La primera mitad del siglo XVIII muestra la pugna entre la herencia de los Austrias, con el clásico traje “a la española”, oscuro y sobrio en el hombre, frente a la influencia, finalmente ganadora, de la “moda francesa” que aporta la dinastía Borbónica. Durante el siglo XVIII ha sido el hombre el que ha marcado las tendencias, limitándose la mujer a copiar o imitar las evoluciones del traje masculino de cada momento; pero, a partir de la Revolución Francesa, el traje masculino inicia una lenta decadencia, hacia lo que será el "hombre gris" que, desde el siglo XIX hasta nuestros días, renuncia al color y a la decoración en su traje, pasando a ser la mujer protagonista casi exclusiva de la moda.
La cometa, por Francisco de Goya.
Es importante el estudio de la indumentaria culta del siglo XVIII, pues es el punto de partida de gran parte de las indumentarias que en la actualidad conocemos como trajes populares o indumentaria tradicional, que han quedado fosilizadas, evolucionando de forma diferente según las zonas geográficas. El estudio del pasado nos permite conocer mejor las tipologías populares, y las prendas testigo que han quedado en el mundo tradicional nos muestran con más detalle las formas de vestir del pasado, como por ejemplo los zapatos de hebilla y oreja propios de las provincias de Zamora y Salamanca. Existen muy pocos estudios especializados que nos desvelen minuciosamente la forma, la confección o los materiales utilizados en la indumentaria y sus complementos, y especialmente en el caso de la moda española. Todo esto nos deja un apasionante campo de estudio para el futuro, que probablemente nos depare numerosas sorpresas sobre el importante papel que ha desempeñado España en la historia de la moda.
Con la llegada al trono de Felipe V se produjo el cambio de dinastía en España, de los Austrias a los Borbones, y este cambio se reflejó de manera muy evidente en la manera de vestir de los reyes, de la Corte y de la sociedad adinerada y urbana en general. Aunque ya en el reinado anterior, con Carlos II, había habido intentos de vestir a la francesa tal como se hacía en toda Europa siguiendo el ejemplo del rey más poderoso e influyente de la época, Luis XIV, fue con Felipe V cuando se instauró de modo general el vestido francés, también llamado vestido militar porque éste era su origen. Este vestido masculino estaba compuesto por tres piezas: casaca, chupa y calzón, que son el antecedente, en el traje de hombre, de la chaqueta, el chaleco y el pantalón usado hasta nuestros días.
Carlos III.
Durante el reinado de Carlos III hubo una reacción hacia la sencillez, que contribuyó a un cambio radical en la moda, que se acentúo por los siguientes factores. Los higienistas ingleses preconizaron unas formas de vida más sanas y racionales, siguiendo las ideas de los Enciclopedistas, que tendían a una mayor naturalidad y sencillez en la vida, y que influyeron también en la moda. Además, los descubrimientos de Pompeya y Herculano hicieron surgir la admiración por la sencillez clásica y el deseo de imitarla. Por último, la tendencia a la democratización del vestido; la burguesía quería vestir como los aristócratas y no aceptaba la diferenciación de estamentos por el vestido que había caracterizado al Antiguo Régimen
Marquesa de Pontejos.
En el Rococó el papel social de la mujer alcanzó mayor importancia que en tiempos anteriores, lo que se tradujo en que sus ropas se hicieron tan lujosas y adornadas como las de los hombres (cosa que no había sucedido hasta entonces). Al cabo de unos años, fueron ellas las que tuvieron la exclusiva de adornos y colores frente a los vestidos masculinos, que tendieron cada vez más a la sobriedad. El traje masculino durante este período tiene la misma estructura que en la primera mitad del siglo, aunque tienden a simplificarse las prendas. En la indumentaria femenina, junto al traje a la francesa, denominado bata, aparece otro clásico: la polonesa, un vestido de calle más ligero y llevadero que la bata.
A partir de 1775 empezó a introducirse en Francia la moda inglesa, por ser más cómoda y práctica. Pero la gran innovación fue la supresión, voluntaria de la cotilla y el tontillo, incorporando las ballenas al mismo cuerpo del vestido, en el modelo que se denominó en España “Vaquero hecho a la inglesa". Sabemos que a finales del siglo XVIII hubo en España una reacción casticista frente a las modas extranjerizantes, y se puso de moda el gusto por lo popular y castizo, actitud que fomentaron los entonces príncipes de Asturias, Carlos y María Luisa, y que se reflejó en los temas de los cartones para tapices de Goya y en los sainetes de D. Ramón de la Cruz.
Duquesa de Alba vestida de blanco.
Todos los cambios que se habían ido gestando en el último tercio del siglo tuvieron su culminación con la Revolución Francesa (1789), que afectó a todos los aspectos de la vida y que tuvo repercusión inmediata en toda Europa. El cambio en la indumentaria fue rápido y radical. La imitación de la Antigüedad tuvo más éxito con las mujeres; llegó a la moda el Neoclasicismo que ya había triunfado en la pintura y la arquitectura. Los vestidos se inspiraron en las túnicas de las estatuas y el talle subió hasta situarse debajo del pecho. Se usaron telas ligeras, la silueta fue vertical con pliegues como una columna, y el color favorito, el blanco, símbolo de la pureza y semejante al de las estatuas de mármol. En España este traje se llamó simplemente “camisa” y se hizo de la tela que había llegado a triunfar sobre todas, la muselina. Los cabellos se peinaron en un moño con guedejas o fueron cortos y rizados, se suprimieron los tacones y se usaron sandalias con cintas cruzadas. Se intentó liberar el cuerpo de trabas, suprimiendo cuerpos de ballenas y armaduras para faldas; bajo la ropa se adivinaba el cuerpo tal cual era. Esta moda estaba muy en consonancia con las ideas revolucionarias de sencillez y libertad y todos los países europeos la adoptaron, aunque no hiciesen lo mismo con las ideas políticas. Fue una moda que duró poco tiempo; aunque se siguió llevando el talle alto, muy pronto apareció el corsé y se empezaron a usar otra vez las sedas oscuras y pesadas, los adornos voluminosos y las mangas hinchadas.
Duque de Alba.
Dichos cambios fueron a primera vista menos drásticos entre los hombres, pero quizás fueron más duraderos. La casaca masculina se convirtió en frac, una casaca con cuello alto vuelto, grandes solapas, delanteros cortos que se cruzaban con botones, y los faldones muy echados hacia atrás que apenas tenían un recuerdo de los antiguos pliegues. La chupa, cada vez más corta, se hizo recta por abajo y se convirtió en chaleco, y tenía también cuello alto y solapas. Los calzones fueron sustituidos por un pantalón hasta los tobillos, prenda que hasta entonces no habían usado más que los marineros y, durante la Revolución, los sans-culottes franceses. En un principio se llamaron pantalones a una especie de leotardos de punto que abarcaban el pie y se llevaban por debajo de la bota, y que fueron usados primero por los ingleses; es una de tantas prendas que los hombres adoptaron por influencia militar. Ya a principios del siglo XIX se fue imponiendo el pantalón de paño igual al de la casaca. Las dos prendas se hicieron de colores oscuros cada vez con mayor frecuencia, sin bordados ni adornos, siendo los chalecos la única parte del vestido donde se permitía la fantasía. Los revolucionarios adoptaron los sencillos trajes ingleses que les parecían más acordes con las ideas de libertad y democracia, y a partir de entonces los hombres usaron trajes cada vez más sobrios, identificaron virilidad con sobriedad y dejaron los adornos y los colores para los vestidos femeninos. Al sombrero tricornio le sucedió el bicornio, el que usaba Napoleón, pero no duró mucho tiempo, ya que a finales del siglo XVIII se empezó a usar el sombrero de copa, que fue el más utilizado durante el siglo XIX. El vestido y el calzón de seda y con bordados quedó reservado para la corte.
Duquesa de Alba vestida a la española.
Las mujeres españolas siguieron usando durante estos últimos años el “vestido nacional” tanto o más que antes, pero lo adaptaron a la nueva silueta del talle alto. Las basquiñas fueron más pegadas al cuerpo, como marcaba la moda, y los jubones, muy cortos, parecidos a la chaqueta que se usó en toda Europa para ponerse encima de las camisas, el spencer. Justamente con el cambio de siglo fue cuando las mujeres elegantes prefirieron retratarse vestidas con el “traje nacional” más que con vestidos de moda francesa; hay una larga lista de damas españolas así vestidas, retratadas por Goya. Un poco antes de hacer el retrato de la Condesa de Chinchón con una preciosa camisa (1800), Goya pintó a la Duquesa de Alba con mantilla y basquiña y, al poco tiempo, a la propia reina María Luisa. Las españolas debían de encontrarse con este traje muy guapas y favorecidas.
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