Para una mujer victoriana,
educada para ser esposa y madre, la viudez representaba una de las etapas más
duras de la vida. No sólo tenía que soportar larguísimos períodos de tuto, sino
también verse apartada de la vida social, a veces para siempre, pues sólo si
quedaba acomodada una viuda podía hallar un nuevo pretendiente y contraer otro
matrimonio. Sin embargo, para las aristócratas significaba recobrar su libertad
personal y el control de sus bienes y de los que podía heredar de su difunto
esposo.
La intensa religiosidad de que
hacía gala la sociedad victoriana impregnó todos los aspectos de su vida
cotidiana privada y colectiva, al igual que muchas manifestaciones artísticas
de la época, como la música o la poesía. La religión se mantenía sobre todo en
torno al matrimonio y a la familia, por lo que afectaba también a todos los
aspectos que llevaba aparejados la viudez.
En realidad, sólo las familias
pudientes eran capaces de soportar el gasto que representaba un luto llevado
con todas las de la ley. Las grandes familias transmitían todo el ritual; la
viuda se vestía con austera lana negra y sombreros con crespones. Éstos, el
primer año, debían caer por la espalda hasta la parte de atrás de la rodilla, y
sólo después podían acortarse hasta la cintura. La viuda no salía de casa
excepto para acudir al servicio religioso o visitar a sus familiares más
cercanos; las fiestas y las reuniones sociales, hasta las más inocentes,
terminaban para ella. Si era una dama de mediana edad, a partir de entonces
sólo podía esperar ocuparse de sus hijos y de sus nietos y vivir así hasta que,
a su vez, le llegara su hora. En las casas, todo el servicio se vestía también
de luto, y las puertas y las ventanas permanecían cerradas, procurando a sus
moradores el silencio absoluto.
De hecho, las grandes damas
podían permitirse aliviar esta época tan triste. Si tenían dinero, podían
viajar y, aunque no podían quitarse el luto, al menos cambiaban la monotonía
por distracción. Podían vestirse de seda y emplear joyas y encajes, con lo que
su depresión se atenuaba. Las herederas de las grandes fortunas podían incluso
mejorar su estatus, pues recobraban el dominio sobre su patrimonio, que de
casadas estaba en manos del marido.
Curiosidades:
El atuendo de luto.
Para una viuda victoriana el luto
se dividía en tres fases. El luto total duraba seis meses; el segundo luto,
seis meses más y el alivio, la fase final, solía prolongarse tres meses más.
Durante estos últimos, el negro se combinaba con gris, morado o violeta. En la
primera fase del duelo sólo se podía lucir un único adorno: una hebilla de cinturón
de acero bronceado. No obstante, y dada la duración de esta etapa, se permitía
el uso de joyas, siempre que fueran de azabache u ónice, ambas piedras negras,
así como de hebillas bronceadas. En el tiempo de alivio se introducían los
diamantes y las hebillas plateadas.
Complementos.
La aplicación de cuello,
manteletas y chales de colores violeta o gris, era el medio más común de alivio
de luto. Se trataba de hermosas piezas muy ricamente trabajadas, de encajes
almidonados, lorzas y jaretas infinitesimales. También se usaban con este fin
guantes de piel o malla en vez de los de lana, y sombrillas de colores suaves.
Las joyas.
Una de las clases de joya más
característicamente victorianas son las de significado sentimental y
conmemorativo, las llamadas in memoriam, es decir, en recuerdo de un ser
querido difunto. Estas joyas formaban parte del ritual del luto. Las más
típicas eran los anillos de cabujón que podían abrirse y, en el interior,
guardaban un mechón del cabello del desaparecido; los aros con fechas del
nacimiento y la muerte y piezas realizadas con cabellos trenzados del difunto.
La elección de los materiales y colores debía seguir las normas de cada fase
del luto.
Es interesante como las costumbres sobre el luto existen en todas las culturas
ResponderEliminarUn abrazo