La mantilla es una prenda popular española consistente en un elegante tocado femenino de encaje. La palabra mantilla procede de la voz “manto”, el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española la define como: “Prenda de seda, blonda, lana u otro tejido, adornado a veces con tul o encaje que usan las mujeres para cubrirse la cabeza y los hombros en fiestas y actos solemnes”.
Historia:
La costumbre femenina de cubrirse la cabeza viene de tiempos remotos. Las damas de Elche y Baza, esculturas íberas realizadas hacia el siglo VI a. C., lucen velo y peineta. Posteriormente, a lo largo de la Edad Media se siguieron utilizando en la Península Ibérica diferentes tipos de tocados para cubrirse la cabeza. Su uso se generalizó desde el siglo XVI siendo extensivo a todas las clases sociales; junto al rosario y el abanico, la mantilla era un atuendo obligado para salir a la calle ya que solamente las solteras podían llevar la cabeza descubierta, aunque lo normal era que también la usaran al igual que las niñas pequeñas. No fue hasta principios del siglo XVII cuando se extendió su uso, y evolucionó para convertirse en pieza ornamental del vestuario femenino, sustituyéndose el paño por los encajes como así lo atestiguan algunos cuadros del pintor sevillano Velázquez. Sin embargo, su uso no se generalizó entre las mujeres de alta posición hasta bien entrado el siglo XVIII tal como se aprecia en numerosos cuadros de Francisco de Goya.
Evolución:
Su evolución se vio influenciada por diferentes factores de tipo social, religioso, e incluso climático; condicionando estos últimos el tipo de material utilizado para su confección. En la zona norte se empleaban tejidos tupidos con el fin de servir de abrigo; generalmente paño, llegando a veces a completar su elaboración con terciopelo, seda o abalorios. En la zona sur los materiales que se empleaban eran más finos y ligeros, dado que su uso se limitaba a proteger del sol o servir como elemento decorativo del vestuario femenino. Su decoración se elaboraba con cuidado en ambas zonas, siendo las de diario más sencillas que las de “fiesta”.
Para su confección se utilizaban todo tipo de tejidos más o menos ricos dependiendo de la capacidad económica de su poseedora, desde vastos linos a finos paños y bayetas, pasando por la franela, la sarga, el tafetán, la gasa, el raso o la seda; a veces una misma prenda se confeccionaba con distintos tejidos uno para el anverso y otro para el reverso, por ejemplo mantillas de raso forradas de tafetán incluso de colores diferentes. Para sujetarla se usaban frecuentemente broches de plata. Las damas con posibles tenían varias mantillas, y aunque nos parezca sorprendente, los colores de moda en la época eran intensos. Entre los más comunes estaban los llamados carmesí, color de fuego, encarnado, color de ámbar y el verde. El efecto de las mujeres luciendo mantillas de tan vivos colores debía ser de lo más llamativo. A mediados del siglo XVIII se impusieron los tonos pastel, típicos del Rococó como el rosa o el celeste y hacia 1790 se comenzó a tender hacia el blanco o el negro, siendo la muselina, tela de algodón muy liviana que provenía de La India, la gran protagonista.
Para enriquecer la mantilla normalmente se guarnecía con encajes blancos o negros por lo que su precio se disparaba ya que la labor de los bolillos se realizaba exclusivamente a mano. Durante el siglo XVIII se produjo la gran eclosión del encaje, fue una moda que causó furor siendo los más apreciados las blondas francesas y los de Bruselas aunque también en España se elaboraban de gran calidad, sobre todo en Valencia y Cataluña. No solamente se guarnecían las mantillas con encaje sino también con hilo de plata o con galón de oro. Las más económicas que se han encontrado en las cartas de dote eran las de bayeta, su precio podía rondar los 10 reales, las de raso o seda estaban entre los 60 y 200 reales, pero sin duda las más caras eran las de encaje de blonda francés, por ejemplo una mantilla de gasa negra a rayas guarnecida con blondas anchas de Francia costó 895 reales, una cifra verdaderamente elevada.
La mantilla española alcanzó su cenit en el siglo XIX potenciado por la predilección de Isabel II de España hacia ella, muy aficionada al uso de tocados, encajes y diademas, quien populariza finalmente su uso, contagiando a todas las mujeres que la rodeaban. Las damas cortesanas y de altos estratos sociales comienzan a utilizar esta prenda en diversos actos sociales, lo que contribuye a darle un toque distinguido, tal y como ha llegado hasta nuestros días. A partir de 1868 el uso de la mantilla se abandonó en algunos lugares. No obstante, en Sevilla y otras ciudades de Andalucía continuó gozando de gran predilección. Algo que también ocurrió en Madrid, donde el empleo de la mantilla estaba tan arraigado a las costumbres, que las damas de la nobleza madrileña la convirtieron en símbolo de su descontento durante el reinado de Amadeo de Saboya y su esposa María Victoria. El rechazo hacia dichos monarcas, fue protagonizado por las mujeres de la aristocracia, que se manifestaron por las calles madrileñas llevando, en lugar de sombreros, la clásica mantilla y peineta española. Un hecho que pasó a la historia como "La conspiración de las mantillas".
En el Romanticismo se impuso la mantilla blanca o negra y exclusivamente de encaje, también se extendió el uso de la peineta ya que las señoras se veían más favorecidas con ella. La reina Isabel II las lucía con frecuencia, al igual que la aristócrata española Doña Eugenia de Montijo, que llevó esta costumbre a Francia al casarse con el emperador Napoleón III en 1853. Paulatinamente el uso de este atavío fue decayendo ya que las damas de clase alta la sustituyeron por el sombrero, moda que acabó generalizándose. Aún así, las españolas han ido a misa con velo o mantilla siempre negro, hasta la década de los cincuenta del siglo XX aproximadamente.
En el siglo XX en Andalucía, y en concreto en Sevilla, la mantilla usada como prenda cotidiana para pasear por las tardes se fue desarraigando de las costumbres femeninas. Únicamente en el primer tercio del siglo las mujeres utilizaban para ir a misa pequeñas mantillas, conocidas por toquitas y media luna. De esta manera, el uso de la mantilla fue quedando relegado a ciertas conmemoraciones y actos, y muy especialmente para la Semana Santa. Especialmente el Jueves y el Viernes Santo, era tradicional que las damas se vistieran de negro portando sus mejores galas: peineta de carey sobre la cual se ponían la mantilla negra de encaje, que se lucían acompañando a las procesiones y visitando los Sagrarios de la ciudad. Hasta mediados de siglo esta tradición se mantuvo fielmente de madres a hijas. En algunas casas sevillanas de un cierto rango social se vestían todas las mujeres de la familia, e incluso tenían siempre en reserva una mantilla por si llegaban invitadas de fuera de la ciudad. Hubo unas décadas en las que esta costumbre pareció decaer, pero actualmente la tradición de vestirse de mantilla en Semana Santa vuelve a tomar auge.
La famosa Feria de Abril de Sevilla, así como la de otros muchos pueblos, era también la oportunidad de muchas mujeres para ponerse la mantilla, aunque en este caso se lucía de encaje blanco. Esta costumbre perduró con fuerza hasta el primer tercio del siglo XX. Luego, poco a poco, la mujer se fue despojando de esta prenda tan frágil para tales ambientes festivos, ya que la delicadeza del encaje imponía un cuidado especial que la incomodaba para bailar y divertirse. También la fiesta nacional de los toros ha estado siempre muy ligada a esta prenda, ya que las mujeres acudían engalanadas con sus mantillas blancas a las plazas de toros. Aunque no es tan frecuente como años atrás, actualmente siguen viéndose los coches de caballos llevando a la plaza grupos de mujeres con sus mantillas blancas de encaje, que lucen con gracia en los tendidos.
En la actualidad es un atavío que ha quedado restringido a ocasiones especiales, pero hasta comienzos del siglo XX era una pieza básica en el ajuar de cualquier mujer española, que al menos tenía una. Básicamente, su uso ha quedado restringido a determinados eventos como procesiones de Semana Santa, ofrendas de flores en fiestas, bodas de gala o la fiesta de los toros. Un hecho curioso es la dispensa papal por la que solamente las reinas de España pueden visitar al Santo Padre enteramente vestidas de blanco incluyendo la mantilla.
Diversos tipos de mantillas:
El encaje, por su belleza, arraigó pronto en los gustos y modas del siglo XVI, tanto en las masculinas como en las femeninas. Posteriormente, la mujer pasó a ser su principal consumidora, usándolos tanto para ropa de casa, ropa interior, vestimenta y accesorios. Una de las principales aplicaciones del encaje fue la mantilla. De los numerosos tipos de encajes, los más genuinos para las mantillas son los de bolillos, y entre ellos los de Blonda y de Chantilly.
- El encaje de Blonda se elabora con dos tipos de seda (retorcida y mate para hacer el tul del fondo y brillante y lasa para los dibujos), y se caracteriza por los motivos grandes de tipo floral, especialmente por los bordes con amplias ondas, llamadas puntas de castañuela. Dados sus magníficos contrastes y el peso del mismo, resulta de una gran elegancia, adaptándose tanto a la mantilla blanca como a la negra.
- El encaje de Chantilly se llama así porque el origen de su fabricación fue en esta pequeña ciudad francesa. Sus diseños son de carácter vegetal, y presentan abundancia de hojas, flores, escudetes y guirnaldas. El Chantilly es un encaje más etéreo que la Blonda, y se considera más elegante para la mantilla negra.
- Un tercer tipo de mantillas es el de tul bordado. Aunque vulgarmente a estas mantillas se las califica como de encaje, hay que aclarar que únicamente su fondo de tul se incluiría dentro del encaje, pero no así su ornamentación, ya que los motivos se van bordando a mano imitando los motivos decorativos del Chantilly y la Blonda.
En definitiva, este adorno ha pervivido a través de los siglos como un signo de identidad de lo español frente a las modas extranjeras, y Sevilla en particular ha contribuido en gran manera al mantenimiento de esta singular y emblemática tradición.
<3 Que estupendo recorrido por la historia de la mantilla, te agradezco especialmente los datos sobre los materiales con los que estaban hechas :) Un abrazo.
ResponderEliminarEsta entrada es mucho más extensa que la colgué el otro día. Ya no me acordaba de ella, la publiqué hace ya dos años. Celebro que te sirva de ayuda.
Eliminar¡Un besote enorme!
Que chula la entrada....cuando hacia bolillos ( y digo hacia por que no los toco ) mis compañeras tambien bordaban tul...no me dio por aprender ..para eso soy pelin rara si no le encuentro utilidad no pierdo el tiempo,algunas hicieron mantillas preciosas....tengo una negra en Munilla que me gustaria poder lucirla de alguna manera decorativa ..lo que pasa que en negro no se yo ...ya me aconsejaras
ResponderEliminarUn besin
Se me antoja que te tienes que dejar los ojos bordando tul. Bueno, en todas las labores de aguja hay que aplicar la vista, pero creo que este tipo de bordado tiene que ser complicado.
EliminarCon respecto a exponer la mantilla, no sé. Como dices al ser de color negro y llevar la casa decorada en tonos pálidos va a ser complicada la cosa. Ya se nos ocurrirá algo.
¡Un besote, Elenita!
ataco de nuevo a ver, con el comentario tan guapo que me salio antes vamos
ResponderEliminarpues es un articulo que me a traído muchos recuerdos, blonda, chantilly, son nombres que desde pequeño, me sugerían cosas ocultas y tesoros, las mantillas y las peinas de carey se guardaban en sitios especiales, siempre fuera del alcance de los pequeños, y cuando las mujeres salían, vestidas de mantilla con esos pendientes y broches, velados por los encajes como si fuesen verdaderas reinas, era todo un acontecimiento,
hubo una moda pasajera en la que se llevo, poner un pequeño ramito de violetas, bajo el encaje en el hueco de la peineta
un abrazo
¡Hola Jose!
EliminarComo ya te he dicho por facebook, esta es la parte que más me gusta del blog, cuando vosotros aportáis vuestra visión e incluso vuestros recuerdos y vivencias. Me ha encantado el detalle de las violetas escondidas entre la mantilla. Lástima que fueran artificiales, porque siendo naturales habrían desprendido una fragancia elegantísima. ¡Vivan las señoronas sevillanas a las que les gusta destacar! Al menos aportan de cuando en cuando, romanticismos varios.
¡Un abrazo enorme!
¡Dios mío! Pedazo de entrada la que has elaborado, Pedrete. Y yo aquí, sintiéndome chinche por no haber podido aun cumplir con la tarea que me propuse realizar respecto al huipil :( Las mujeres de la antigüedad cubrían su cabeza como símbolo de pudor, de ahí que hubiera distinciones entre las solteras y las casadas -las disponibles y las no disponibles, por decirlo de otro modo-. En España, la mantilla se impone, como bien indicas, desde la antigüedad más remota. Del manto clásico, de los velos musulmanes, se pasó después del siglo XVI, a esa prenda que aun nos acompaña transformada. Para mí, la mantilla es signo de elegancia femenina. Yo conservo la "media luna" que mi abuela la extremeña, usaba para ir a misa y, supongo yo, data de los sesenta. Yo también tengo una mantilla mexicana que me puse en ocasiones como la Comunión de mi hermano Manuel y la boda de mi hermano Jorge. Esa es moderna, negra y bordada de una manera bastante básica sobre tul pero me gusta lucirla porque es más larga que la "media luna" de mi abuela y oblonga. Me la he puesto ¡hasta para recrear! ;) Te mando un beso y una brazo enormes, Pedrete
ResponderEliminarPrácticamente todas las culturas mediterráneas han usado mantos o mantillas para distintos cultos, celebraciones o simplemente el acto de salir a la calle. En la antigua Roma incluso los hombres se cubrían con la toga para actos litúrgicos, ofrendas y sacrificios. En la religión judía también son los hombres los que usan el talit para acudir a la sinagoga. O sea, que no solo las hombres han sido las únicas en portar mantos.
EliminarCreo, y lo mismo estoy confundido, que la mantilla rectangular es un invento del siglo XX. Los retratos de esa época que he visto con damas españolas portando mantilla, se adivinan mantillas triangulares o de media luna. En algunos anticuarios a esas mantillas se las conoce como "mantillas isabelinas".
¡Un abrazo enorme!
En mi casa tenemos como cuatro q no se nuy bien de donde salieron, una se q era de mi abuela y es de un color como gris perla mas o menos, y es mas pequeña y luego hay dos negras y uma blanca, mi madre cuando se caso un tio mio llevaba una mantilla el dia de la boda y a mi recuerdo q me pusueron una un año pero en semana santa era negra, y yo iba de negro parecia una cucaracha!!!! Pero este es un tema del q no se na de na, gracias por esta entrada
ResponderEliminar¿Cuatro mantillas? Menudo derroche. En casa no se usaban esos lujos. Mi madre recuerda que mi abuela contaba en su ajuar con un mantón negro, pero sin bordar. Y volviendo a las mantillas de tu familia, ¿no hay fotos tuyas vestida de mantilla? Me muero de ganas por verte así ataviada.
Eliminar¡Un besote, Pilarín!