martes, 31 de julio de 2012

Domenico Scarlatti. (II Parte)

Su música.




     Sólo una minúscula fracción de su producción se publicó durante la vida del compositor. Parece que el mismo Scarlatti supervisó la publicación en 1738 de su colección más famosa, una antología de treinta sonatas que tituló Essercizi per gravicemvalo, que fue recibida con entusiasmo por el más destacado musicólogo del siglo XIX, Charles Burney. Aún hoy, la mayoría del repertorio scarlattiano interpretado en concierto está basado en los Essercizi.

    Sin embargo, nos han llegado 555 sonatas bipartitas, siendo todas esencialmente de un solo movimiento divididas en dos partes iguales (y repetidas), pero comprenden una gama sorprendente de expresión musical e invención formal. Las dificultades técnicas de sus sonatas (constante uso de la acciaccatura, saltos de manos) han hecho que a menudo se las considere como meros estudios de virtuosismo, pero su calidad está cimentada en que la dificultad está en buena medida al servicio de explorar todos los recursos y capacidades del clavicémbalo, como ocurre en la sonata K. 260. Muestran, asimismo, una extraordinaria audacia armónica, que incluye modos provenientes de la música hispanoárabe. Destaca en especial el uso audaz de la modulación y la enorme tensión que genera, demorando las frases musicales sin resolver en la tónica, como ocurre en la sonata K. 208. Es también notable la variedad rítmica y la capacidad de invención temática y estructural, de una culta perfección, que es enmascarada por su carácter "popular" y su aparente frescura y facilidad de escucha.

    Aparte de los Essercizi, el resto de las sonatas no publicadas en vida del compositor sólo han sido impresas de forma fragmentaria hasta bien entrado el siglo XX, y su repertorio completo no es atendido todavía de forma completa y regular en concierto. Sin embargo, Scarlatti ha atraído a notables admiradores, incluyendo Chopin, Brahms, Bartok, Heinrich Schenker y Vladimir Horowitz, con la admiración constante de la escuela pianística rusa. El norteamericano Scott Ross grabó al clavicémbalo para la casa Erato la totalidad de sus sonatas bipartitas, lo que supuso un hito en el conocimiento y obra del compositor italo-español.

    Entre los muchos logros del estilo de Scarlatti destacan los siguientes:
  • Scarlatti estuvo muy influido por la música folclórica española. Su uso del modo frigio y otras inflexiones tonales más o menos desacostumbradas en la técnica musical europea son síntomas de esta influencia, así como el cúmulo de acordes extremadamente disonantes y otras técnicas que parece imitan la guitarra. Su rico uso, a veces trágico, de modismos folclóricos también le singulariza. Hasta la llegada de Bártok y sus contemporáneos no se le daría a la música folclórica una voz tan estridente como Scarlatti.
  • Scarlatti anticipó muchos de los desarrollos formales que conducen al llamado "estilo clásico" y así, con justificación, se le podría describir como el primer compositor clásico.
  • Sin embargo, siempre difícil de definir, la tempestuosidad musical de Scarlatti evoca el Romanticismo, mientras que su intensa inquietud formal y sintáctica e ironía parecen llevarle cerca del modernismo de Stravinsky.

lunes, 30 de julio de 2012

Domenico Scarlatti. (I Parte)

    Giuseppe Domenico Scarlatti (Nápoles, 26 de octubre de 1685 - Madrid, 23 de julio de1757) fue un compositor italiano de música barroca afincado en España, donde compuso casi todas sus sonatas para clavicémbalo, por las que es universalmente reconocido.


Vida y carrera.

    Nació en Nápoles (Italia), en ese momento perteneciente a la Corona Española, y fue el sexto de diez hijos y hermano menor de Pietro Filippo Scarlatti, también músico. Lo más probable es que comenzase estudiando con su padre, el compositor y profesor Alessandro Scarlatti; otros compositores que pudieron ser sus profesores fueron Gaetano Greco, Francesco Gasparini y Bernardo Pasquini, influyendo todos ellos en su estilo musical.

    Se convirtió en compositor y organista de la capilla real de la Corte Española de Nápoles a los dieciséis años, y en 1704 revisó la ópera Irene, de Carlo Francesco Pollarolo, para una representación en Nápoles. Poco después su padre le envió a Venecia, pero no se tiene información de los cuatro años que pasó allí.
En 1709 fue a Roma para ponerse al servicio de la exiliada reina polaca María Casimira. Durante su estancia en Roma conoció a Silvius Leopold Weiss y Thomas Roseingrave, el último de los cuales encabezó la recepción entusiasta de las sonatas del compositor en Londres. Domenico era ya un eminente clavecinista, y hay un relato que cuenta que en una prueba de talento con Georg Friedrich Händel en el palacio del cardenal Ottoboni en Roma, se le declaró superior a Händel en este instrumento, pero inferior en el órgano. Más tarde, cuando ya era mayor, se sabe que se persignaba con veneración cuando hablaba de las aptitudes de Händel.

    Además, durante su estancia en Roma, Scarlatti compuso varias óperas para el teatro privado de la reina Casimira. Fue maestro de capilla en la Basílica de San Pedro desde 1715 a 1719, y en el último año se trasladó a Londres a dirigir su ópera Narciso en el King’s Theatre.
    
    En 1720 o 1721 viajó a Lisboa, donde enseñó música a la princesa Bárbara de Braganza. Regresó a Nápoles en 1725 y durante una visita a Roma en 1728 se casó con Maria Caterina Gentili. En 1729 se trasladó a Sevilla con el séquito de la princesa portuguesa que iba a contraer matrimonio con el heredero al trono de España, el futuro Fernando VI. Allí, en Sevilla, seguramente conocería los aires de la música popular andaluza. En 1733 se instaló definitivamente en Madrid como maestro de música de Bárbara de Braganza y allí vivió hasta su muerte. Después de fallecer su primera esposa en 1742 se casó con una española, Anastasia Maxarti Ximenes, con la que tuvo dos hijos.

    Durante su estancia en Madrid, Scarlatti compuso alrededor de 555 sonatas bipartitas para teclado. Es por estas obras por las que se le recuerda hoy en día. En ellas se aprecia una música totalmente original y distinta a la del repertorio operístico, instrumental y de cantatas profanas y religiosas que compuso en su juventud. La asimilación de los aires populares españoles y la experimentación constante de las posibilidades del clave, instrumento de cámara en el que ejercitaba su magisterio para la reina, le llevaron a ser el iniciador de la escuela de clave española del siglo XVIII, que tendría seguidores en autores de la talla del Padre Soler. Tan identificado se sintió con la vida española que llegó a firmar con el nombre de Domingo Escarlati, apellido que aún conservan sus descendientes. Es por ello que se puede afirmar que Scarlatti es uno de los más importantes compositores de música en España.

    Domenico Scarlatti murió en Madrid, a la edad de 71 años. Su residencia en la calle Leganitos tiene designada una placa histórica.

domingo, 29 de julio de 2012

Farinelli (II y última parte)




Carrera en Europa.

    En 1725, Farinelli se presentó en Viena, y en Venecia el año siguiente, regresando a Nápoles poco después. Cantó en Milán en 1726, donde Johann Joachim Quantz lo oyó y escribió lo siguiente:

    Farinelli tenía una voz de soprano penetrante, completa, rica, luminosa y bien modulada, con un rango en ese momento desde La debajo de Do medio a Re tres octavas por encima de Do medio... Su entonación era pura, su vibración maravillosa, su control de la respiración extraordinario y su garganta muy ágil, por lo que cantó los intervalos más amplios rápidamente y con la mayor de las facilidades y seguridad. Los pasajes de la obra y todo tipo de melismas no representaron dificultades para él. En la invención de ornamentación libre en el adagio fue muy fértil.

    Farinelli cantó en Bolonia en 1727. Fue allí donde conoció al cantante Antonio Maria Bernacchi (quince años mayor que Farinelli), a quien debió mucho de su instrucción. Con un éxito y fama creciente, Farinelli se presentó en casi todas las grandes ciudades de Italia; regresó una tercera vez a Viena en 1731.


En Londres.

    Farinelli modificó su estilo, según se dice, bajo el consejo de Carlos VI, desde una mera bravura de la escuela de Porpora a una de patetismo y simplicidad. Visitó Londres en 1734, arribando a tiempo para prestar su poderoso apoyo a la facción que en oposición a Händel había montado una ópera rival con Porpora como compositor y Senesino como cantante principal. Ni siquiera la ayuda de Farinelli pudo hacer que tuviera éxito.

    Su primera aparición en el teatro Lincoln's Inn Fields fue con Artaserse, de la que gran parte de la música era de su hermano, Riccardo Broschi. Su éxito fue instantáneo. Federico, Príncipe de Gales y la corte lo llenaron de favores y regalos.


En España.

    Tras pasar tres años en Inglaterra, Farinelli partió para España, quedándose antes algunos meses en Francia, donde cantó ante Luis XV de Francia. En España, donde sólo tenía planeado quedarse unos meses, terminó viviendo casi 25 años. Su voz, empleada por la reina para curar al Rey Felipe V, el primer Borbón, de su depresión melancólica, le ganó tanta influencia con Felipe V que éste no sólo acabaría dándole poder, sino el nombre oficial, de primer ministro. Farinelli era lo suficientemente sabio y modesto para usar ese poder discretamente. Estaba secretamente enamorado de una chica de la nobleza, de la cual no se sabe el nombre completo, solo sus iniciales: S.I.L.

    Durante dos décadas, noche tras noche, a Farinelli se le pedía que cantara las mismas canciones al rey. Farinelli fue nombrado director de teatros en Madrid y Aranjuez, y la mayoría de las obras que montó tenían textos de Pietro Metastasio. Se le otorgó el rango de caballero en 1750 y se le condecoró con la Cruz de Calatrava. Utilizó su poder en la corte para persuadir a Fernando VI que estableciera la ópera italiana. También colaboró con Domenico Scarlatti, un compañero napolitano que vivía en España. Después del ascenso de Carlos III, Farinelli se retiró a Bolonia con la fortuna que amasó, y allí pasó el resto de sus días con Metastasio, falleciendo pocos meses después que él. Su patrimonio incluía regalos de la realeza y valiosos instrumentos musicales, como un violín Stradivarius, y un clave, construido por Diego Fernández, que le regaló Bárbara de Braganza, y que él bautizo como Correggio.

    Farinelli no sólo cantó, sino que también tocó instrumentos musicales con teclado y la viola d'amore. Ocasionalmente compuso, escribió el texto y la música de un adiós a Londres y un aria para Fernando VI, así como sonatas en órganos.

sábado, 28 de julio de 2012

Farinelli. (I Parte)

    Farinelli, sobrenombre por el que era conocido Carlo Broschi (Apulia, 24 de enero de1705 – Bolonia, 16 de septiembre de 1782), cantante castrato italiano, uno de los más famosos del siglo XVIII. Se le supone una extensión vocal desde La2 hasta Re6 (3,4 octavas).


Biografía.

    Nació en el seno de una familia de la baja nobleza. Fue castrado cuando era un niño para preservar su voz de soprano en la edad adulta, aunque también se baraja que su castración fuese una necesidad médica después de sufrir un accidente con un caballo. De muchos niños se decía que eran castrados por razones médicas para evitar represalias, ya que la castración estaba penalizada (las autoridades de la época solían hacer la vista gorda y no perseguían los casos de castración).

    Lo común era que sus familias los llevaran a la operación con el convencimiento de que sus hijos podrían convertirse en grandes cantantes. Muchos de los niños provenían de familias pobres de los áridos campos de Nápoles donde la esperanza de vida no llegaba más allá de los 30 años. Si el niño tenía dotes para el canto alcanzaría el reconocimiento; en cambio, si las aptitudes vocales no llegaban al límite exigido ante tanta oferta, se ordenaba sacerdote, acabando así en los coros de las iglesias.

    Siguiendo la tradición de quienes le precedieron, Farinelli fue enviado a un conservatorio, lugar reservado para el entrenamiento de loscastrati. En estos lugares se daba amplio entrenamiento de voz a los niños, lecciones acerca de composición y también les daban la oportunidad de improvisar; de ahí los informes de que Farinelli daba toques personales a las piezas ya compuestas que se le daban para cantar, para la delicia de su público. Carlo Broschi eligió el seudónimo Farinelli en agradecimiento a los hermanos Farina, mecenas que pagaron muchos años sus estudios y su manutención.

    Bajo la instrucción de Nicola Porpora, Farinelli adquirió una voz de maravillosa belleza. Se hizo famoso en el sur de Italia como il ragazzo («el muchacho»). Su primera actuación en un lugar público fue en 1720, con la Angelica e Medoro, de Porpora. En 1722 realizó su primera aparición en Roma, con Eumene, de su maestro, despertando un gran entusiasmo al superar a un popular trompetista alemán, a quien Porpora había compuesto un obligado para una de las canciones del joven; al sostener y aumentar una nota de prodigiosa longitud, pureza y poder, y en las variaciones y gorjeos que lanzó al aire. En las óperas, regularmente cantaba papeles de mujer, como por ejemplo, Adelaida, en Adelaide, de Porpora.


viernes, 27 de julio de 2012

Marqués de la Ensenada. (IV y última parte).


    Destitución y últimos años.

    El marqués llegó a decantarse más por Francia que por Gran Bretaña, aunque los británicos lograron su final destitución en 1754 a causa de una serie de intrigas en palacio. El clima empezó a enfriarse desde 1750-51. La razón fue su actuación al margen del monarca, porque pretendía preparar en La Habana una flota dispuesta a asaltar las posesiones inglesas de Campeche y Belice.

    Era su política francófila la que delataba sus intenciones, así que el Rey, mostrándose partidario de la máxima neutralidad posible, lo destituyó. Había demasiado riesgo ante un nuevo conflicto con Gran Bretaña en el Caribe. Las intrigas inglesas, del embajador Keene, y francesas, del embajador Duras, intentaban forzar una entrada en guerra de España, pues la Guerra de los Siete Años entre Francia y Gran Bretaña no se hacía esperar. Los incidentes diplomáticos de gran calado acabaron por afectar al mismo Ensenada, que sabía que el conflicto internacional no tardaría en estallar y que, sin duda, España debería contar con la flota ya lista para plantarle cara a Inglaterra.

    Intentando forzar una guerra entre España y Gran Bretaña, Francia y sus agentes en Madrid dieron apoyo a la secreta intervención que preparaba el marqués para atacar a los colonos ingleses instalados en Belice y la Costa de los Mosquitos (Nicaragua).

    Fernando VI recomendó a Carvajal hablar con Ensenada, mientras que la reina Bárbara sospechaba cada vez más de él a raíz de la pugna de éste con el embajador portugués, Vilanova de Cerveira, y sus diferencias en el conflicto con los jesuitas de Paraguay. La retirada del último favor de la reina fue decisiva para la caída en desgracia del marqués.

    El duque de Huéscar, amigo del soberano, presionó asimismo a Fernando, siguiendo las orientaciones de Carvajal para mantener una opción neutral a toda costa. Sin embargo, la repentina muerte en abril de 1754 de José de Carvajal y Lancaster propició aún más que los hechos se acelerasen. El embajador británico, Benjamin Keene, buscó pruebas incriminatorias contra Ensenada con la ayuda de Ricardo Wall (con ascendencia irlandesa y sucesor de Carvajal). Finalmente, parece ser que se hallaron las órdenes de guerra firmadas por el marqués sin conocimiento del rey, lo que acabó por llegar a conocimiento de Fernando.

    A las 12 de la noche del 20 de julio de 1754, el marqués de la Ensenada fue arrestado en su casa de Madrid por orden del rey, acusado de alta traición a la Corona por ocultamiento de órdenes de guerra. Si bien no se le condenó al exilio, sí que fue desterrado a provincias, pasando a residir "bajo vigilancia" en Granada y, más tarde, logrando permiso regio, el 21 de diciembre de 1757, para instalarse en El Puerto de Santa María (Cádiz). En ambas localidades continuaría disfrutando, sin embargo, de influyentes amistades y apoyos, lo que le hizo su retiro algo más llevadero. Los objetivos ingleses de apartar a Ensenada del poder se habían cumplido; "no se construirán más buques en España" anotó satisfecho el embajador británico.

    Sustituyeron al ministro el conde de Valparaíso (en Hacienda), Sebastián de Eslava (como Secretario de Guerra), Julián de Arriaga (en Marina) y Ricardo Wall (en Indias).

    Mientras tanto, la mayoría de los ensenadistas de la Corte eran desterrados o apartados de los resortes del poder en que se habían instalado. Ricardo Wall siempre tuvo temores de posibles represalias por la conjura que había organizado junto al embajador británico para lograr la caída en desgracia del ministro, y por ello sembró Madrid de pasquines contra el marqués e inundó de rumores de conspiraciones con la Farnesio todos los círculos políticos. No le fue fácil acabar con el confesor padre Rávago, pero también éste fue apartado por orden del rey. Únicamente Farinelli mantuvo su lugar gracias al firme apoyo de Bárbara de Braganza, aunque nunca más quiso volver a inmiscuirse en política.

    La llegada de Carlos III todavía le supondría un fugaz retorno a la corte española (1760), aunque contra lo que pronosticaron los ensenadistas, Carlos III jamás le hizo demasiado caso al retornado marqués, lo que sentenció definitivamente la etapa política de éste. El político trató de resumirle sus planes económicos en la Instrucción Reservada a la Junta de Estado, y de alguna manera logró que algunas de sus reformas se aplicaran hasta 1766. El estallido del célebre Motín de Esquilache le perjudicó gravemente, dado que fue un cabeza de turco más junto al ministro italiano. De hecho no está del todo clara su participación en la conjura que dio lugar al motín (tal vez obra de agentes británicos en Madrid), aunque Carlos III decidió destituirle también para acallar la protesta popular. Perdió entonces los cargos de consejero de Estado y Hacienda y miembro de la Junta del Catastro.

    Ensenada nunca se casó, pero fueron muchos sus aliados y amigos: desde el padre Isla hasta Torres Villarro el pasando por Farinelli, Nicolás de Francia (marqués de San Nicolás), el arnedano Muro y el conde de Superunda (virrey del Perú). Tuvo fama de católico y jesuita, aunque un pasquín de 1754 decía que “no se le conoció confesor”.

    Exiliado por orden real a Medina del Campo, el marqués de la Ensenada falleció en dicha villa castellana el 2 de diciembre de 1781, sin poder salir jamás de allí y tras 15 años de inactividad política.



jueves, 26 de julio de 2012

Marqués de la Ensenada. (III Parte).


    Reformas de Ensenada.

    Apenas firmado un decreto, ya hay otro o más de uno esperando sobre la mesa de Fernando VI. El marqués se encarga de saberlo todo: sabe tratar con suma elegancia y picardía a los embajadores acreditados en Madrid; conoce al dedillo el estado de las fuerzas de infantería que están estacionadas en Nápoles o en cualquier otro punto de la Italia borbónica; de los navíos de línea que anclan en la bahía de Cádiz... Ensenada está en todo. Gracias a su labor, la política europea empieza a hacerse en Madrid. Las distintas cancillerías saben que es él quien manda, y con él negocian.

    Será tras la firma de la Paz de Aquisgrán y el Segundo Pacto de Familia (1743) con los Borbones de Francia cuando Ensenada tendrá manos libres para dedicar todo su tiempo a los asuntos internos de España, acometiendo sus innovadores proyectos.

    Las reformas de Ensenada son muestra perfecta de la labor de un ministro ilustrado:
  • Se aprueba un nuevo modelo de Hacienda en 1749 que sustituye los impuestos tradicionales por el impuesto único del catastro (catastro de Ensenada). Sin embargo, jamás llegó a aplicarse a causa de la oposición nobiliaria a tal medida. También se redujo la subvención del Estado a las Cortes y al Ejército, pero esta reforma tampoco se dio por completada a causa de la oposición de la nobleza.
  • Lógica abolición de las rentas provinciales y un nuevo decreto sobre baldíos, más reglamentos sobre casas y caballerizas reales y nuevas ordenanzas de obras y bosques. Los métodos ahorrativos de Ensenada lograron un oportuno excedente de trigo que, por ejemplo, fue vital para solucionar la mala cosecha en Andalucía en 1750.
  • Mejora de la carretera del puerto de Guadarrama a la altura de San Rafael (entre Madrid y Segovia) y fijación de aranceles.
  • Mejora de la navegación fluvial del Ebro hasta Tortosa y mejora, asimismo, de los puertos de Barcelona y de Palma de Mallorca.
  • Creación de fábricas de jarcia y lona, del Colegio de Cirujanos de Cádiz, impresión de códices en árabe o griego, un proyecto sobre la creación de un archivo histórico en Madrid.
  • Creación del Giro Real en 1752: se trata de una entidad bancaria que favorece las transferencias de fondos públicos y privados fuera del país. Todas las operaciones de intercambio con el extranjero quedan en manos de la Hacienda Real, y así sale beneficiado el Estado. El resultado fue inmejorable: al año de funcionar ya se habían recaudado 1.831.911 escudos, y sin necesitar las remesas de Indias que tanto auxiliaban la economía española con Felipe V. Sin duda éste es un claro antecedente del futuro Banco de San Carlos, que se instauró gracias a Carlos III. El desahogo de la Real Hacienda gracias a estas medidas es ya un hecho. De hecho, el marqués ya comentó en varias ocasiones:
    “Las monarquías bien gobernadas cuidan con preferencia a todo del Real Erario y de que todos los vasallos no sean pobres”.
  • Se impulsa el comercio con las colonias de América. Su misión es acabar con el monopolio de Indias, así como eliminar la corrupción del comercio colonial. Así se incrementaron los ingresos y disminuyó el fraude. En los reinos de la península se eliminan las aduanas interiores y se liberaliza el comercio.
  • Creación en 1752 de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, enmarcada en plena Ilustración.
    A sus 44 años, el marqués alcanzó la cima de su carrera. Había logrado que la monarquía española fuera recuperando un esplendor que tantos años de guerras inacabables habían ensombrecido:

    “Porque rica, la Monarquía respetada de todos será, y pobre, de todos será despreciada”.

    En 1750 recibe con todos los honores la Orden del Toisón de Oro y la Gran Cruz de Malta, pero eso no disminuye ni mucho menos su humildad y ritmo de trabajo: tres años más tarde ya logra encauzar con resultados satisfactorios las imprescindibles relaciones entre España y el Vaticano.

    Son importantes sus relaciones con los Banfi, Orcasitas, Francia, Mogrovejo... y altos cargos, como el cardenal Valenti, secretario personal del Papa, y el auditor Manuel Ventura Figueroa.

    También trabó amistad con Antonio de Ulloa y Jorge Juan, que enviaron informes, técnicos navales, ingenieros de caminos, de canales y fabricantes textiles, vidrios, armas. El concordato con la Santa Sede (1753) garantizaba a la monarquía española el pleno apoyo de la Iglesia a cambio de beneficios económicos y el reforzamiento del poder papal sobre los clérigos españoles, aunque el Estado salía reforzado por encima del Papa. Gracias al concordato incluso se le ofreció el cardenalato al marqués, pero éste lo rechazó.

    En 1750 ya se había firmado también el Primer Tratado de Límites entre España y Portugal, un acuerdo que Ensenada logró paralizar solicitando el apoyo del rey de Nápoles, el futuro Carlos III de España, porque beneficiaba en demasía a Gran Bretaña a través de su tradicional alianza con Portugal.

    Gracias al decisivo impulso de Ensenada se construyen también los tres grandes arsenales clásicos en que quedarán apoyadas para siempre la Marina y la flota de guerra españolas: Ferrol, Cartagena y La Carraca.
Compitiendo en el mar contra la poderosa flota británica, el marqués aconseja en 1748 que el experto marino Jorge Juan y Santacilia vaya de visita a Gran Bretaña para informarse y conocer a fondo a los mejores técnicos navales del momento. Será así como proyecte y haga realidad la construcción para España de una flota digna en calidad a la británica, con un aumento de por lo menos 60 navíos de línea y 65 fragatas listas para operar. Asimismo, Ensenada eleva el Ejército de tierra a 186.000 soldados y la Marina a 80.000.
Pese a las enormes e interesadas presiones de Gran Bretaña para lograr la destitución de tan competente ministro de Fernando VI, por vía del embajador español en Londres Ricardo Wall, el marqués de la Ensenada se adelanta y presenta su dimisión ante el Rey, aunque finalmente éste no se la acepte. El monarca se ha acostumbrado al eficaz trabajo de su primer ministro y ya no puede prescindir de él: leal, activo, cauto, incansable... manda un nuevo informe al Rey, previo a las Reales Órdenes de 1751, en donde le detalla cuáles son sus próximos proyectos:

    “Proponer que Vuestra Majestad tenga iguales fuerzas de tierra que la Francia y de mar que la Inglaterra, sería delito, porque ni la población de España lo permite ni el Erario puede suplir tan formidables gastos; pero proponer que no se aumente el ejército y que no se haga una marina decente sería querer que España continuase subordinada a la Francia por tierra y a la Inglaterra por mar. Consta el ejército de Vuestra Majestad de 133 batallones (sin ocho de marina) y 68 escuadrones: vista la distribución por plazas y guarniciones resulta que sólo vienen a quedar para campaña 57 batallones y 49 escuadrones. Francia tiene 377 batallones y 255 escuadrones, por lo que se halla con 244 batallones y 167 escuadrones más que Vuestra Majestad y a principios de 1728 llegaba su ejército a 435.000 infantes y 56.000 caballos. La Armada naval de Vuestra Majestad sólo tiene presentemente 18 navíos y 15 embarcaciones menores; Inglaterra tiene 100 navíos de línea y 188 embarcaciones menores. Yo estoy en el firme concepto de que no se podrá valer Vuestra Majestad de la Francia si no tiene 100 batallones y 100 escuadrones libres para poner en campaña, ni de la Inglaterra si no tiene 60 navíos de línea y 65 fragatas y embarcaciones menores”.

    Hay que tener en cuenta que la población española llegaba por aquel entonces a unos nueve millones cuatrocientos mil habitantes, según los estudios de Miguel Artola basados en el catastro que el mismo Ensenada encargó en 1756.

    “Por antipatía y por interés serán siempre los franceses e ingleses enemigos entre sí, porque unos y otros aspiran al comercio universal, y el de España con América es el que más les interesa. Teniendo vuestra Majestad 60 navíos de línea y 65 fragatas, como propongo, y 100 batallones y 100 escuadrones, que propongo también, la Francia galanteará a nuestro gobierno para que juntos ataquemos a la Inglaterra, y la Inglaterra nos ofrecerá su alianza para atacar a la Francia, y de esta manera Francia y la Inglaterra perderán su dominio en tierra y mar y se convertirá Vuestra Majestad en el árbitro de la paz y de la guerra”.

    El marqués supo desde el primer día que lo vital para España era pues, saber con qué efectivos exactos se disponía para la defensa militar. Una potencia europea de aquel tiempo no podía dejar de ser menos que las poderosas Francia e Inglaterra. Decía el marqués que: "los soldados en tiempo de paz deben estar en los campos, trabajando y procreando".

    El ministro inaugura un periodo de "Paz con todos y guerra con nadie, que conozcan las potencias extranjeras que hay igual disposición en el rey para empuñar la espada que para ceñir las sienes con oliva”.

miércoles, 25 de julio de 2012

Marqués de la Ensenada (II Parte).


    Primeros años al servicio de Fernando VI.

    Ensenada no era un gran reformista —de hecho, era más que nada un conservador—, pero impulsó con esfuerzo los cambios que sólo creía necesarios con tal de limar los problemas que afectaban al sistema político español. En esa tarea invirtió todos sus esfuerzos y sentó un precedente y favoreció la labor de otros muchos ministros ilustrados que vendrían tras él. Sin duda, Ensenada puso las bases para la creación de la potente y orgullosa armada española del siglo XVIII, que se hundiría décadas más tarde en Trafalgar.

    Ministro clave del periodo junto con José de Carvajal y Lancaster, fue apoyado por el partido de la reina Bárbara de Braganza y de la familia de los Alba. Hombre prudente, halagó a los nuevos reyes con el apoyo del confesor padre Rávago y también gracias a su seductora presencia en la corte. Si bien su protagonismo fue superior en muchos aspectos al de Carvajal, se ganó bastante animadversión por parte del partido de la reina madre Isabel de Farnesio, aunque logró la exoneración de su rival, el marqués de Villarías.

    Era hombre —según dicen las crónicas— de carácter activo, inteligente, enérgico, responsable y muy autoexigente. Parece ser que mantenía un estricto horario, levantándose muy temprano y yendo a acostarse bastante tarde, lo que le permitía aprovechar sin dilaciones su tiempo al máximo. Ministro seductor y galán, se le atribuye una sentencia que afirma:

    “Los príncipes son todos buenos mientras no se les toca en sus antojos: quien quisiera cortarlos no lo logrará y perderá crédito”.

    Estas cualidades y otras muchas le valieron el interés del nuevo rey Fernando VI —segundo hijo de Felipe V y de Luisa Gabriela de Saboya— para su promoción. También es cierto que el marqués fue amigo íntimo de la marquesa de la Torrecilla, dama de honor de la reina y amiga íntima de ésta, lo que le valió un seguro pase hacia el poder, y al año siguiente del ascenso de Fernando al trono, el marqués de la Ensenada fue nombrado secretario de la reina Bárbara de Braganza (esposa de Fernando) y capitán general. Sucesivamente ocupó las secretarías de Hacienda, Marina, Guerra y de Indias, casi todas las existentes.

    En el primer gabinete de Fernando VI presidió la cartera de Estado el omnipresente Carvajal, Ensenada se encargó de las de Hacienda, Guerra, Marina e Indias; Alfonso Muñiz, marqués del Campo de Villas, de Gracia y Justicia; y el general Mina (reconocido amigo de Ensenada) en reformas internas del Ejército.

    El objetivo de Carvajal fue desde siempre lograr un retorno a la católica y prestigiosa España de los Austrias, dándole al rey Borbón Fernando (nacido en España) una legitimidad paralela a la de grandes monarcas del pasado, como Carlos I o Felipe II. Con Felipe V eso fue totalmente imposible a causa de la perenne influencia francesa que tutelaba el país desde Versalles, aunque, como dijo un embajador francés de la época:

    “El gobierno de España ha sido francés en tiempo de Luis XIV, italiano durante el resto del reinado de Felipe V, y ahora será castellano y nacional”.

    El ministerio Carvajal-Ensenada nunca fue, a decir verdad, fuente de arduos conflictos. Si bien al final los reyes dieron mayor preeminencia a Ensenada, siempre conservaron en un lugar de honor a Carvajal. Siendo éste hombre discreto, humilde, enemigo de excesivas confianzas y amigo de la austeridad, se desesperaba con el carácter festivo y más activo del marqués. Y es que Ensenada siempre tuvo un trato exquisito con la corte, hasta el punto de hacer célebres sus cenas, en las que invitaba a lo mejor de Madrid. A diferencia del introspectivo Carvajal, Ensenada no fue hombre de profundas reflexiones de autocrítica:

    “Si yo discurriese y fatigase las potencias como ustedes —le decía a su amiga, la marquesa de Salas, en 1745— no tendría tiempo para servir mis empleos, porque no me alcanzaría para reñir pendencias y dar suspiros, pero empléolo en lo que conduce a desempeñarme, no permito se me hable de mi persona y tiro adelante”.

    Tampoco eran Carvajal y Ensenada del mismo parecer respecto al castrato Farinelli, al que el marqués tenía en gran estima y simpatía mientras que, por el contrario, Carvajal nunca pudo acabar de soportar. El célebre cantante italiano fue amigo íntimo de la real pareja y labró su mayor fama en España organizando espectáculos para la corte con la colaboración de Ensenada. Por aquel entonces se podía decir que Madrid era la capital más culta de todo el continente, aunque estaba lejos de la dinámica que gozaba París, Amsterdam, Florencia y las ciudades alemanas, bastante más cultas. Para los festejos reales en Aranjuez se enviaron múltiples partituras musicales a la corte española, siendo don Fernando y su esposa conocidos melómanos (en particular la reina, brillante alumna de Scarlatti, tocando el clave).

    Es a partir de 1752 cuando Ensenada y el castrato italiano idean la llamada escuadra del Tajo, una flotilla de falúas reales inspirada en la música acuática de Händel que Farinelli había presenciado en su estancia en Inglaterra. Las naves desde donde los monarcas y sus cortesanos podían navegar entre música y caza por las aguas del río Tajo a su paso por el Real Sitio de Aranjuez, fueron un símbolo de este reinado de cultura y refinamiento.

    En 1748 el marqués asume y se hace cargo definitivamente de todas las riendas del gobierno de España. Junto al inestimable apoyo de Carvajal, que mantiene ante el rey su política neutral de pacifismo en una Europa en guerra, Ensenada reordena y organiza con óptimos resultados la Real Hacienda, la Justicia, los sistemas municipales, la gobernación de Ultramar y, sobre todo, la Marina.

    La Marina le interesa enormemente, dado que es la llave del dominio colonial español y de la defensa de las costas peninsulares ante los ataques británicos y franceses. Además de su actividad diaria como ministro, sus proyectos experimentan una energía incansable: en un mismo año presenta ante el Rey unas interesantes reformas hidrológicas en el Canal de Castilla, el intercambio de sabios e intelectuales y la promoción de visitas científicas de extranjeros a España, la Academia de Medicina, el Observatorio Astronómico, la confección de un mapa exacto de la geografía española, la cría de mejores caballos para el ejército español, nuevas ordenanzas de Artillería y la supervisión de la imprescindible defensa de costas.

martes, 24 de julio de 2012

Marqués de la Ensenada. (I Parte).


    Zenón de Somodevilla y Bengoecheamarqués de la Ensenada (1702-1781), fue un estadista y político ilustrado español. Llegó a ocupar los cargos de secretario de Hacienda, Guerra y Marina e Indias. Asimismo fue nombrado sucesivamente superintendente general de Rentas, lugarteniente general del Almirantazgo, secretario de Estado, notario de los reinos de España y Caballero del Toisón de Oro y de la Orden de Malta. Fue consejero de Estado durante tres reinados, los de Felipe V,Fernando VI y Carlos III. Nació en Hervías o en Alesanco, ambas en la actual comunidad autónoma de La Rioja (España), probablemente el 20 de abril (día de san Zenón) de 1702, y murió en Medina del Campo, actualmente en la provincia de Valladolid (España), el 2 de diciembre de1781.



    Biografía:

    Juventud y servicio militar.

    Hijo de hidalgos riojanos venidos a menos, sus padres eran Francisco de Somodevilla y Francisca Bengoechea, de familia linajuda pero con problemas económicos. Nada se conoce de su vida antes de que José Patiño lo encontrara en Cádiz, en la Marina. Parece ser que a los 18 años Zenón estaba trabajando de escribiente en una compañía consignataria de buques en Cádiz. Bajo la protección de José Patiño fue escalando puestos en la administración naval y luego fue nombrado secretario del almirante infante don Felipe (1737). A la muerte de Campillo fue llamado al ministerio por Felipe V (1743).

    Somodevilla se inició como marino participando en la conquista de Orán (1731-1732) y en las campañas del futuro Carlos III en el reino de Nápoles (1733-1736), a causa de las cuales, y por recomendación del futuro Carlos III, sería nombrado por Felipe V marqués de la Ensenada en 1736. Sus primeros cargos de importancia los consiguió bajo el reinado de Felipe V. Ocupó distintos cargos durante el reinado de Felipe V, Fernando VI y Carlos III.

    En dicho reino italiano afianzó futuras amistades que, en el futuro, le resultarían de gran valor en su carrera política: el general Mina, el duque de Montemar o el marqués de Salas. Entre los primeros ensenadistas se cuentan sus amigos Alonso Pérez Delgado, oficial mayor en la secretaría de Marina desde 1747, o el bilbaíno Agustín Pablo de Ordeñana (1711-1747).

lunes, 23 de julio de 2012

Arte vestimentaria.


Introducción.   
    El vestido está considerado desde hace más de dos siglos, como una disciplina de estudio. Historiadores, filósofos, antropólogos, sociólogos, etnólogos, modistos, especialistas en varias disciplinas, se internan en el estudio de la escuela gráfica de la indumentaria, en su historia y sus razones históricas, pero muy pocos en su moral y en la importancia que ha tenido el vestido en la sociedad. Los datos importantes que nos ayudan a elaborar un estudio serio de la evolución de la indumentaria, tanto masculina como femenina, adquieren el máximo rigor desde que se empiezan a editar los primeros libros de patrones de sastres. Estos primeros libros surgieron en España a finales del siglo XVI.
    En 1589, Juan de Álcega publica en Madrid su: “Libro de geometría, práctica y traza”, seguido de Rocha Bourguen en 1618 y de Martín de Andújar en 1640. En Francia en 1671, Benoît Boullay publica “El sastre sincero”, y en 1678 Gersault: “El arte del sastre”. En 1796, en Inglaterra se publica una “Guía del sastre completo” y el “Análisis comprensivo de la belleza y la elegancia”. Esto fue el inicio de otra etapa, la ya imparable carrera de la moda, que sorteaba los libros de los sastres con las revistas de moda y patrones.
    El lujo en la indumentaria se tenía por prerrogativa de la aristocracia, identificable gracias a modas vedadas a los demás. Con el fin de trocar este principio en regla inquebrantable, e impedir «el ultrajante y excesivo aparato de varias gentes contrario a su situación y categoría», se anunciaron varias leyes suntuarias destinadas a fijar la clase de telas que la gente debía usar y cuánto podía gastar. Proclamadas por pregoneros en calles y asambleas públicas, se señalaron, para cada condición social y nivel de ingresos, las gradaciones exactas de tela, color, adornos de piel, ornamentos y joyas. Se prohibió a los burgueses la posesión de vehículos o el uso del armiño, y a los labradores cualquier color que no fuera el negro o el pardo. Los grands seigneurs, dueños de múltiples feudos y castillos, no tenían dificultad en singularizarse. Sus sobrevestes recamadas en oro, capas de terciopelo forradas de armiño, jubones acuchillados, sus mangas colgantes,  zapatos de largas puntas de cordobán encarnado, sus anillos, guantes de gamuza y cinturones de los que colgaban campanillas y cascabeles, y sus innumerables gorros, boinas hinchadas, gorras de piel, capirotes, birretes, coronas de flores, turbantes y tocados de todo género y forma, eran inimitables.
    Paulatinamente con el tiempo, se han ido arrinconando estas diferentes promulgaciones de leyes suntuarias, que las clases dirigentes de toda la historia delimitaban su uso para mantener privilegios. Pero esto es otra historia, una historia que cambió con la burguesía en la edad moderna, pero que ocurría paralela a las rutas económicas, al auge de los imperios y a las nuevas técnicas de elaboración de los tejidos.
    Aunque me quedan incongruencias por ensamblar (las razones y los anacronismos están en los cuadros, en las más ostentosas representaciones teatrales, en las prolijas descripciones de novelistas y poetas, en crónicas o en monografías) a continuación haré un repaso a la evolución de la falda femenina a través de los distintos armazones que se han ido confeccionando desde el renacimiento hasta finales del siglo XIX.

Estudio.




    Las prendas típicas del renacimiento se desarrollaron en Italia, de donde, a raíz de la invasión de Carlos VIII de Francia en 1494, se extendieron al resto de Europa. No está claro por qué la moda italiana, bastante más sencilla, se desarrolló de forma independiente al resto de Europa, pero el caso es que la mujer fue luciendo unas prendas cada vez más restrictivas. A principios del renacimiento apareció un corsé largo y rígido en forma de cono, más largo por la parte delantera, que oprimía la anatomía de la mujer. Antes se había utilizado el corsé para realzar la figura pero nunca para distorsionar de tal manera las formas femeninas, ya que el pecho era obligado a sobresalir por encima del corsé. Aunque la rigidez del corsé se vio algo aliviada al sustituirse las guías metálicas por huesos de ballena, la moda se hizo algo más incómoda por la costumbre de dar volumen a las faldas con la adición de armazones que podían ser desde bolsas de salvado hasta complicadas armaduras metálicas.
    Aunque en el renacimiento las prendas básicas siguieron siendo las mismas que las de la edad media, el estilo relativamente natural fue sustituido por formas complicadas, encajes y forros que proporcionaban un aspecto de rigidez. Esto era, en parte, consecuencia del extremado formalismo de las cortes tradicionales de los Habsburgo del Sacro Imperio Romano, especialmente de la casa de Austria en España. Los escasos intentos por eliminar esta rigidez en la moda europea no fueron seguidos por la corte española, como lo demuestran las enormes faldas armadas de los retratos de la familia real que realizara el genial pintor barroco Diego Velázquez.


    Verdugado.





    El verdugado era un tipo de saya acampanada que llevaron las mujeres en el siglo XVI. Estaba formada por un armazón de varas muy finas y flexibles (verdugos) cosidas a una falda cónica, que le conferían su forma característica. Inventado en España, el verdugado se extendió posteriormente a toda Europa. En Inglaterra apareció en el 1545 y enseguida lo llevaron todas las mujeres de las clases acomodadas (dado su elevado precio). A lo largo del siglo XVII, se dejó de utilizar sustituyéndose por el mucho más aparatoso e incómodo guardainfante, una especie de falda extremadamente ancha.

    Se creé que la aparición del verdugado es la siguiente:

  El hecho se remonta al año 1468 en la corte del rey de Castilla que, entonces era Enrique IV, controvertida figura que ha pasado a la historia con diversos sobrenombres, siendo el más conocido el de “El Impotente”. Lo cierto es que, por aquel entonces, el rey se había casado en segundas nupcias con Juana de Portugal, prima suya, habiendo tenido por primera esposa, a su también prima; Blanca de Navarra, cuyo matrimonio se vio anulado por no haber sido consumado a pesar de trece años de matrimonio. Esta segunda esposa, Juana de Portugal, fue bastante criticada en la corte tildándola de una dudosa fidelidad, a pesar del marido que tenía. De hecho, cuando nació su primera hija, también llamada Juana, la acusaron de haber sido concebida por uno de los favoritos del rey, llamado Beltrán de la Cueva, lo que la atribuyó el sobrenombre de “Juana la Beltraneja”, como ya es sabido. Cuando quedó embarazada por segunda vez, trató de disimularlo el tiempo en que fue posible, pero, según cuentan los cronistas de la época, llegó a inventar un traje nuevo que disimulara su estado pujante. Así surgió el invento que hizo moda. La reina Juana inventó un traje que llevaba una amplia falda armada gracias a unos aros que, rígidos como eran, mantenían el tejido despegado del cuerpo disimulando así la silueta y ocultando su secreto. Fue así como nació el verdugado.
    Al ver utilizando dicha prenda a la reina, las damas nobles de la corte de Castilla empezaron a usar vestidos exageradamente anchos, que mantenían rígidos alrededor de sus cuerpos mediante varios aros que se cosían bajo la tela. Así muchas de ellas, a pesar de su delgadez podían pasar por damas entradas en carnes, gracias a aquella suerte de traje. No en vano esta moda se extendió a los reinos castellanos y también a los de Aragón, aunque lo cierto es que fue muy criticado al principio, por considerar llamativo su uso. De hecho en Valladolid llegó a ser prohibido su uso por orden de la Iglesia, bajo pena de excomunión, por entender que exageraba demasiado las caderas, resaltando las formas femeninas que así destacaban en demasía. Cuando en los siguientes años se empezó a difundir el uso del verdugo fuera del ámbito de la corte fue duramente criticado por muchos hombres del clero y llegaron a culparlos de muchas de las calamidades que asolaron el reino de Castilla. Hay que destacar la obra de Fray Hernando de Talavera quien llegó a escribir en alguno de sus tratados al menos doce razones por las que aquellas malévolas prendas eran merecedoras de la pena de excomunión, al igual que sus portadoras. Lo tildó de no ser provechoso, ya que el traje se hizo para cubrir y abrigar y, al ser tan despegado ni abrigaba ni cubría. También dijo que eran trajes deshonestos, ya que permitían que se vieran las piernas y los pies, que debían estar ocultos. Por último lo tachó de feo y de provocar que las mujeres parezcan feas y tan anchas como largas, pareciendo más campanas que hembras.
    
    Confección:

    Los verdugos o aros de mimbre que daban nombre a la falda, se cosían en la parte externa de las mismas forrándose con un tejido de distinto color y clase, sirviendo así también para adornarlas. Se dice que estos aros vinieron a ser sustituidos por cercos de tela para que la falda se ahuecara y no quedara del todo rígida, con lo que de alguna manera imitaban los aros forrados y cosidos, con la misma función. Estos verdugos de tela eran más flexibles y se llevaban sobre las enaguas o faldillas interiores y bajo un traje abierto por delante, por lo que tan sólo se veían parcialmente. En algunos casos llevaban ahuecadores o rellenos postizos para las caderas, dando así más volumen a las faldas.
    Se refleja el uso de los verdugos en la tesorería de la Corte de los Reyes Católicos y hay datos desde 1482 hasta 1490 de la compra de tejidos para hacer verdugos a algunos briales y faldillas. Los tejidos para los verdugos eran el raso, el damasco o el terciopelo, combinándolos de distintas maneras. El colorido se entremezcla: negro con verdugos naranjas, color carmín o blanco. Morado o carmín con verdugos amarillos o blancos, o bien, verde con verdugos carmín o blanco. Parece que esta moda tuvo su apogeo entre los años setenta y ochenta del siglo XV pero que declinó su uso al poco de 1490, así lo prueba la testamentaría de la reina Isabel la Católica, donde quedan relacionados todos los trajes y alhajas que dejó, sin hacer referencia a prendas que llevasen verdugo. Con posterioridad, ya en el siglo XVI, los verdugos dieron origen al llamado verdugado español, que en Italia se llamó “verdugate”, en Francia fue conocido como “vertugade” y en Inglaterra se conoció como “farthingale”. A lo largo del siglo XVII, se dejó de utilizar sustituyéndose por el mucho más aparatoso e incómodo guardainfante, una especie de falda extremadamente ancha.


    Guardainfante.




    Se llama guardainfante a una especie de armazón redondo muy hueco hecho de varas flexibles unidas con cintas utilizado en la cintura por las mujeres españolas de los siglos XVI y XVII. Sobre el mismo, se vestía la basquiña. La basquiña a su vez, era una falda exterior con pliegues en las caderas usada por las damas españolas desde el siglo XVI al XIX. Normalmente era de color negro y estaba asociada a las ceremonias más solemnes. El guardainfante se denominaba así porque permitía ocultar los embarazos. La aparatosa prenda desapareció definitivamente de España  en la segunda mitad del siglo XVII siendo reemplazada por el tontillo,  una moda de origen francés más confortable para las mujeres.
    Junto a las crónicas históricas y literarias de la vida y costumbres españolas en los siglos XVI y XVII, existe otro tipo de crónicas plásticas, expresivas, directas, que se concretan en las obras de los pintores españoles de aquellas centurias, así por ejemplo, en los cuadros de Velázquez, pintor de la Corte de Felipe IV. En muchos de esos cuadros puede observarse cumplidamente cómo unas figuras femeninas emergen, diríase, desde su cintura, de los pomposos, desmesurados, casi gigantescos guardainfantes, «artificio muy hueco (según lo definió el Diccionario de Autoridades), hecho de alambres con cintas, que se ponían las mujeres en la cintura, y sobre él se ponían las basquiña». Y antes, debajo del artificio, se habían puesto varias faldas o refajos, y aún antes la blanca enagua... Tal acumulación de prendas dificultaría, casi imposibilitaría a veces, por su tamaño, el paso por las puertas de las mujeres así vestidas, y hasta tal extremo que, según una relación contemporánea, citada por Rodríguez Villa en su obra “La Corte y la Monarquía de España” según las noticias contemporáneas: «Las mujeres ya no pueden pasar por las puertas de las iglesias». Y surgirán las sátiras, inevitablemente, como la de Quevedo en su soneto “Mujer puntiaguda con enaguas”, donde el término enaguas aparece como sinónimo de guardainfante:

Si eres campana, ¿dónde está el badajo?;
si pirámide andante, vete a Egito;
si peonza al revés, trae sobrescrito;
si pan de azúcar, en Motril te encajo.

    Como es lógico no todas las mujeres vestían con tan recargada prenda y es de suponer que se unía a la situación social de la persona. Basta recordar, a este respecto, la sencilla indumentaria de las mujeres que aparecen en el cuadro “Las hilanderas”, vestidas con una blusa o camisa y una larga falda.
    El guardainfante, cuya finalidad aparece claramente indicada en la misma palabra, sería llevado también por moda, por incómoda moda, para la mujer que se lo ponía y también para las personas que estaban próximas a ella. Una real pragmática prohibió su uso, aunque con una cierta tolerancia y curiosas excepciones, como que se permitiese el uso a “las mujeres que sean malas de sus personas y ganan por ello”... Avanzado el siglo XVII, el guardainfante desaparecerá definitivamente, pero por el procedimiento más eficaz: la llegada de una nueva moda francesa mucho más cómoda. Dicha prenda se llamó: tontillo. Unos versos de factura popular subrayarán el cambio:

Albricias, zagalas,
que destierran los guardainfantes,
albricias, zagalas,
que ha venido uso nuevo de Francia.



    Tontillo.





    El tontillo fue una prenda que se popularizó en España en la segunda mitad del siglo XVII bajo el reinado de Carlos II viniendo a sustituir al aparatoso guardainfante propio del reinado de Felipe IV. Su uso se extendió hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Las mujeres llevaban el tontillo junto con el jubón y la basquiña.
    El jubón es una prenda rígida que cubría desde los hombros hasta la cintura y que estuvo en boga en España en los siglos XV, XVI y XVII. Su aparición como parte del traje civil se data en el siglo XIV pero su verdadero auge lo alcanzó en el siglo XVI en que se extendió desde España a toda Europa. Se trataba de una prenda interior que se llevaba sobre la camisa y que se unía a las calzas por medio de agujetas (cordones). Encima de ella se vestía la ropilla con mangas o un coleto sin ellas. Para darles más consistencia, generalmente se forraban con varias piezas de tela.
    Volviendo al tontillo, este se vestía debajo de la saya y sobre un buen número de enaguas. Con la aparición del tontillo, la moda española conservó su originalidad frente a la influencia francesa del resto de Europa. La influencia más notable se produjo sobre el jubón que abandonó las faldillas e incorporó un pronunciado pico en su parte anterior. Cuando esta prenda cruzó los Pirineos y se estableció en Francia en el siglo XVIII se denominó Panier, nombre que derivaba de paniers las cestas que colgaban a ambos lados de los animales de carga, convirtiéndose en una pieza importante en lo que se llamó robe à la française (vestido a la francesa).
    El tontillo francés fue aumentando gradualmente de amplitud a medida que transcurría el siglo de las luces, llegando a alcanzar varios pies de largo a cada lado. En la época de Marie Antoinette se convirtió en una prenda muy poco funcional ya que había que modificar las puertas de los coches, hogares y establecimientos para que las damas pudieran entrar. A diferencia del miriñaque que da al cuerpo forma de campana, el tontillo sólo resalta las caderas.


    Miriñaque.




    El miriñaque, también llamado crinolina, es una forma de falda amplia utilizada por las mujeres a lo largo del siglo XIX que se usaba debajo de la ropa. En realidad, el miriñaque consistía en una estructura ligera con aros de metal que mantenía abiertas las faldas de las damas, sin necesidad de utilizar para ello las múltiples capas de las enaguas que había sido el método utilizado hasta entonces.
    El miriñaque fue originalmente una tela rígida con una trama de crin y una urdimbre de algodón o de lino. La tela apareció primero alrededor de 1830, pero, hacia 1850, la palabra había venido a significar una enagua tiesa, o una estructura rígida, en forma de falda con aros de acero diseñada para sostener las faldas del vestido de una mujer en la forma requerida. No debe pensarse que la crinolina era una estructura completamente rígida e inamovible, pues se balanceaba hacia cualquiera de los lados con los movimientos de la mujer, y cualquier presión sobre una parte de la falda provocaba un movimiento completo de la misma. Los miriñaques fueron usados intensivamente en su extravagante forma original alrededor de los años 1856 a 1866, alcanzando su máximo tamaño alrededor de 1860. Desde entonces, el término se ha utilizado para designar los variados inventos utilizados para sostener las faldas holgadas hacia diferentes direcciones. Sin embargo, estos miriñaques más recientes no guardan relación con los clásicos.
    Alrededor de 1830, una situación generalizada de prosperidad en la economía europea, impulsó una mayor complicación en el vestido; las faldas fueron agrandándose, efecto que se consiguió, en un principio, incrementando el número de enaguas que se colocaban por debajo de la falda. La incomodidad y el peso generado por estas enaguas, llevaron a que se diseñara la crinolina en 1836.
    La gran impulsora y difusora en Europa de la crinolina fue la emperatriz Eugenia de Montijo, durante el Segundo Imperio francés; desde allí se introdujo en España, coincidiendo con el reinado de Isabel II, siendo denominada como miriñaque. Para evitar mostrar las piernas por accidentes de viento, las mujeres solían llevar por debajo unos pantalones que llegaban hasta los tobillos, normalmente acabados en encaje, que en ocasiones asomaban por debajo de la falda, en señal de elegancia. En los últimos años de la década de 1850, el tamaño de las faldas se desmesuró tanto con el uso del miriñaque que impedía a dos mujeres entrar juntas en una habitación o sentarse en un mismo sofá, ya que los volantes de las faldas lo evitaban. A mediados de la década de 1860, cuando parecía que la crinolina iba a alcanzar un tamaño fuera de toda lógica, se fue recogiendo hacia atrás, con lo que quedaba suelta una gran cantidad de tela formando un polisón y una cola de corte con adornos complicados. El miriñaque evolucionó, dejando la parte delantera de la falda de forma recta, acumulando la mayor cantidad de tejido en la parte de la espalda, convirtiéndose en media crinolina.


    Polisón.





    El polisón (tournure en francés) fue un elemento fundamental en el vestuario de las mujeres del último cuarto del siglo XIX creando una imagen de figura más estrecha. Los vestidos de día tenían un corpiño ajustado y cuello alto, y unas mangas largas hasta la muñeca, con puños franceses. Los trajes de noche eran magníficos, muy escotados y tan sólo con un vestigio de manga. Las telas, suntuosas, se solían combinar en un mismo conjunto, adornadas con plisados, flecos, galones y cintas. Unos rodetes de pelo postizo sostenían los elaborados peinados, adornados con bucles, moños y flequillos ensortijados. Los sombreritos ribeteados y pequeñas capotas, se llevaban ligeramente en lo alto y algo inclinados. En 1870, la cola se recogía en el llamado polisón, que precisaba de una "cintura de avispa"; para conseguirla, las damas llevaban un larguísimo corset que moldeaba el busto, la cintura y las caderas. Como este adminículo complicaba el uso abrigos y chaquetas, se pusieron de moda los chales a juego con el vestido.
    Con sólo unos pequeños cambios en los detalles, el estilo polisón continuó hasta los años ochenta. Como resultado, la silueta natural de la mujer resultaba casi imposible de apreciar. La única excepción a esta regla es el vestido de una sola pieza que mostraba parte de la figura real de quién lo llevaba apareció a principios de la década de 1870. Esta prenda dio en llamarse "vestido línea princesa", en honor a la princesa Alejandra (1844-1925), que más adelante se convirtió en reina de Inglaterra. A finales de la década de 1870, el polisón alcanzó un tamaño suficiente para que cupieran dos personas; la parte saliente se solía describir, en tono irónico, como "lo suficientemente grande como para colocar una taza de té encima".
    Hacia 1880, el polisón se redujo de tamaño y se fabricó con alambres, modelos ligeros que aliviaron la incomodidad de las señoras. Camino del fin de siglo desapareció el polisón y las faldas recogidas con pliegues y colas. Los vestidos se cortaban al bies y las faldas,  que quedaban acampanadas, se ajustaban cómodamente a las caderas. Fue la época dorada de las blusas de encaje, que se pusieron de moda tanto para diario como para los trajes de tarde; las damas llevaban cuellos altos sujetos con finas varillas parecidas a las de un corset.

Fuentes:

Wikipedia, Historia de la moda, Moda y belleza y El tiempo de los modernos.

Barbara de Braganza.

    Bárbara de Braganza (Maria Madalena Bárbara Xavier Leonor Teresa Antónia Josefa de Bragança) (Lisboa, 4 de diciembre de 1711 – Madrid, 27 de agosto de 1758) fue una infanta portuguesa, hija de Juan V de Portugal y María Ana de Austria. Bárbara contrajo matrimonio en 1729 en la ciudad de Badajoz con el entonces príncipe de Asturias, Fernando VI, llegando a ser reina consorte de España.



    La joven Bárbara era una mujer culta, de agradable carácter, dominadora de seis idiomas y gran amante de la música. Dicen que Bárbara era tan poco agraciada que los portugueses no enviaron su retrato hasta que los trámites del enlace estuvieron avanzados. Fernando y Bárbara se enamoraron profundamente y vivieron aislados durante el reinado de Felipe V, por voluntad de la entonces reina Isabel de Farnesio. Juntos se abandonaron a una languidez vital, a esa saudade portuguesa, contemplativa, religiosa y cultivada.

    En 1746 Fernando sube al trono de España y su esposa pasa a ocupar un importante papel en la corte, especialmente como mediadora entre el rey de Portugal y su esposo. Es conocida la protección que concedió al famoso cantante italiano Carlo Broschi, más conocido por el nombre de «Farinelli», y por su afición a la música, pues tuvo por maestro de clave a Domenico Scarlatti desde 1721 hasta su muerte y se sabe que tocó sus sonatas, que fueron en su publicación dedicadas a ella.



    Bárbara de Braganza tuvo una gran influencia sobre su marido pero no la empleó para entrometerse en los asuntos de estado, quizás porque tampoco tenía intereses propios ni sabía cómo obtener ventaja de ellos. Sí supo enriquecerse más de lo que sus hábitos hacían suponer, enviando a su muerte todo su patrimonio a su hermano don Pedro. Aún así el matrimonio dejaba la hacienda más caudalosa de todas las monarquías. Fue la promotora de la construcción del Convento de las Salesas Reales de Madrid. Tras su inauguración en 1757, la reina se trasladó a Aranjuez, donde falleció tras una larga agonía el 27 de agosto de 1758.

     Al morir Dª. Bárbara, Fernando VI perdió la cordura recluyéndose en el castillo de de Villaviciosa de Odón donde deambulaba sin sentido negándose a ser lavado ni afeitado y sin probar bocado. Un año después, marchito, se reunía con su amada esposa.



    Bárbara de Braganza es recordada como una reina moderada en sus costumbres, mecenas y amante de las artes, así como por el sincero amor y fidelidad que profesó a su marido el rey, cosa no frecuente en tiempos de matrimonios políticos o de conveniencia.

    Sus restos reposan en un cuidado mausoleo, en el convento que ella había fundado, uno de los más suntuosos del barroco madrileño, dentro de la Capilla del Santísimo, dando espalda al del rey, que ocupa el lado de la Epístola en el crucero, siendo los únicos reyes de España (exceptuando a la reina María de las Mercedes de Orleans, cuyo sepulcro se encuentra en la catedral de la Almudena) que se encuentran enterrados en la capital. Los mausoleos fueron diseñados, por encargo de Carlos III, por el arquitecto Francesco Sabatini, y labrados en mármol y pórfido por los escultores Francisco Gutiérrez y Juan León respectivamente


Fuentes: Wikipedia.

domingo, 22 de julio de 2012

Fernando VI de España.


    Fernando VI de Borbón (Madrid, España, 23 de septiembre de 1713 – Villaviciosa de Odón, España, 10 de agosto de 1759), llamado el Prudente o el Justo, rey de España desde 1746 hasta 1759, cuarto hijo de Felipe V y de su primera esposa María Luisa Gabriela de Saboya. Se casó en la iglesia de San Juan Bautista de Badajoz con Bárbara de Braganza en 1729, que fue reina de España hasta su muerte en 1758.



    El reinado:

    Cuando llegó al trono, España se encontraba en la Guerra de Sucesión Austriaca, que terminó al poco tiempo (Paz de Aquisgrán, 1748) sin ningún beneficio para España. Comenzó su reinado eliminando la influencia de la reina viuda Isabel de Farnesio y de su grupo de cortesanos italianos. Establecida la paz, el rey impulsó una política de neutralidad y paz en el exterior para posibilitar un conjunto de reformas internas. Los nuevos protagonistas de estas reformas fueron el Marqués de la Ensenada, francófilo; y José de Carvajal y Lancaster, partidario de la alianza con Gran Bretaña. La pugna entre ambos terminó en 1754, al morir Carvajal y caer Ensenada, pasando Ricardo Wall a ser el nuevo hombre fuerte de la monarquía.

    El 30 de agosto de 1749, Fernando VI autorizó una persecución con el fin de arrestar y extinguir a los gitanos del reino, conocida como la Gran Redada.

    Mediante la ordenanza del 2 de julio de 1751 prohibió la masonería.


    Los proyectos de Ensenada.

    Algunos de los más importantes proyectos durante el reinado fueron llevados a cabo por el Marqués de la Ensenada, secretario de Hacienda, Marina e Indias. Planteó la participación del Estado para la modernización del país. Para ello era necesario mantener una posición de fuerza en el exterior para que Francia y Gran Bretaña considerasen a España como aliada, sin que ello supusiese una renuncia de Gibraltar.

    Entre Los proyectos del Marqués de la Ensenada encontramos:
  • El nuevo modelo de la Hacienda, planteado por Ensenada en 1749. Intentó la sustitución de impuestos tradicionales por un impuesto único, el catastro, que gravaba en proporción a la capacidad económica de cada contribuyente. Propuso también la reducción de la subvención económica por parte del Estado a las Cortes y al ejército. La oposición de la nobleza hizo que se abandonase el proyecto.
  • La creación del Giro Real en 1752, un banco para favorecer las transferencias de fondos públicos y privados fuera de España. Así, todas las operaciones de intercambio en el extranjero quedaron en manos de la Real Hacienda, lo que beneficiaba al Estado. Se le puede considerar el antecesor del Banco de San Carlos, que se instituyó durante el reinado de Carlos III.
  • El impulso del comercio americano, que pretendió acabar con el monopolio de las Indias y eliminar las injusticias del comercio colonial. Así se apoyaron a los navíos de registro frente al sistema de flotas. El nuevo sistema consistía en la sustitución de las flotas y galeones para que un barco español, previa autorización, pudiera comerciar libremente con América. Esto incrementó los ingresos y disminuyó el fraude. Aun así, este sistema provocó muchas protestas en los comerciantes del sector privado.
  • La modernización de la marina. Una poderosa marina era fundamental para una potencia con un imperio en ultramar y aspiraciones a ser respetada por Francia y Gran Bretaña. Para ello, el Marqués de la Ensenada incrementó el presupuesto y amplió la capacidad de los astilleros de Cádiz, Ferrol, Cartagena y la Habana, lo que supuso el punto de partida del poder naval español en el siglo XVIII.
  • Las relaciones con la Iglesia, que fueron muy tensas desde los inicios del reinado de Felipe Va causa del reconocimiento del archiduque Carlos como rey de España por el Papa. Se mantuvo una política regalista que perseguía tanto el objetivo fiscal como político y cuyo logro decisivo fue el Concordato de 1753. Por éste se obtuvo del papa Benedicto XIV el derecho de Patronato Universal, que supuso importantes beneficios económicos a la Corona y un gran control sobre el clero.
  • Florecimiento cultural con la creación en su reinado de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1752.
  • Prisión general de gitanos un intento de extinguir a los gitanos mediante su arresto y posterior separación de las mujeres de los hombres, obligándolos a trabajar en astilleros y minas (los hombres) y en fábricas (las mujeres). los niños de menos de 14 años fueron internados en instituciones religiosas.

La política exterior de Carvajal.

    Durante la Guerra de Sucesión Austriaca y la de los Siete Años, España reforzó su poderío militar.

    El principal conflicto fue el enfrentamiento con Portugal por la colonia de Sacramento, desde la que se facilitaba el contrabando británico por el Río de la Plata. José de Carvajal consiguió en 1750 que Portugal renunciase a tal colonia y a su pretensión de libre navegación por el Río de la Plata. A cambio, España cedió a Portugal dos zonas en la frontera brasileña, una en la Amazonia y la otra en el sur, en la que se encontraban siete de las treinta reducciones guaraníes de los jesuitas. Los españoles tuvieron que expulsar a los misioneros jesuitas, lo que generó un enfrentamiento con los guaraníes que duró once años.

    El conflicto de las reducciones provocó una crisis en la Corte española. Ensenada, favorable a los jesuitas, y el padre Rávago, confesor del Rey y miembro de la Compañía de Jesús, fueron destituidos, acusados de entorpecer los acuerdos con Portugal.


Últimos años.

    En agosto de 1758 falleció la reina Bárbara en Aranjuez tras una larga agonía, lo que produjo un agravamiento en la salud del rey (los reyes estaban profundamente enamorados), hasta llegar a un alto grado de locura. Se recluyó en el castillo de Villaviciosa de Odón hasta su muerte, ocurrida en 1759, justo al año de la muerte de su esposa. Sus restos mortales descansan junto con los de su mujer en la Iglesia de Santa Bárbara de Madrid (parte del antiguo Convento de las Salesas Reales), en un mausoleo diseñado por Francesco Sabatini y labrado en mármol y pórfido por Francisco Gutiérrez Arribas. Fue sucedido por su medio hermano, Carlos III, hijo de Felipe V y su segunda esposa Isabel de Farnesio, al no tener descendencia propia.