sábado, 17 de agosto de 2013

Charles Frederick Worth.

    Fue el modisto inglés que inventó la alta costura francesa. Pero aún hizo más: enseñó a las mujeres que para ser fascinantes no bastaba con un buen vestido, hacía falta también una joya, el peinado adecuado y un buen perfume. También es considerado el padre de la alta costura. Esta afirmación se debe a que fue pionero a la hora de firmar sus diseños, al igual que hacían artistas de otros campos como la pintura o la literatura. Por otro lado, año tras año creaba una nueva colección, lo cual no se había hecho hasta el momento. Esta es una práctica habitual entre los diseñadores de la actualidad.


     Charles Frederick Worth nació en Inglaterra en 1825, en la pequeña ciudad de Bourne, en Lincolnshire, y como todos los niños, estudiaba poco, jugaba mucho y debía oír cómo sus padres, siempre preocupados por el ajustado presupuesto familiar, le decían que si seguía siendo tan indisciplinado le mandarían a trabajar. Y así sucedió al cumplir los doce años, colocándose como dependiente en Londres, en el departamento de tejidos de Swan & Edgar, un gran almacén muy elegante situado en la esquina de Piccadilly con Regent Street. La paga inicial era de cinco chelines a la semana, pero muy pronto aumentó porque el chico demostró ser diligente y responsable. Tenía muchas ganas de aprender, y pasaba los domingos visitando museos y copiando en su álbum los vestidos de las damas que aparecían retratadas en los cuadros, una ocupación que le gustaba mucho y que le serviría en su futura profesión.

    Worth acabó siendo tan bueno en el arte de manejar las telas, que, en 1843, a los 18 años, logró entrar como aprendiz en el taller del sastre para caballeros Allenby. Dos años más tarde, en 1845, fue contratado por Gagelin y Opiguez, unos importantes comerciantes de París que habían llegado a la capital británica buscando un joven sastre capaz de atender y aconsejar a la clientela inglesa que visitaba su tienda. Worth tenía tan sólo 19 años, pero no se hizo repetir dos veces la invitación y aceptó en seguida; se embarcó hacia París y pocos años más tarde fue promovido a "diseñador", aunque en la época el término todavía no existía. La palabra modisto se creó especialmente para calificar a Worth, que consiguió unir la técnica inglesa del corte, con el derroche de elegancia propio de los franceses.


    En aquella época, París era considerada el centro del buen gusto, la ciudad del lujo y el despilfarro. Además, tras las bambalinas del teatro de la elegancia, París disponía de todo lo necesario para satisfacer las exigencias de la vanidad: se había creado una enorme infraestructura bajo el llamado de la moda; estaban los proveedores de accesorios como medias, guantes, botones, cinturones, hebillas, plumas, zapatos, joyería y bisutería; estaban las cortadoras, las costureras, las bordadoras, las planchadoras, las tejedoras; en fin, un gran número de personas se sostenía gracias a la vanidad de la alta sociedad. París ofrecía lo más exquisito a una clientela que consideraba la moda como una parte imprescindible de su estilo de vida, exclusivo y lujoso.

    Las líneas de Worth eran sencillas, redujo la crinolina, de modo que la falda caía plana por la parte delantera y recogió el exceso de tela por detrás. Fue él, de todas formas, quién inventó los bordados para los tejidos que las señoras llevaban en sus corpiños. Sus ideas eran tan geniales que la única medalla de oro que se adjudicó Francia en la "Great Exibition" de Londres de 1851 fue para Gaguelin y Opiguez precisamente por un bordado inventado por Worth.

    Pasaron los años y Wort decidió casarse con Marie Venet, una dependienta de la mercería en la que trabajaba, y soñaba con instalarse por su cuenta. La ocasión le llegó a los 32 años, en 1858, cuando conoció a un modisto sueco, Otto Bobergh, que quería trabajar en París. Juntaron sus capitales para abrir un taller muy pequeño, pero en un lugar prestigioso, el 7 de la rue de la Paix. El éxito llegó en tan solo dos años. Las cosas comenzaban a funcionar bien, pero no sin dificultades; de hecho, la profesión de modisto aún no existía, y era Worth quien debía inventarla, cosa difícil en un mundo en el que los trajes para caballero los cosían los sastres y los de señora las modistas, por lo que los maridos de las clientes de Worth no veían con buenos ojos el hecho de que un caballero barbudo probase los vestidos a sus mujeres en corset y miriñaque.


    Mister Charles Frederick Worth, que después sería monsieur Worth, fue el primer modisto o diseñador que atendió a su clientela en su propio salón. Al principio no resultó fácil, pero logró captar como cliente a la esposa del embajador de Austria en París, la princesa Pauline de Metternich, quien supo de él cuando su esposa, Marie Vernet, le llevó algunos diseños. “Madame Chiffon”, sobrenombre de la embajadora, se indignó ante la idea de que un inglés pretendiera vestir a las francesas, pero a pesar de eso, al ver los diseños y dado que ella era austriaca, encargó dos modelos, uno de día y otro de noche. Cuando Eugenia de Montijo, esposa del emperador Napoleón III, vio en una recepción el modelo de noche, pidió que le presentaran al diseñador; a la mañana siguiente convocó a Worth a palacio.

    Después de su encuentro con la emperatriz Eugenia de Montijo y del entusiasmo de ésta ante sus creaciones, la carrera de Worth estaba asegurada. Se convirtió en el proveedor de la corte francesa y, en consecuencia, en el de las cortes europeas, entre las que se encontraba la inglesa, cuya reina Victoria era gran amiga de Eugenia. Personajes de  la alta sociedad, actrices como Sarah Bernhardt y alguna que otra demimondaine, también se encontraban entre sus clientes.

    Contrario a la costumbre de que la cliente en cuestión ordenaba un vestido según una muestra y dependiendo del tiempo de entrega o del precio éste se confeccionaba o no, o de que la cliente proponía un diseño, el sastre lo confeccionaba, recibía su salario y se perdía en el anonimato, en la maison Worth el diseñador presentaba los modelos ya confeccionados y la cliente podía elegir, pero no hacer cambios. Para proteger sus creaciones cada una llevaba una etiqueta con su firma, con lo que no sólo aseguraba su autoría, sino que se creaba la marca, distintivo inconfundible y capital de una casa de modas.


    Fue Worth quien convenció a Eugenia para que cambiara la crinolina, haciendo que la falda se deslizara plana por delante y la tela sobrante se recogiera en la parte posterior del cuerpo, dejándola caer en una cascada de volantes acabados en una cola. Esta idea fue precursora del polisón. Worth no sólo no cambió el diseño ni el estilo ni la estructura de los vestidos de su época –salvo en el caso de la emperatriz y la crinolina– sino que rememoró los bordados fastuosos de los tiempos de Luis XIV y revivió la polonaise, vestido creado para la reina María Antonieta, presentando un modelo consistente en un corpiño y una falda que, a su vez, cubría otra falda. La riqueza de sus materiales y sus pequeños cambios en la apariencia de las prendas fueron definitivos para su éxito. Worth estaba convencido de que era un genio y que sus creaciones eran irresistibles y, en cierto modo, tenía razón. Fue el primero en presentar sus vestidos en maniquíes de carne y hueso, con lo que daba vida a sus diseños. También fue el primero en hacer desfiles de moda para presentar sus colecciones. Al principio una vez al año, después dos, en primavera y otoño, en las que no sólo se preocupaba de sus creaciones, sino que escogía los peinados, los accesorios y las joyas que realzarían cada vestido, con lo que enseñó sutilmente a su clientela a combinar los conjuntos de manera armoniosa. El joyero que le proporcionaba los collares y las diademas era un tal Cartier, que tenía su taller en la misma rue de la Paix. Pronto, la relación entre ambos  creadores sería tan estrecha que una nieta de Worth, Andrée Caroline, se casó con un hijo de Cartier, Louis, y más tarde se crearían a su vez nuevos parentescos entre los bisnietos.

    Después que Otto Bobergh decidiera retirarse por razones de salud, Wort se convirtió en "el modisto". Era un personaje lleno de fantasía y dotado de ideas innovadoras. Sin embargo, tuvo que cerrar su casa durante la guerra franco-prusiana para reabrirla después, esta vez con el nombre de Maison Worth. La caída del Imperio en 1870 y el advenimiento, una vez más, de la República no hicieron mella en el éxito de Worth. Las monarquías española, italiana, holandesa y rusa, así como las ricas herederas americanas y las luminarias del mundo artístico, permanecieron fieles a sus creaciones.


    Worth también fue el creador de la Cámara sindical de la Alta Costura, la Chambre Syndical du I’Haute Couture, en 1880, para proteger sus diseños de los falsificadores y donde especificó el reglamento para que un diseñador pudiera ser llamado couturier (modista). Asimismo mejoró el bienestar de las costureras proporcionándoles seguridad social y vacaciones pagadas, fijó fechas para la presentación de las colecciones y el número de modelos que podían desfilar, además de establecer la actividad propagandística y las relaciones con la prensa.

    Charles Frederick Worth murió el 10 de marzo de 1895. Tenía dos hijos, Jean-Philippe y Gastón, quienes habían entrado en la empresa en 1874, el primero como diseñador y director creativo, el segundo como director comercial. Ellos fueron sus sucesores. Al retirarse su tío Jean-Philippe de la empresa en 1910, Jean-Charles, hijo de Gastón, tomó la dirección artística y en 1922 su hermano Jacques la administrativa. Jean-Charles, digno nieto de su abuelo, creó la Escuela de la Cámara Sindical.

    En los años veinte, la silueta femenina desapareció y en su lugar las mujeres aparecían planas desde cualquier ángulo que se las mirara. En la Maison Worth ese efecto desolador se volvió soportable por la belleza de las telas bordadas que recordaban los diseños de Charles Frederick Worth. La Maison Worth desapareció finalmente en 1956.


Fuentes: Y me duele hasta la sangre, Libros Aguilar y Wikipedia.

16 comentarios:

  1. otra gran lección de historia!un besazo guapeton!!!!!!!!!!!!

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    1. ¡Muchas gracias, Pilarín! Se echaban de menos los comentarios en este blog!

      ¡Un besote enorme!

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    2. Yo pq he andado muy liada y ni tiempo de comentar pero ahora si q puedo jejejeje

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    3. Pues prepárate porque vienen más artículos sobre alta costura.

      ¡Un besote!

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  2. No lo conocía de nada, ¡¡Gracias!! Por cierto, me he enamorado del último vestido el rosa (quién lo iba a decir ; ) )

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    1. Si es que en el fondo eres más Jelouquitera de lo que aparentas.

      ¡Besitos rosas con purpurina!

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  3. me encanta esta entrada ...y todas ¡¡¡¡ que las leo lo de comentar es falta de tiempo cielo..pero sabes que soy admiradora de todo lo que haces ¡¡¡...un besin

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    1. Da igual, si yo pienso seguir publicando aunque nadie comente, ni lo lea, ni nada. Me encanta la historia y más sobre estos temas. Ya tengo medio preparadas unas entradas más sobre personajes relacionados con el mundo de la alta costura.

      ¡Un besote enorme, Elenita!

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  4. Es un repaso muy bueno a su carrera, gracias por compartirlo. Está muy bien explicado cómo influyó en el gremio, me ha encantado. (Soy Gracia de fb, por cierto).

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    1. ¡Hola Gracias, que bueno tenerte por aquí!

      Sí, Worth verdaderamente marcó como se suele decir, un antes y un después en el campo de la alta costura. Muchas de sus innovaciones se vienen aplicando hoy en día.

      ¡Un abrazo enorme!

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  5. Lo que aprendo gracias a ti, me encantó el artículo. Una historia muy interesante, no sólo por su evolución como artista dentro del arte de la costura, sino por ser pionero en tantas cosas.
    El detalle que cuentas de firmar sus diseños me ha recordado lo que hemos hablado varias veces sobre la importancia de firmar las obras.
    Un besazo!

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    1. ¡Qué alegría que vuelvas a estar activa cybernéticamente!

      Lo verdaderamente importante no es el hecho de firmarlas, sino la importancia de poner la alta costura al mismo nivel que otras artes. La alta costura, al menos desde mi opinión, es otro arte más como lo pueda ser la escultura, la pintura, la música, etc... Y Worth supo darle ese enfoque y esa importancia.

      ¡Un besote enorme!

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  6. Worth es el padre del concepto actual y contemporáneo de lo que llamamos "moda" junto con sus desinencias de "tendencias" y "estilos". Antes de Worth, el mundo actual del "fashionismo" no existía. Worth es el primero de todos los nombres reales de la "Haute Couture". Ahora bien, es también un hombre representativo de esa época heredera de la Revolución Industrial que apostaba por el desarrollo continuo del progreso al que se adoraba. No es fácil concebir a Worth sin el progreso de la sociedad industrial de su momento. Sin la creación de la máquina de coser, por ejemplo, o sin la implantación de una nueva forma de comercio con las famosas tiendas departamentales o galerías. Worth diseño para la alta sociedad de su época, compuesta en aquellos momentos por aristócratas y burgueses adinerados. Worth tuvo la suerte y la dicha de abrir brecha e imponer las normas de esa nueva disciplina que tanto nos sorprende en la actualidad y que se llama "Alta Costura". Elevó pues, a rango de arte, el diseño y la manufactura de piezas utilitarias como eran los vestidos femeninos. Ciertamente Madame Bertín -la modista de Maria Antonieta- se hubiera muerto de la envidia si alguien le hubiera dicho en su momento que cien años después, solo cien años, lo que ella hacía iba a convertirse en una actividad artística y reconocida socialmente.

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    1. Como siempre tus comentarios, incomparables. ¡Qué bien hablas, Carmen!

      ¡Un besote enorme!

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  7. Hola:

    Me encanta tu post.
    ¿Sabes donde podría encontrar información sobre Jean Philippe Worth?, me gustan sus diseños, pero me resulta complicado encontrar datos sobre él.
    Gracias

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    1. ¡Buenas tardes Inmaculada!

      Ciertamente la mayoría de la información que se encuentra es sobre el padre, de los hijos se habla menos, ya que fue el fundador de la casa Worth el que realmente creó una forma diferente y novedosa de entender y sobre todo, comercializar la moda.

      ¡Un saludo!

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