En una sociedad como la
victoriana, fuertemente patriarcal, la importancia del padre de familia era
extraordinaria. Era el guardián de los valores morales, éticos y religiosos en
los que se asentaba el grupo y el encargado de transmitirlos. Muy
conservadores, los hombres victorianos consagraron el papel dominante del varón
y el destino subsidiario de la mujer en la sociedad mediante el establecimiento
de unas normas educativas, religiosas y de conducta rígidamente inmovilistas.
El papel del hombre en la vida victoriana
era el de rector de la vida social en todos sus aspectos. Era quien trabajaba,
por tanto, el autor del bienestar de la familia, y por ello se le debía
agradecimiento; esposo amantísimo, cuidaba de su esposa, a la que trataba como
a una niña, pues entre sus funciones, la principal era la de defenderla de los
peligros de la vida. Con sus padres era respetuoso, y cuidaba de que nada les
faltara en su vejez, o en caso de necesidad. Pero el aspecto más importante
de su labor se desarrollaba en el medio familiar, en lo que se relacionaba con
la educación de sus hijos. Los victorianos entendían que el padre era el
encargado de conducir a su familia por el buen camino según unas normas morales
entonces muy arraigadas que concedían una alta prioridad a lo espiritual frente
a lo material. No se cedía ante ciertos comportamientos, como la bebida o el
juego, en lo que la sociedad era muy intolerante; por el contrario, del padre
de familia se esperaba que cumpliera a la perfección con sus obligaciones.
En realidad, y aunque el padre de
familia sentaba las líneas maestras de la educación de sus hijos, las niñas
solían quedar bajo el control materno, pues no en vano se destinaban a ejercer
en la vida las mismas funciones que sus progenitoras. Pero los chicos era otra
cosa. El padre decidía en qué colegio cursaban sus estudios y hasta qué carrera
o profesión iban a elegir en la vida, pues lo habitual era que un chico
victoriano siguiera en este campo los pasos de su padre. Cuando llegaba el
momento, sólo la experiencia de la vida del padre podía acertar en la elección
del esposo, sobre todo en lo que se refería a sus inexpertas hijas.
El padre de familia victoriano
conducía su casa con honestidad, procurando ofrecer una imagen de
honestidad y solvencia. En efecto, en aquella época, y al igual que el deshonor
en el trabajo conllevaba el rechazo en el mundo mercantil, una conducta
socialmente inaceptable podía traer consigo el ostracismo y el desprecio de los
demás miembros de la clase.
El director espiritual.
En la sociedad victoriana, el
papel del padre se ampliaba al de director espiritual, pues se aplicaba muy
especialmente a la vigilancia de la educación religiosa de sus hijos e hijas.
Después de la cena, la familia reunida solía leer los breviarios o algunos
pasajes de la Biblia, y en la casa se comentaban y valoraban los diferentes
aspectos de la vida de la comunidad. Era costumbre de la época que los niños
redactaran un diario íntimo en el que recogían sus sentimientos y dudas; luego
lo sometían a la opinión de sus mayores. El padre y la madre enseñaban a los
hijos a rezar, y disponían que los hermanos mayores ayudaran a sus hermanos en
esta materia en cosas de menor importancia.
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