La aristócrata inglesa victoriana
era la más poderosa, rica e influyente de Europa, a pesar de lo cual las
mujeres de esta clase social, que en aquella época concentraba todo el poder y
el dinero, estaban apartadas de la vida pública, a no ser en funciones de mera
representación social. Quizás por eso, las grandes damas se convirtieron en las
auténticas dictadoras de las altas esferas inglesas, y, aunque socialmente no
eran tan importantes como sus maridos, ellas decidían quién era o no era digno
de pertenecer a su selectísimo círculo de amistades.
Ni siquiera las damas de la alta
nobleza victoriana se libraban de ser consideradas socialmente inferiores a sus
maridos. En general, dejaban la dirección y el cuidado de sus asuntos
domésticos en manos de mayordomos, amas de llaves y sirvientes para dedicarse
al ocio, las labores de bordado, los paseos y la asistencia a actos culturales
y sociales, como representaciones teatrales o exposiciones de arte. Incluso las
grandes damas estaban apartadas de los ámbitos públicos de decisión; en la vida
doméstica, donde imperaba la estricta división de funciones entre hombres y
mujeres, ellas se dedicaban a la educación de los hijos varones cuando eran
pequeños y solo de las chicas más tarde, pues los muchachos salían pronto del
ámbito materno para ingresar en internados y colegios.
Los matrimonios solían
concertarse según la conveniencia de las familias, razón por la cual en el
código de la aristocracia se daban por descontadas las aventuras extramatrimoniales;
sin embargo, las damas debían llevarlas con total discreción, pues de lo
contrario podían acarrear para sí el deshonor y el ostracismo social.
El lustre de una dama de la
aristocracia, sin embargo, siempre dependía del estatus social de su
marido; ellas no podían ser las herederas de los títulos nobiliarios ni de las
propiedades que solían ir vinculados a ellos, y cuando contraían matrimonio,
era el esposo quién administraba y controlaba su dote y su herencia
familiar. Sin embargo, las cosas podían ser distintas si se trataba de
las hijas de familias de rango y prestigio, o de tradición política; éstas no
solían dejarse someter tan fácilmente y llegaban a influir en las actividades
de sus maridos.
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