la suegra, a la que no había manera de desplazar de la dirección de los asuntos domésticos. Pero entre la burguesía victoriana esta costumbre fue desapareciendo, y los recién casados se instalaban en la propia vivienda, donde criaban a sus familias, que solían ser bastante numerosas, de manera que la joven esposa podía organizar su casa a su manera sin sentirse como una intrusa. En general, la casa victoriana típica solía ser de dos plantas, con el tejado adornado con gabletes y chimeneas, muchas ventanas y un jardín.

La casa rural.


     La vida en el campo estaba muy lejos de resultar aburrida para la aristocracia británica. La caza constituía uno de los deportes más practicados, sobre todo las partidas de caza del zorro, aunque, en realidad, se practicaba sobre todas las especies de manera indiscriminada. La aristocracia detentaba en exclusiva este derecho, lo cual resultó ser una importante fuente de conflictos sociales. La pasión de los ingleses por las armas de fuego desarrolló una industria de gran fama; de la misma manera, las razas insulares de perros, como el setter irlandés o el pointer, se convirtieron en las preferidas de los cazadores de todo el mundo.

Las mansiones urbanas.


     La aristocracia solía diversificar sus inversiones, por lo que era propietaria de algunos de los inmuebles más importantes de Londres. La mayor parte de ellas estaban en barrios exclusivos y elegantes; en general, solían ocupar la planta baja y los dos primeros pisos, mientras que el servicio se alojaba en las buhardillas. En algunas casas las damas disponían de salones para el té y los caballeros, de espacios reservados al juego en los que se reunían los amigos para fumar.

Interiores masculinos.


     La estética victoriana asociaba sobriedad con virilidad; así pues, en la decoración de los espacios privados, lo mismo que en la moda, esta exigencia predominaba e influía en la elección de los revestimientos murales, los muebles, las tapicerías y los cuadros. Las salas de billar, las bibliotecas, los gabinetes y los dormitorios se revestían de elementos  que escapaban a toda ostentación; pero, además, estos espacios funcionaban como propios y privados de los hombres, tanto en sus viviendas como en la institución británica por excelencia: el club. En las salas de billar privadas se reunían grupos de amigos para pasar la velada lejos de la presencia femenina, pues así podían dejar de lado una etiqueta a la que ellas les obligaban. También se sentían libres de conversar sin cuidar su lenguaje o el tema de sus conversaciones. Fuera de su casa, los hombres se reunían en clubes en los que las mujeres no tenían entrada; la mayor parte de las instituciones se regían por normas específicas, que hacían que los socios de cada club fueran gente muy afín en cuanto a costumbres y objetivos.

4 comentarios:

  1. lo de la suegra aun sigue pasando!!!jejejejejeje bonita entrada un besazo guapeton!!!!!!!!!!

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    1. ¡Jajaja! Pobrecitas las suegras, qué mala fama tienen! Un besote enorme!

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  2. ¿Tú crees de verdad que los caballeros victorianos abndonaban alguna vez la etiqueta ante otros caballeros? Si fuera en algún tipo de antro... ;)

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    1. Supongo que al menos se relajarían un poco y se comportarían de otra forma menos rígida. Seguro que hasta decían picardías.

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