María Antonia Vallejo Fernández, nace
en Motril el 9 de marzo de 1750, hija de Bernardo Vallejo natural de Granada y
de María Fernández, natural de Motril, según consta en el archivo parroquial de
Motril. No se sabe nada de su infancia, solo que muy joven marchó a Cádiz,
cantera de artistas de la época, posiblemente huida de Motril con una compañía
de cómicos ambulantes. La vida de María Antonia está llena de leyendas,
se dice de ella que después de su llegada a Cádiz, hubo fugas con toreros,
raptos a cargo de bandoleros y gitanos, disputas y puñaladas pasionales, todos
esos hechos muy de acorde con literatura romántica del siglo XVIII.
María Antonia, llega a un Madrid en el que
está reinando Carlos III y en el que se está operando una gran
transformación urbana y social. La comedia, que había sido denostada y casi
suprimida, comienza a resurgir. En este tiempo había en Madrid tres coliseos,
de ellos, solo dos fueron permitidos como teatros oficiales. Sobre 1776, ya se
tiene constancia de su vida, se sabe que llego a la corte de Madrid sobre dicha
fecha y comenzó a trabajar como tonadillera. Hay que tener en cuenta que en el
teatro, era como trabajar de funcionario, ya que eran contratados los cómicos
directamente por las autoridades, asignándole teatro, puesto y sueldo. El
personal femenino de cada compañía lo integraban: la primera dama, la segunda,
la tercera y así hasta la séptima u octava. A las terceras damas se les llamaba
“graciosa” por ser la encargada de los papeles cómicos. El cargo inmediatamente
inferior a las damas era el de “sobresalienta” de primeras damas, otras de
segunda y otras de música. Tenían la misión de suplir, en caso de enfermedad o
ausencia a sus respectiva cómica.
Desde el principio, María Antonia, fue bien
acogida por el público, lo cual era muy importante ya que de su agrado o
descontento, dependían, las temidas “gritas” o “bullas” con las que aprobaban o
desaprobaban las actuaciones. El primer contrato que firmó María Antonia Fernández, la Caramba, en Madrid, fue como sobresalienta de música o de
cantado. Las condiciones a que se sometió nuestra tonadillera fueron: “Sobresaliente
de música con obligación de alternar en las tonadillas con las demás
partes y también cantar en el sainete dos días a la semana”. Los
biógrafos de María Antonia repiten que el nombre artístico de la Caramba nació
a los pocos meses de estar actuando en Madrid. Para su presentación en el
teatro, se había escrito una coplilla que en su estribillo repetía varias veces
la palabra “Caramba”. Esta interpretación fue muy bien acogida y el estribillo
“usted quiere… ¡Caramba! ¡Caramba!” muy pronto corrió por el Madrid de
entonces. De la noche a la mañana la Caramba fue una copla, una bandera, la
novia de la Corte. Su cálida voz, sus arranques de hembra andaluza, sus
“jondos” y bien sentidos jipíos flamencos levantaron un impresionante oleaje de
entusiasmo y su popularidad creció vertiginosamente.
El centro de la vida social de Madrid se
encontraba en el Paseo del Prado, paseo que iba desde el Prado de Atocha, Prado
de San Jerónimo y Prado de Recoletos ornamentado con las fuentes de Cibeles y
Neptuno. El Paseo del Prado se convirtió en el gran escaparate de la
sociedad y la moda. Allí se podían admiras, a duquesas, a cómicas, a usías y a
la alegre y bulliciosa soldadesca de casacas de colores. Era normal, pues, que
la fama de la Caramba hubiera saltado del teatro al paseo del Prado. Sus
extravagantes atuendos a la última moda, la gracia y donaire con que los lucia,
le granjearon muy pronto la admiración de las mujeres. El traje de maja era muy
vistoso y parecía creado para mujeres bien “plantas” como María Antonia.
El paseo de María Antonia por el
Prado era siempre un espectáculo. Su
presencia la esperaban los hombres y la acechaban las mujeres. En cierta
ocasión, las cortesanas quedaron intrigadas por un nuevo tocado que la Caramba
llevaba en la cabeza ya que no lo habían visto en ningún otro sitio. El tocado,
que tanto escándalo iba a generar consistía en una gran moña de brillantes
colores que se ponía sobre la cofia. Era muy vistoso, alegre y le favorecía
mucho. Las mujeres empezaron a copiar hasta la profusión aquel adorno personal
de la tonadillera, bautizándolo con el sobrenombre de “caramba”. El adorno
alcanzó tal grado de popularidad que llegó a ser de uso general. El mismo Goya
inmortalizó el tocado de la tonadillera en sus cuadros, pintándolo en la cabeza
de sus majas.
Relacionando a la Caramba con las cómicas
de su tiempo, de ella se llegó a decir: “Mayor ruido que todas estas
promovía entonces en la Corte la “tercera de música” María Antonia Fernández,
sobrenombrada la Caramba, célebre por su belleza, su canto desgarrado y
gitanesco donde acumulaba toda la voluptuosidad andaluza”. Pero el arte de
la Caramba no se limitaba solamente a la interpretación de las difíciles piezas
populares, donde contaba mucho el desplante y la majeza de la cantante. Ponía
también en juego dotes naturales de primer orden. También la Caramba cantaba
dificilísimas arias italianas, llenas de gorgoritos en cavatinas, en zarzuelas
y en óperas. María Antonia adquiere toda su plenitud artística en la temporada
1778-1779, cuando su popularidad hace posible su ascenso a “graciosa de
música”. Tenemos que tener en cuenta que cono graciosa de música, solo existían
dos en cada compañía, una cantando y otra para papeles cómicos, con parte de
música.
Dentro de las vicisitudes por las que pasó
la tonadillera, se encuentra la denuncia que sufrió María Antonia por parte de
la duquesa de Alba y la duquesa de Benavente. Ambas se sintieron aludidas en
unas de sus canciones compuesta por su maestro de música, Pablo Esteve, en la
letra se hacía alusión a los devaneos aristocráticos y en la
representación, ella salía ataviada a la moda francesa, imitando a las damas de
la aristocracia madrileña. Este hecho, debido a la popularidad de las damas a
las que se refería, se difundió profusamente, traspasando los linderos de la
villa y a María Antonia le supuso mayor reconocimiento. Este escándalo dilató
su fama de hembra de tronío. De este suceso salió airosa ya que en su defensa
alegó que ella solo era cómica y cantaban lo que le componían.
Era por aquel entonces María Antonia
Fernández, una mujer de veintiocho años, bella, prodiga, jovial y segura de sí
en aquellos escenarios de su apoteosis. En 1780, María Antonia, se retira del
teatro. Por esta época, estaba más interesada en promesas de matrimonio que en
asuntos artísticos. El pretendiente de la tonadillera no tenía nada que ver con
el teatro. Tampoco era un hombre arrogante ni atrevido. Se trataba de un joven
de finos modales, tímido, con pretensiones intelectuales. Madrileño, de origen
francés, se llamaba Agustín de Sauminque y Bedó, se había convertido en un
asiduo y ferviente admirador de las actuaciones de su ninfa, era ceremonioso e
insulso, de carácter apocado. Esta situación era la antítesis de lo
conocido por María Antonia anteriormente. Para ella tenía el encanto de lo
desconocido, quizá por ello se atrevió a dar el paso. Agustín pertenecía a una
familia acomodada que, evidentemente, se negó a este enlace. La madre no quería
por nuera a la primera tonadillera de los teatros de la Corte, a quien se le
atribuían toda clase de aventuras. Por ello Agustín y María Antonia decidieron
casarse en secreto. Para evitar los largos trámites burocráticos de la época,
María Antonia falsificó los documentos exigidos por la vicaria. Mientras el
novio soñaba, ella calculaba la invasión de sus bienes y exigía recibo de su
dote. El día 10 de Marzo firmaron las escrituras dotales, se casaron en Madrid
en la parroquia de los cómicos. El 15 de Abril, María Antonia reapareció en el
teatro, más bella y mas suntuosa que nunca. Su matrimonio había durado escasamente
un mes. Nadie sabe quien abandonó a quien ni el motivo que originó tan repentina
separación, pero para María Antonia el matrimonio no podía ser una cadena
perpetua. Agustín Sauminque no podía encontrar en María Antonia la esposa
sumisa, austera y tradicional que necesitaba un hombre como él.
En 1785, María Antonia, La Caramba, tenía
treinta y cuatro años. En aquella época a esa edad ya no se era muy joven. Pero
los muchos años que la tonadillera gozaba del favor del público le habían concedido
suficiente prestigio para seguir siendo la reina de la tonadilla. Su fuerte
atractivo, su extraña ligereza, su gracia y pasión la mantenían en el pedestal
que justamente conquistara a su llegada a la Corte. Días más tarde de haber
finalizado la temporada teatral de 1785 va a dar su habitual paseo por el
Prado. Sale de su casa y de repente, descargan un furioso aguacero. Los
peatones se dispersan y corren a guarecerse. La Caramba se cobija en el
convento de capuchinos de San Francisco, del Prado. La Caramba entró en la
iglesia del convento. En el púlpito, un religioso preparaba a sus feligreses
para la semana de Pasión. Algunas beatas la miraban con insolencia. Se veía que
le molestaba su presencia. ¡Qué escándalo entrar en un santo lugar con aquellas
provocativas ropas! El sermón terminó y los rezos se fueron extinguiendo. María
Antonia tardó en salir. El temporal había pasado. La atmósfera era fresca y
olorosa. En el cielo aparecían jirones azules. Ella misma era otra. Con paso
resuelto se dirigió a su casa.
María Antonia vivía con su madre, María
Manuela Fernández, esta, cuando oyó decir a su hija “nunca más volveré al
teatro”, temió por su salud. ¿Qué había ocurrido? Aquel día murió la Caramba,
la tonadillera más hermosa de la corte, la novia de todos, la mujer que
compartía su vida con el teatro, los toros y el Prado. Y nació la beata María
Antonia, como muy pronto la llamó todo Madrid. La gran metamorfosis psicológica
de la tonadillera fue asombrosa. Durante algún tiempo es la comidilla de
Madrid, nadie cree en esta conversión. Algunos van a las iglesias buscando el
rostro de la Caramba, pero no la hayan ya que su rostro está irreconocible. Su
bien dibujada figura está amorfa bajo un disfraz de negro y burdo sayal. Pasan
los meses y María Antonia vive entregada a la más increíble austeridad. Sale de
una iglesia para entra en otra. La mujer intenta huir de sí misma,
convirtiéndose en su propio fantasma. Se ha desprendido de todos sus lujos y
comodidades. Comienza a odiar su propia carne, tanto como a su pasado. Algunos
apasionados de la tonadillera esperan una ruidosa vuelta a la escena, pero no
vuelve. Y, poco a poco, la Caramba se va convirtiendo en sombra. Las frecuentes
mortificaciones a que María Antonia se somete debilitan su cuerpo hasta el
desfallecimiento. Muy pronto su salud empieza a debilitarse y cae gravemente
enferma. En mayo de 1787, hace testamento. Declara su matrimonio con Agustín
Saumique y nombra como albacea y testamentaria a su madre.
El 10 de junio de 1787, muere María Antonia
Vallejo Fernández. Tenía treinta y seis años. A esta temprana edad, era una
mujer decrépita, acabada. Fue enterrada según su deseo en la iglesia de San
Sebastián, de donde era feligresa. Muchos años después se la recordaba en
tonadillas, romances y canciones de ciegos, los denominados pliegos de cordel. El
eco popular de la Caramba resonó durante varias generaciones vivamente.
Fuentes: coralarmiz.com
Fuentes: coralarmiz.com
“Un señorito muy petimetre
ResponderEliminarSe entró en mi casa cierta mañana
Y así me dijo al primer envite:
Oiga usted: ¿Quiere usted ser mi maja?...
Yo le respondí con mi sonsonete,
Con mi canto, mi baile y mi soflama:
¡Qué chusco que es usted, señorito!
Usted quiere… ¡Caramba! ¡Caramba!
¡Que si quieres, quieres, ea!
¡Vaya, vaya, vaya!
Me volvió a decir muy tierno y fino:
“María Antonia, no seas tirana,
Mira niña, te amo y te adoro,
Yo le respondí con mi sonsonete,
Con mi canto, mi baile y sonsonete,
Con mi canto, mi baile y mi soflama:
¡Qué chusco que es usted, señorito!
Usted quiere… ¡Caramba! ¡Caramba!
Y tendrás las pesetas a manta…”
Es una historia maravillosa con visos de convertirse en una gran novela o una película. ¿Por qué nadie ha escrito sobre esta mujer que fue la gracia y la sal del Madrid dieciochesco de Carlos III y su hijo? Su vida es más que un pretexto para desarrollar el estudio minucioso de la España borbónica y su Villa y Corte ;) Gracias por hacerme partícipe de estos descubrimientos históricos de una época de cambio en la Península
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